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CUANDO EL RECUERDO ES AMARGO

Por Javier Esturillo - Febrero 05, 2017
*Artículo publicado en la Lacontradejaén el 5 de febrero de 2017

La segunda ciudad de la provincia de Jaén se desangra. Languidece a la misma velocidad que las cifras del paro consumen la poca esperanza que le queda a un pueblo que vive de la nostalgia. Del Linares que fue y del que ya no volverá a ser. Su decadencia coincide con el desmantelamiento de Santana Motor, aquella fábrica automovilística (la única de Andalucía) que, en sus mejores tiempos, daba trabajo a toda la comarca y era el orgullo de los linarenses. Ya no queda nada de ese esplendoroso pasado; solo naves destartaladas, algún que otro taller con poco trajín y un enorme luminoso con la leyenda: Parque Empresarial de Santana. Una de las últimas tentativas de la Junta de Andalucía para reflotar una empresa que hacía aguas por todos lados, cuando se cumplen seis años del Plan Linares Futuro, cuyos resultados para el tejido industrial de la ciudad son prácticamente inexistentes a día de hoy.

 José Culpián pasa delante de la fábrica de Santana. Foto: Serendipia Fotógrafos
José Culpián pasa delante de la fábrica de Santana. Foto: Serendipia Fotógrafos
Linares es una ciudad cerrada por derribo. Todos los vaticinios posteriores al cierre de la automovilística se han cumplido: desempleo desbocado, una sangría demográfica imparable y una población cada vez más envejecida. "Aquí no hay futuro. Los jóvenes se marchan por la falta de trabajo y de oportunidades. Es la puñetera realidad de esta ciudad". Esta reflexión apocalíptica es de José Culpián López, extrabajador de Santana. Llegó a la factoría con 26 años recién cumplidos. Corría el año 1973. Las cadenas de montaje del Land Rover no daban abasto. La salud de Santana era de hierro. Salían todoterrenos a espuertas hacia Irán, Argelia, Marruecos... No había (y hay) olivar en la provincia en el no se viera el vehículo. Todo el mundo quería un Land Rover fabricado en Linares. "Que duro era ese coche", le recuerda Máximo López, quien consiguió un puesto en la empresa dos años antes. Ambos, junto con Antonio Sánchez y Juan Hurtado se acogieron al plan de prejubilación de 2001, con la diversificación de la fábrica.
 Extrabajadores hablan en la sede de la Asocación 28 de febrero sobre Santana. Foto: Serendipia Fotógrafos
Extrabajadores hablan en la sede de la Asocación 28 de febrero sobre Santana. Foto: Serendipia Fotógrafos
Están sentados en torno a una mesa en la sede de la Asociación 28 de Febrero, cuyo presidente Francisco Checa se suma a la tertulia. Hablan con fluidez, como si estuvieran en la hora del bocadillo una mañana cualquiera a las puertas de Santana. "La culpa fue de los japoneses. Vinieron a por la pasta y se largaron", espeta uno de ellos enfurecido. ¿Quién fue el responsable de poner el candado? Es la pregunta que, aún hoy, martillea la conciencia de la mayoría de los santaneros. Para unos, los japoneses, para otros la Junta, para la mayoría una mala gestión. "Santana no tenía solución. No era competitiva, porque no se invirtió en su modernización", apunta Francisco Checa, del barrio de Cantarranas y miembro del comité de empresa en la defunción de la fábrica. "Entre todos la mataron y ella sola se murió", remata con ironía Antonio Sánchez, un espeluseño que respira linarensismo por todos los poros de su piel. Pasear por Linares un día cualquiera de invierno resulta cruel para el que siente la ciudad como propia. Con una tasa de paro que supera el 24% y entre los diez municipios más empobrecidos de España, salir a la calle una noche y darse un paseo por el centro es como meterse en el pellejo de Jack Nicholson en El Resplandor durante su tétrica existencia en el hotel Overlook: no hay ni un alma, ni un bar abierto, ni un triste chucho… Un escenario que solo los misántropos más recalcitrantes son capaces de disfrutar. Con Santana Motor a pleno rendimiento, todo era distinto. La gente no tenía miedo a gastar. Los mejores carteles de toros, conciertos de estrellas rutilantes, obras de teatro de las principales actores, bodas de postín, apartamentos en la playa... Todo marchaba a pedir de boca. "Pensábamos que Santana era eterna, que nunca moriría, pero, un día, todo se acabó", lamenta Maxi López, con más de 31 años a sus espaldas en el interior de una fábrica que encerraba los sueños de miles de personas.

