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Con la puerta abierta

Por Esperanza Calzado - Mayo 22, 2017
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Con la puerta abierta
Beber del nacimiento del agua de Frailes fue como invadir una propiedad privada y llevarse un pequeño tesoro de sus moradores. Dibujo: Juan Pedro Linares.

Pasan las siete de la tarde y en mi retina todavía está la imponente fortaleza que he dejado atrás. Apenas podía dejar de mirarla desde la ventana del autobús. No sé si por romper con la monotonía del mar de olivos o por lo que siempre se me viene a la cabeza: ¿como lo hacían? Enfrascada en estos pensamientos entramos en un pequeño pueblo. Tres sillas blancas y una mesa de plástico en la calle me distraen. No tienen nada de especial. Son de esas típicas de piscina de casa de campo. Están ahí, a merced de cualquiera y con un dueño que a buen seguro descansa delante del televisor totalmente despreocupado.

Llego a mi destino y me encuentro ídem de lo mismo. Aparcamos el coche y nos dejamos la puerta abierta mientras vamos a grabar un zoom.

—¿No lo cierras?

Mi cara de asombro contrarresta con la de mi compañero. Guasón y sin querer reírse de mi demasiado, resta importancia a una pregunta que allí donde me encuentro es casi absurda. Nadie se lo va a llevar. Todos se conocen.

Las sillas y su cara ya me han conquistado. Solo me han hecho falta cinco minutos en la Sierra Sur para darme cuenta de que tengo envidia sana.

Trabajamos en un ambiente más que distendido. Normal en una entrevista entre hermanos. Sé que lo que mi cámara graba será codiciado por ellos dentro de unos años. Poco a poco cae la noche y me llevan al nacimiento del agua. Como una turista me explican su historia, la de sus calles. Mis anfitrionas no pueden ser mejores. Otros cinco minutos para sentir que son como amigas de toda la vida. Bebo un poco de su agua y me siento mal. No porque esté mala, nada más lejos de la realidad. Tengo la sensación de estar entrando en casa ajena y de llevarme un valioso presente de sus moradores.

—Aquí es donde desconectamos de todo.

¿Sabrán ellos lo que es desconectar? Ahora soy yo la que no puedo evitar sonreír. Pero enseguida me doy cuenta de que tienen razón. En un pueblo tranquilo como Frailes, todavía puede haber otro lugar con mayor paz todavía.

Llega la hora de irme. Lo hago por fases. Besos y buenas palabras me detienen. Voy de nuevo en el autobús, Jaén y su ajetreo me aguarda. Pero antes, mi mirada vuelve a tropezar con las tres sillas de plástico y la mesa. Esta vez la puerta está abierta. No hay nadie, tampoco creo que importe. Me echo a reír y mi desconocido compañero de viaje me mira con cara extraña. Si hoy me estás leyendo, sabrás el motivo de mi sonrisa. La Sierra Sur ha sido para mí una puerta abierta que pienso atravesar tantas veces como sus convecinos me dejen.

Esta semana me espera uno de ellos. Ironías de la vida. Es de Ventas del Carrizal, un pequeño pueblo del que nunca había oído hablar y del que ahora no me puedo despegar.

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