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Lo grande y lo pequeño

Por Juan Luis Sotés - Junio 04, 2017
Lo grande y lo pequeño
El periodista Juan Luis Sotés nos habla de algo tan cercano y tal lejano como es la política: "Es hacer las cosas a lo grande y no ocuparse por los chismes".

“Hacer política es hacer las cosas a lo grande y no ocuparse por los chismes”. Podría ser de Cicerón o de Lord Palmerston pero no, esta profunda sentencia corresponde a una cabeza privilegiada entre los estadistas contemporáneos. Es Mariano Rajoy, autor de tantas y tantas otras frases memorables, quien deja ante un grupo de miembros de la UGT y ante la posteridad esta perla de sabiduría que, por otra parte, revela más de lo que pretende sobre política y relaciones de poder en el siglo XXI.

Me explico. El ser político es el ser que se afirma a sí mismo en su relación con el otro dentro de un espacio común. Así, cualquier acción humana encaminada en esa dirección supone un ejercicio de la política, esto es, lo referente a la polis. Por otra parte, la política entendida como ejercicio del poder público podría coincidir o no con dichos objetivos ya que un acto de afirmación desde el poder supone per se un evidente desequilibrio en la relación entre todos y cada uno de los miembros libres e iguales de la comunidad. Así, la misma definición de lo que es o deja de ser política, hecha desde el poder, reduce el término a los estrechos márgenes en los que el mismo poder se desenvuelve, legitimando así cada una de sus acciones y deslegitimando la acción política del individuo como tal. Aún más, el propio poder es el único capaz de prescindir de la política llegado el caso, siempre bajo circunstancias “excepcionales”. He ahí el célebre apotegma atribuido a Franco: “Haga usted como yo y no se meta en política”.

Esta concepción reduccionista de la política conviene enormemente a ese brumoso espectro que denominamos “poder” que incluye no solamente a los representantes electos de los ciudadanos sino al resto de instituciones estatales y a los agentes económicos que sustentan toda la estructura social. En un mundo globalizado, dicha estructura alcanza además la misma dimensión global, lo que hace casi imposible el surgimiento de una voluntad unánime que se oponga a sus designios.

Aquí encontramos la aparente contradicción que surge entre el modelo neoliberal que se nos impone desde el poder, la exaltación del individuo, y el hecho de que a ese mismo individuo emancipado del Papá Estado se le prive de su misma razón de ser: ejercer como agente político autónomo. Contradicción que no es tal si nos atenemos a ese mismo modelo, ya que los conceptos de libertad y opresión que se manejan desde el poder son exclusivamente mercantilistas. Así, el ciudadano ideal sería aquel que abdica de cualquier responsabilidad en relación con sus semejantes en su propio beneficio, permitiendo el flujo constante del dinero. La economía se ha convertido al fin en un fin en si mismo para la sociedad, excluyendo cualquier otro bien más deseable desde el punto de vista espiritual y, desde luego, eliminando cualquier idea de cohesión dentro de los grupos humanos.

Por eso, el poder, desde el neodarwinismo social, puede dedicarse a “hacer las cosas a lo grande” siempre en beneficio de los más aptos y sin preocuparse de todos aquellos que vayan quedando en el camino. Y sin preocuparse, por supuesto, de todas aquellas tonterías que pretenden ensombrecer la marcha triunfal de la especie: corrupciones, injerencias, bobadas que solo incumben a la propia estructura del poder de la que el ciudadano ha quedado al margen. Y si se resiste a ello, ese Estado inexistente a la hora de regular en beneficio de todos ejerce la única función que le resta más allá de la de intermediario: la coerción y la fuerza. Posee además la herramienta del lenguaje para nombrar las cosas: esto se llama Democracia y es deseable; fuera de esto, el Caos, la Anarquía.

En su discurso ante atentos y silentes sindicalistas, Rajoy resume la esencia de las grandes cosas: la buena marcha de la economía, la necesidad de sus reformas y la obligación de no dar marcha atrás. “Hay que ocuparse de lo importante”, concluye. Y es tanto como decir que la política ocupa el lugar central de un organismo superior dedicado tan solo a su autopreservación.

Nosotros, los microbios, las bacterias, sujetos a la Ley Natural nos limitamos a vivir en el microcosmos del sustento cotidiano, de la dignidad personal, del amor en nuestras relaciones, de la convivencia armónica, de la libertad de ser quienes deseamos ser y hacer aquello que nos permita conseguirlo; ocupados en deshacernos del miedo y la incertidumbre,  en aprender y descubrir y conocer, en afrontar con seguridad el paso del tiempo, en experimentar el placer de la existencia, de un entorno bello y saludable, la paz que otorga saber que alguien se preocupa por ti, la entrega sin demanda. Aquellas pequeñas cosas.

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