CRISIS DEL 94

 Antonio Sánchez, Juan Hurtado, Maxi López, José Culpián y Francisco Checa, en las puertas de Santana Motor. Foto: Serendipia Fotógrafos
Antonio Sánchez, Juan Hurtado, Maxi López, José Culpián y Francisco Checa, en las puertas de Santana Motor. Foto: Serendipia Fotógrafos
El encuentro los traslada al pasado, con un recuerdo amargo. La historia de Santana ha estado jalonada por sucesivas crisis, pero fue la del 94 la que dejó a la empresa herida de muerte. Fueron 100 días de lucha, de manifestaciones, de cortes de tráfico en carreteras nacionales y vías férreas, de marchas hasta Madrid y Sevilla, de correr para evitar cargas policiales en una constante lucha callejera en la ciudad sitiada por los antidisturbios. En peligro había 2.400 empleos directos y cientos (quizá miles) de empleos indirectos. "Era lucha obrera. Defendíamos el pan de nuestros hijos", señala José Culpián, testigo directo de la dureza policial el día en el que un compañero perdió un ojo por el impacto de una pelota de goma en la Estación Linares-Baeza. "Fue una brutalidad. Fueron a darnos. Estaba todo estudiado", denuncia veintitrés años después de aquellos hechos, a los que se sumaron otros e infinidad de concentraciones a las puertas de Santana, que, hoy estos cinco extrabajores, recuerdan como si fuera ayer. "Si esto no se arregla, guerra, guerra, guerra". Era una de las proclamas que rugían mientras los descendientes de quienes otrora extraían el material de las entrañas de la tierra veían peligrar el pan de sus hijos.
 Maxi López, Antonio Sánchez y José Culpián, en otro momento de la conversación. Foto: Serendipia Fotógrafos
Maxi López, Antonio Sánchez y José Culpián, en otro momento de la conversación. Foto: Serendipia Fotógrafos
Linares se convirtió en todo un ejemplo de "lucha obrera", poco conocida en Andalucía, una región eminentemente agraria y con escaso tejido industrial. Manifestaciones con más de 80.000 personas en la calle, en una ciudad que no alcanzaba los 60.000 habitantes. "Me emociono cuando lo recuerdo. Nunca olvidaremos lo que hizo Linares y su comarca por nosotros. Fue impresionante", rememora Maxi López con los ojos humedecidos. "Dos mil cuatrocientos, ni uno menos", se empezó a oír por doquier, por cada rincón de la provincia, de Andalucía, de España. Todo valía para reivindicarlo. "Sabíamos que si Santana se iba a pique, Linares también", sentencia Juan Hurtado con las manos entrelazadas y gesto serio. La suspensión de pagos no se levantaría hasta el 14 de diciembre de 1994, sin que cesase ni un momento la presión social y política. Suzuki siguió haciendo sus coches en Linares. El coste que asumieron los trabajadores fue de 543 prejubilaciones y de 357 bajas incentivadas. Se había ganado la batalla. Faltaba ganar la guerra. Se redactó, entonces, un Plan de Viabilidad que entró en vigor en 1998, aunque nunca se realizaron las inversiones ni los proyectos que contemplaba (entre ellos el de fabricación de Stella, un vehículo que se conduce con carné de ciclomotor). Pero el milagro parecía a punto de conseguirse. En 1999 la empresa fabricó más de 36.000 vehículos Suzuki y su balance de cuentas rozó los beneficios. Se había creado una bolsa de trabajo y entraron los primeros eventuales a la fábrica. Con ellos las mujeres pisaron por primera vez la cadena de montaje de la empresa. Santana seguía en la brecha y todo parecía que había vuelto a la normalidad. Fue un espejismo. Con la llegada de la nueva década, la fábrica comenzó su lenta agonía. Ninguna medida parecía surtir efecto. Con la llegada de nuevas empresas, engordadas a base de subvenciones, se recolocó a mucha gente, mientras que a los mayores de 55 años se les prejubiló. Tras mucho tiempo de especular sobre el futuro de la empresa, el 16 de febrero de 2011, una votación realizada por los trabajadores de la empresa decidió la disolución de la compañía. Francisco Checa fue uno de los que firmó el acta de defunción. "No se podía hacer otra cosa. Fue la mejor solución", asegura con el ceño fruncido. "A lo mejor todo hubiera sido diferente si, en el 1994, hubiéramos negociado otras condiciones. Menos gente, pero garantizando el empleo", se reprocha uno de ellos. "Todo, después, fueron promesas incumplidas", sentencia.

