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Educar con cámaras

Por Fran Cano - Junio 18, 2017
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Educar con cámaras
Una de las madres, desconsolada, en un capítulo de 'Hermano Mayor'. Foto: Twitter Hermano Mayor.

Hermano Mayor muestra cada semana la locura de jóvenes violentos; la duda es cuánto tiempo pasa entre la llegada del equipo y la promesa de redención

Cuando escuché por primera vez la palabra ni-ni, me sonó a algo inofensivo: alguien que no estudia ni trabaja, pero quizá por una suerte de nihilismo. Hermano Mayor ha cambiado la idea que yo tenía de un segmento de los ni-nis; los que muestra el programa exhiben una locura extraña, están llenos de violencia y en su falta de ambiciones no hay rastro de motivos poéticos. Dan miedo. El Gobierno ha creado el cheque ni-ni para rescatar a 608.000 jóvenes. La condición del plan corta de raíz —en teoría— la posibilidad de que alguno cobre la ayuda sin hacer nada; es obligatorio que el beneficiario tenga un contrato de formación con la empresa. Vuelvo a Hermano Mayor. Primero el exjugador de waterpolo Pedro Aguado, ahora el boxeador Jero García, el programa siempre elige a un tutor con un pasado difícil para propiciar la empatía con los menores auxiliados. El modo de hacer se repite: el equipo visita la casa, mete las cámaras para registrar los momentos de violencia y luego llega Jero, dispuesto a tenderle la mano al chico o la chica sin ganas de nada. Hay de todo: menores que no han superado un duelo; chavales incomprendidos por la familia, que a menudo necesita tanta intervención como el protagonista; jóvenes sin motivación que patean muebles. Hay siempre conflictos internos y externos. La inmensa mayoría de los capítulos exhibe una evolución positiva de los atendidos, que terminan rotos al comprobar cómo eran antes de la llegada de Hermano Mayor. La gran pregunta que me hago como espectador es cuánto tiempo pasa entre que el equipo del programa llega y se va, rumbo a otro caso. Otra pregunta interesante es medir cuánto de bien —y cuánto de mal— hacen las cámaras desde el punto de vista educativo. Porque lo más difícil es decidir qué mostrar y qué no. Uno de los casos más recientes dejó un momento histórico: un chico reconocía que albergaba aún demasiado rencor para darle un abrazo a su familia e iniciar así un punto de inflexión. Su cara mientras contempla su propia violencia en el ordenador es increíble; una medio sonrisa, como si le pareciera divertido. El propio Jero reconoce que no había visto nada igual. Qué será del chico, pensé después de ver ese corte. Hay algo que me gusta de Hermano Mayor: quién puede oponerse a un intento de ayudar a otro, sobre todo si el auxiliado es menor y está a tiempo de cambiar. Lo que me turba es que haya tanto joven así, corroído por el rencor, sin códigos. Demasiado pronto.

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