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Dependo de cien alumnos

Por Bernardo Munuera Montero - Noviembre 20, 2017
Dependo de cien alumnos

Dependo de cien alumnos. O de mí depende que cien alumnos sean más felices de lo que son ahora. Se puede mirar de las dos maneras. Cien alumnos, que se dice pronto, es la parcela de tierra que me ha tocado roturar y labrar este curso. Si empiezas a contarlos con tranquilidad, paz y sosiego, uno, dos, tres, cuatro… Ana, Paco, Rafa, Icíar… suman cuatro aulas completas, cuatro aulas de un IES de Córdoba, que son, para mí, las cuatro aulas con los alumnos más felices del IES Trassierra. Muchos más felices que los demás, desde luego. Un aula de primero, otra de segundo, una de tercero y otra colmada de adolescentes de 4º de ESO. Sumas hormonas y resultan más de cien. Ven, cuenta; mira: cien.

Pues bien, ahora yo digo: mis alumnos son únicos. Todos. No hay ninguno que se parezca a otro. ¿Iguales? ¡Y un mojón! Distintos y diferentes el uno de la otra y la una del otro. Más distintos entre sí que un elefante de un suricato. Pero no te despistes, espera, que sigo, que te explico por qué son más felices.

Son distintos porque yo he querido que sean distintos, que se distingan de los demás, que brillen de otra manera. Sí, por su felicidad, sobre todo por su felicidad, aunque ellos no lo vean a la primera. Por supuesto. Si un docente no se obstina en la felicidad de sus alumnos, cuéntame tú a mí qué hace un docente en un IES.

Entonces, si una de las funciones de un docente es procurar que sus alumnos sean más felices, qué menos que pedirle a un profesor de Lengua Castellana y Literatura, por ejemplo, que les abra el melón y les enseñe los tesoros que esconden las bibliotecas públicas. Son vías para adquirir nuevo conocimiento y también sabiduría de la vida, lugares para el estudio y sitios donde retroalimentar la creatividad de cualquier alumno. Creo en las bibliotecas. Amo las bibliotecas. Uso las bibliotecas.

Dependo de cien alumnos, escribía al principio. Y viceversa. Por este motivo estoy obligado, —casi viene en el DNI, queridísimo—, a hacer que mis alumnos sean más felices que ayer. Con esta responsabilidad en mi sesera les exijo al principio de curso un trozo de papel, les pido que se saquen el carné de la biblioteca más cercana a su casa;  un trozo de papel que les va a procurar más felicidad y más conocimiento, más cultura. ¡Hasta pueden conseguir hasta un punto en el primer examen del curso si me lo presentan!

Y así comienzan, algunos alumnos nunca la habían visitado, a frecuentar la biblioteca una vez al mes. Hasta conocen a adolescentes de otros colegios. Hasta desarrollan habilidades sociales. Hasta toman prestado un libro que es una novedad editorial ajustada a sus hormonas. Hasta se divierten en el recreo contándole a su mejor amigo de qué va la historia que han leído. Hasta les da por escribir una reseña para el blog del aula. Hasta descubren un tema para toda la vida. Hasta dan con su profesión. Hasta comienzan a expresarse mejor, por escrito y de manera oral. Hasta se harán editores, algunos, y lo sé: va a suceder. Hasta son más felices; hasta ¡son! más felices, repito. Y todo porque un docente les insinuó un día en clase que visitar bibliotecas cambia la vida. Algunos no se lo creían hasta que les ha sucedido.

Y así ha de ser, pienso. Y así ha de ser porque hay hombres y mujeres que solo llegaron a ser hombres y mujeres gracias a una biblioteca que visitaban todos los meses, cerca de su casa, cerca de su IES, puesta ahí, en su vida. Triunfaron. Blumm escribe en blumm.blog todas las semanas.

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