CAMINO DE LA FÁBRICA

Aunque ya jubilados y con algún que otro achaque, lógico de la edad, estos cinco extrabajadores serán santaneros hasta la tumba. Se citan al final del Paseo de Linarejos. Llevan las chaquetillas azules con el emblema de la fábrica pegado en la espalda. Caminan con paso firme y decidido. "Suena la sirena. No podemos llegar tarde", bromea Maxi López con el resto de compañeros. Toca recordar anécdotas. No paran de hablar. Han regresado al pasado. Antes de vislumbrar las primeras naves, Maxi López saluda a un antiguo compañero de la factoría. "Dónde vais los cinco", le pregunta el interlocutor. "Nada, recordando viejos tiempos", le responde mientras se aprietan con fuerza las manos. Reanudan la marcha y se detienen en el cartel en el que se lee 'Parque empresarial de Santana'. "Otra mentira más. ¿Dónde están las empresas? Solo se ven naves vacías", replica con enfado José Culpián.

 Los cinco extrajadores se detienen ante uno de los muros exteriores de la factoría. Foto: Serendipia Fotógrafos
Los cinco extrajadores se detienen ante uno de los muros exteriores de la factoría. Foto: Serendipia Fotógrafos
Los sentimientos están a flor de piel. Cuesta, incluso, hablar cuando llegan hasta la puerta principal de la vieja fábrica, en la que sonaban hasta tres sirenas que representaban los turnos de la jornada laboral. Vuelven a echar la vista atrás, aunque esta vez con orgullo. "Mira allí estaba el economato y, un poco más allá, la nave en la que trabajé", apunta uno de ellos. Son las dos de la tarde. Es hora de regresar a casa. —¿Hacia dónde vas? —Tengo que recoger a los nietos. Se hace tarde. Los abrazos son sinceros. No hay rencor en ellos. Fueron y son compañeros de trabajo, de lucha, de sueños frustrados. Son cinco santaneros a los que el dolor les oprime el corazón cuando ven la lenta agonía que sufre su ciudad. La misma que no hace mucho presumía de su porvenir. Hoy en día, lastrado por el paro y la pobreza.
 Los extrabajadores andan por uno de los caminos que conducen a Santana Motor. Foto: Serendipia Fotógrafos
Los extrabajadores andan por uno de los caminos que conducen a Santana Motor. Foto: Serendipia Fotógrafos

ASOCIACIÓN 28 FEBRERO, EL DESPUÉS DE SANTANA MOTOR

No es un hogar del pensionista. Los miembros de la Asociación de Promoción Social 28 Febrero son jubilados, pero con unas ganas tremendas de trabajar y reinventarse cada día. Los santaneros fueron importantes para la vida de la ciudad durante el funcionamiento de la fábrica y lo son ahora, cuando es poco más o menos que un amasijo de hierros. No es extraño verlos en el yacimiento arqueológico de Cástulo en pleno mes de julio mano a mano con los arqueólogos o en el archivo municipal. Siempre echando una mano. Esa labor desinteresada no pasa desapercibida para los linarenses, ni para las atoridades. A finales del pasado año, la Junta de Andalucía otorgó, a través de la Consejería de Igualdad y Políticas Sociales, el Premio Andaluz de Voluntariado 2016 en la modalidad de Entidad de Voluntariado al colectivo, a propuesta de la Asociación de Hermandad de Donantes de Sangre, por el esfuerzo que realizan las personas que la integran para dedicar parte de su tiempo a hacer la vida de los demás un poco mejor.

   

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