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Nuestros amigos de Trappist-1

Por Juan Luis Sotés - Febrero 25, 2017

Están vivos. Y están entre nosotros. Puedes distinguirlos por la calle o en televisión aunque difícilmente llegarías a conocerlos. De buena presencia, modales exquisitos, elegantes en el porte, en el decir y el hacer, nos recomiendan determinados usos y costumbres propios de un ciudadano modélico y tecnológicamente adaptado que sabe lo que desea y cómo conseguirlo. No hace mucho, sin embargo, un tal John Nada ha encontró por casualidad unas gafas negras y, al ponérselas, vio la verdad en blanco y negro: tras los mensajes publicitarios otras palabras, “Obedece”, “No pienses”, “Compra”; impresa en cada billete una sentencia, “Este es tu dios”; y sus rostros, ah, sus rostros… pertenecen a un mundo más allá de este planeta.

No se asusten todavía. Es solo el planteamiento de la película de John Carpenter Están vivos (1988). Serie B en la forma, en el fondo una de las más agudas críticas a la sociedad contemporánea jamás filmadas, en la que una raza de invasores alienígenas ha conseguido dominarnos dividiéndonos a través del consumismo. Las gafas, como objeto simbólico, son la clave de la que depende el futuro del ser humano.

En un interesante (y algo plúmbeo a ratos) documental titulado Guía ideológica para pervertidos el filósofo Slavoj Zizek analiza a través del cine de Hollywood el discurso subyacente a la industria del entretenimiento. En referencia a Están vivos, Zizek nos habla de una sociedad posidelógica en la que el ciudadano ha dejado de ser sujeto activo, poseedor de una identidad, un sentido del deber, del sacrificio y una visión moral en relación con el otro para convertirse en objeto pasivo entregado a la búsqueda solitaria del placer. Pero ese placer se paga con renuncia. Según Zizek, la única guía con la que contamos es la del “desarrolla tu verdadero potencial, sé tú mismo, vive una vida satisfactoria”, esto es, una libertad simulada. El mensaje nos llega alto y claro: es la ideología la que nos impide experimentar la vida en primera persona, librémonos al fin de esa carga. Paradójicamente, en lugar de prescindir de ellas para ver mejor deberíamos en cambio “ponernos las gafas de la ideología” para simplemente ver y entender. Hemos cambiado gustosos nuestra libertad por unas cuentas de colores, lo que debería advertirnos sobre el verdadero significado de los términos libertad y democracia en nuestro “mundo feliz”.

De acuerdo con otro filósofo de moda, el muy heiddegeriano Byung-Chul Han, el ciudadano ha pasado a ser cliente. No le interesa la política pero, en tanto que consumidor, demanda, se queja, protesta frente a ella como lo haría ante cualquier otro producto o servicio defectuoso. Desaparece la idea de sociedad, de bien común, como corresponde al imperio del ser individual, agente, en cuanto consumidor, del gran modelo económico neoliberal. Y así cualquier discurso humano, vacío de contenido ideológico, se convierte en espectáculo. Televisado o retuiteado, al gusto.

Si para los liberales del XIX la libertad del individuo frente al poder del Estado se proyectaba hacia un objetivo común, la visión neoliberal prescinde de la comunidad en favor exclusivo del desarrollo personal, en el supuesto falaz de que dicho desarrollo repercutirá al fin en el bienestar de los demás. Hombres para los que la vida es competencia; enfrentados a un enemigo externo, cada uno de sus competidores, y a otro interno, más devastador si cabe pues la lucha diaria con uno mismo por alcanzar el éxito conduce a la neurosis y la depresión.

Es curioso que sean precisamente éstos los efectos del “pensamiento positivo”, validado por el nuevo modelo como religión oficial. “Si se trabaja y se cree se puede”, nos dice el Sócrates de nuestros días Diego Pablo Simeone. “Tú puedes conseguirlo todo esforzándote día a día”, “cada derrota es una nueva oportunidad para seguir luchando”, “eres el dueño de tu destino”…. Y otras soplapolleces por el estilo a las que nos tienen tan acostumbrados. “Emprende, emprende, ¡emprende!” Tanto como decir “apáñatelas como puedas que nadie va a echarte una mano”. O bien: “Estás solo, amigo o amiga. Si fracasas no es culpa de nadie, nadie tiene por qué hacer nada por ti. Los excluidos son los únicos responsables de su exclusión. Si cobras 300 euros como asalariado es tu culpa porque no quieres o no eres capaz de emprender” Seguramente, este sería el mensaje que leeríamos a través de las gafas de John Nada.

Pero, tal vez, exista una esperanza en el hecho de que no sean extraterrestres quienes están al cargo de las cosas aquí en la Tierra. Ya saben que el maestro de la ciencia ficción Philip K. Dick, en su desequilibrio terminal, se dotó a sí mismo de cierta aura mesiánica o al menos profética. Una de sus obras menores previa a esta etapa, “Nuestros amigos de Frolik 8”, nos sitúa de aquí a doscientos años, época en la que la humanidad se divide en tres especies: los Nuevos Hombres, dotados de una asombrosa inteligencia; los Inusuales, con unas increíbles capacidades psíquicas y los Antiguos, seres corrientes y molientes como nosotros. Los dos primeros se turnan en el ejercicio del poder mientras que el resto mantiene la ilusión de acceder a un nivel superior a través de una serie de pruebas que en realidad están amañadas para que cada cual permanezca en su sitio. También existen críticos a quienes se les llama Subhombres y se les dice y hace de todo. Pero, hete aquí, que un ciudadano ha partido hace tiempo hacia el espacio en busca de ayuda exterior: los alienígenas amigos de Frolik 8. Y muchos tienen puestos sus ojos en las estrellas, y esperan y esperan…

Ahora, cuando leo acerca del descubrimiento de un nuevo sistema solar denominado Trappist-1 y sabiendo que algunos de sus planetas podrían albergar vida, no dejo de pensar que tal vez la distopía en la que vivimos se parezca más a la de Dick que a la de Carpenter y que otros seres más libres en verdad acudirán al fin en nuestra ayuda. Sí, ahora cada noche miro al cielo unos segundos y sonrío al tiempo que guiño un ojo cómplice a nuestros amigos de Trappist-1.

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