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La belleza del momento

Por Javier Esturillo - Febrero 16, 2017
La belleza del momento
Fotograma de la película "Memento", de Christopher Nolan.

Fue un día extraño. De esos en los que dudas, porque sabes que los planes suelen salir mal. Con todo, tiras hacia adelante, sin pensar en lo que te deparará el destino. Alguien me dijo que el mejor trago es el último, el que peor sabe, pero el que siempre recordarás porque deja el poso de la madrugada, de la amargura, del pintalabios en el vaso, de la chica que nunca volverás a ver. El mismo que cuando recorre tu garganta te quema como una brasa ardiendo. Te has vuelto a equivocar. Lo sabes. Aquel sábado, no hubo camino recto, sino renglones torcidos. La conocí cuando no existía originalidad, sino excesos.

Llegó sin hacer ruido. Se sentó frente a mí. Sus ojos se clavaron en mi mirada. Tras unos minutos de tanteo, procedí al cortejo, con la simplicidad de un hombre que había mutado. Enseguida se articularon las palabras hasta crear una conversación que, a la mañana siguiente, olvidaría como olvidas que la vida jode con intensidad sin darte cuenta, cuando menos lo esperas. Ella aceptó el reto. La charla fue vanal. En ese instante, me acordé de la película 'Memento'. Una cinta cautivadora que habla del desorden, de lo frágil que es la memoria, el recuerdo, la sensibilidad de lo padecido, el amor. A Christopher Nolan siempre le he tenido un cariño especial. Es un tipo extraño. Le gusta arriesgar. Su cabeza es una especie de cubo de Rubik. Hay mentes maravillosas por su complejidad y la de Nolan o la de David Fincher me apasionan de la misma manera que sigo enamorado de Kubrick, Scorsese, Coppola o Berlanga.

Salí a la calle a fumar. Entre calada y charla, la vi salir. No dijo adiós. Me quedé mirándola. Andaba con paso firme y sin mirar atrás. En aquel momento, pensé, de nuevo, en 'Memento' y en lo pasajero que es todo. Es como si en un abrir y cerrar de ojos, se va todo a la mierda. A la mañana siguiente, el dolor de cabeza era insoportable. No recordaba ni el perfume, ni su nombre, ni lo que hablé, solo el pelo alborotado de una chica dulce. No me tatúe nada en mi cuerpo. Hubiera sido lo propio. De ese modo, todo habría sido más fácil. De aquella noche, solo me quedó una tarjeta de visita arrugada y manchada. Lo suficiente para saber que a la vida hay que buscarle otra razón. Ahí afuera hay cosas que, a pesar de todo, merecen la pena: el último estreno, el concierto que no vi de The National, la victoria de tu equipo, la sonrisa de un niño, el valor de pegarle una ostia a la realidad. Es el puto momento de la belleza.

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