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¡Es el estado, estúpido! ¡Y la socialdemocracia!

Por José Antonio Peña - Octubre 25, 2017
¡Es el estado, estúpido! ¡Y la socialdemocracia!
'¡Es el estado, estúpido! ¡Y la socialdemocracia!' es el título del artículo con el que debuta en Lacontradejaén José Antonio Peña, profesor de la Universidad Pablo Olavide.

Casi todos los nacionalismos (excluyendo quizá los asociados a naciones transestatales como la kurda), tanto mayoritarios y dominantes en los estados, como minoritarios —para los cuales la consecución de un estado propio es su programa máximo—, son engordados principalmente por el estado mismo en todos sus niveles político-administrativos: estatal, regional o local. Esta capacidad de engorde de los nacionalismos por parte del estado procede del poder tradicionalmente abusivo de éste en cualquiera de dichos niveles, por ejemplo mediante el control de la educación y disponiendo de medios de comunicación de titularidad estatal.

Es por ello, al margen de por otros factores de política doméstica, históricos, legales o electorales, que los estados ya constituidos se ven desarmados argumentalmente frente a las estrategias y vías de acción de los estados postulantes. Así, por ejemplo, aceptar la necesidad de revisar la manifiesta manipulación de los contenidos emitidos por TV3 implicaría necesariamente revisar también los contenidos de otros canales televisivos autonómicos y de la propia TVE, lo que a su vez implicaría para el estado tener que reconocer abiertamente ante la ciudadanía como mínimo el potencial manipulador per se de sus medios de comunicación (inclusive los regionales y locales), lo que dificultaría precisamente la capacidad de control que el estado pretende ejercer sobre la ciudadanía a través de dichos medios.

Además, aun aceptando que unos medios de comunicación estatales pudieran tener mayor voluntad y éxito en su pretensión manipuladora que otros, en cualquier caso la diferencia entre ellos sería de grado, pero nunca de esencia, de manera que habría que aceptar también que todos los medios poseen la capacidad de modular dicha manipulación en función del momento o para la defensa de intereses concretos (en el caso de TV3 o de Catalunya Ràdio, ahora la consecución de la independencia de Cataluña).

Igualmente, la supervisión de “lo que se enseña” en los colegios e institutos estatales catalanes implicaría a su vez supervisar “lo que se enseña” en los colegios e institutos estatales del resto de España, lo que nuevamente a su vez implicaría para el estado tener que reconocer abiertamente ante la ciudadanía que mediante la educación se puede fomentar relatos nacionales y sentimientos de identificación nacional, los cuales, además, a veces, como en el caso de Cataluña, colisionan (lo cual no obsta para que haya ciudadanos que se sienten al mismo tiempo españoles y catalanes), y además ello otra vez dificultaría precisamente la capacidad de control que el estado pretende ejercer sobre la ciudadanía a través de la educación.

A su vez, los que hasta ahora han operado como partidos sistémicos —socialdemócratas–, Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español, que además han alcanzado acuerdos de gobierno desde hace décadas con partidos nacionalistas periféricos sobre muchas cuestiones ahora en litigio, en caso de pretender corregir tales disfuncionalidades correrían el riesgo de que el estado que ellos monopolizan se viese deslegitimado y erosionado en su ejercicio monopolístico, acusado de manifiesta dejación de funciones al permitir dichas disfuncionalidades tanto en los medios de comunicación estatales como en materia educativa en uno de sus niveles político-administrativos: en este caso el regional (catalán).

De ahí la incapacidad del estado para combatir lo que él mismo inevitablemente engorda siguiendo lógicas estatales internas, a través igualmente de las ingentes ayudas y subvenciones de todo tipo empleadas luego directa o indirectamente para fomentar nacionalismos concurrentes y concedidas por el propio estado tanto a nivel central como regional al calor del consenso socialdemócrata. Unas lógicas que provocan el corrimiento de las lealtades institucionales y por tanto contradicciones internas que conducen en ocasiones —como la que actualmente vive España—- al cuestionamiento del propio estado por parte de un estado postulante sobre la base de un nacionalismo periférico obligatoria e inevitablemente engordado por el estado mismo en el marco de su ingente capacidad de gasto al amparo ideológico de la socialdemocracia, nacionalismo al cual al mismo tiempo no podría dejar de engordar sin cuestionar su propia naturaleza de estado benefactor y sin socavar por tanto sus propios fundamentos como tal estado-providencia.

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