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"Lo primero que eché para irme a la residencia fue libreta y bolígrafo"

Por Javier Cano - Marzo 23, 2024
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"Lo primero que eché para irme a la residencia fue libreta y bolígrafo"
La escritora, en un reciente encuentro con alumnos iliturgitanos. Foto cedida por Rafael Casuso.

Con la misma edad a la que la escritora barcelonesa Mercedes Salisachs dejó de escribir y de vivir, la iliturgitana Consuelo Quesada Cano acaba de publicar su primer libro, plena de vitalidad pese a los achaques de la edad: La caracola de Tonino. Un cuento constelado de valores y recuerdos que esta joven veterana se cuajó para sus bisnietos pero que, una vez publicado, está causando ruido, mucho ruido (como canta Sabina). Ruido del bueno.  

—¿Se imaginó, mientras escribía su ópera prima, el revuelo mediático que iba a generar, Consuelo?

—Ni en sueños, ¡ha sido una cosa tan grande lo que está pasando...! Ni ni mi hijo [el profesor universitario Rafael Casuso Quesada, transcriptor y adaptador de la obra] ni yo ni ninguno esperábamos una acogida tan tremenda.

—¿Cómo vive esta experiencia? Parece mentira que desde la privilegiada cima de sus nueve décadas largas pueda estar experimentando nuevas sensaciones. 

—Muy bien, dándole gracias a Dios, lo primero, y también por lo que dicen que me espera. 

—Vamos, que está contenta...

—Claro que sí. Lo hice como una cosa mía, que me salió de adentro, sin pensar en lo que se iba a liar. Lo tenía que haber hecho antes.

—¿Lo suyo es vocación, señora Quesada, o le viene de tradición familiar? ¿Hay escritores en su árbol genealógico?

—No, no, está relacionado con Cantabria [tierra natal de su esposo, Rafael Casuso Hontavilla]. Íbamos allí a pasar el verano y eso me ha hecho evocar muchos recuerdos: los buques que llegaban con los turistas, los pescadores, los chiringuitos... Todo eso me ha inspirado. 

—Ha tardado lo suyo en dar el paso y publicar su primer libro, pero dicen que detrás de todo escritor hay (o debe haber) un buen lector. ¿Se cumple en usted esta sentencia? 

—Una lectora empedernida, he leído mucho, mucho, mucho. He repetido libros, sobre todo me ha gustado mucho Benito Pérez Galdós, recuerdo también Los pilares de la Tierra (que he leído dos veces), García Márquez también me encanta. Y de las mujeres, me gusta muchísimo Isabel Allende. Si sigo, no paro. 

 

Funcionaria municipal desde principios de los años 40 del pasado siglo XX hasta el fin de su vida laboral, es madre de cuatro hijos y fue, también, cocinera antes que... escritora. Una vida rica en acontecimientos cotidianos, que la autora transcribe en un entrañable relato copado de valores.

 

—¿Qué ha pesado más en Consuelo Quesada a la hora de escribir La caracola de Tonino (diseñado e ilustrado, por cierto, por la pintora Paula Pérez Camacho)una intención puramente literaria, artística, o la comunicación de un mensaje?

—No he querido demostrar nada, esto me ha salido así a mí y yo misma me pregunto muchas veces de dónde me ha salido. Antes tenía la vista muy buena, pero desde que estoy en la residencia he perdido mucha vista. 

—Esa residencia donde, precisamente, ha creado usted su primera obra édita...

—Aquí lo he escrito, sí. No sabía qué hacer, no conocía nadie y entonces... ¡Fíjate, lo primero que eché cuando me iba a venir a la residencia fue una libreta roja y un bolígrafo!

—Algo se barruntaba entonces, Consuelo.

—Se ve que tenía intención ya de hacer algo, sí. 

—Ejemplos de escritoras de un solo libro los hay, vaya que sí. ¿Será usted una de ellas, o ya tiene en mente un próximo trabajo?

—Lo he intentado, pero no puedo, con la vista. Aunque tengo el título de un libro, sí: Mi calle

—Cuando tenía prácticamente su misma edad, Rosa Chacel advertía del peligro de adelantar el bautismo de un libro, por el riesgo que implicaba de que se lo robasen. Pero ya que lo anuncia usted misma, y con ese título tan diáfano, parece claro que volverá a tirar de recuerdos, ¿no?

—Era una calle muy bonita, muy estrechita, por la que no pasaba nada más que el coche de los muertos. Yo jugaba con mis amigas, una de ellas hija de Pepe, el que hacía las cajas, jugábamos al escondite y nos poníamos detrás de los ataúdes, cogíamos las virutas en sacos... Eso es digno de contarse. 

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