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El monstruo del humano moderno a un teclado pegado

Por Jesús Tíscar - Julio 04, 2017
El monstruo del humano moderno a un teclado pegado
El monstruo del humano moderno a un teclado pegado, por Jesús Tíscar.

Un pavo, un pavo. Declaraba un pavo hace poco en una entrevista —no me acuerdo qué pavo, no me apetece buscarlo, da lo mismo, perezón de Google, creo recordar que era un pavo de esos con cara de decir poco o lo justo y tocar mucho o demasiado la guitarra acústica estando solico en su casa, una casa extrañamente amueblada, la veo, la veo, extrañamente amueblada, y con cara de hacerse tés de colores a todas horas; ya sabéis, esa clase de pavos— algo así como que las redes sociales han venido a mostrarnos la cantidad de mierda que la gente tiene en la cabeza. Y qué verdad que es, oye, qué verdad que es, qué razón tiene ese pavo. Pero es que, si sólo fuera eso, mierda en la cabeza (tantísimo odio proveniente de un complejo de inferioridad momificante), pues la cosa tampoco sería tan grave, vamos a dejarnos de pamplinas. No seamos tan impresionables. El caso es ir soltándola, la mierda, y vaciando el cráneo y luego, si eso, meterle un manguerazo de zotal y permanganato y a seguir con el viejo truco de opinar.

Lo malo, ay dios, lo verdaderamente malo es que a la mierda en la cabeza se le suelen sumar las faltas de ortografía, mierda con pus, y entonces sí, entonces el monstruo del humano moderno a un teclado pegado se convierte en una criatura abominable, peligrosa y muy obscena, muy obscena, sobre todo cuando el monstruo del humano moderno a un teclado pegado afea las faltas de ortografía de otro monstruo del humano moderno a un teclado pegado cometiéndolas él también. Eso sí que no lo aguanto. ¡Escarnio público!

¿Pero de qué estás escribiendo, sangre de plástico, si esto de la ortografía ya no le importa a nadie? Estoy acabado, próximamente inventaré el ventilador eléctrico y verás qué fresquito. Porque hasta tal punto, fíjate en lo que te digo, hasta tal punto se obvia la ortografía que, cuando uno se sube al trono de la perfección impoluta y la corrige y hasta se burla sañudamente de las incorrecciones perpetradas, ya nadie replica, en su descargo, aquello de «es que yo no pude estudiar porque tuve que ponerme a trabajar a los doce años para ayudar a mi familia» o alguna otra tontería sentimentolaboral por el estilo. No. Ya no. Ahora se le echa la culpa al corrector y listo. Joder, un corrector que yerra y no lo despedimos, y no lo descambiamos, y no lo pisoteamos, ¿dónde se ha visto eso? Estamos gilipollas (bueno, estáis, estáis gilipollas: yo le anulo el corrector a todos mis ordenadores, teléfonos y frigoríficos, se pongan como se pongan las mujeres que habitan mi casa). Seguidamente, culpado el corrector, te dan las gracias por el aviso, con la boca chica, piensan que eres un mentecato y un tocapelotas y un antiguo, ¡la hosti qué antiguo el calvoncho!, y se olvidan de la enseñanza que, para su provecho y de balde, les has impartido.

Anda y que os den muchísimo por culo, gentuza, que sois gentuza, que sólo os interesa la lengua que escribís cuando, de pronto, os entra la perra de que en el diccionario de la RAE se comete un racismo, un clasismo, un machismo en una acepción y entonces queréis quemarlo, el diccionario, quemarlo, verlo arder, y no se os mete en la puta cabeza que la culpa del racismo, del clasismo, del machismo ese que tanto ha afectado a vuestra sensibilidad de imbéciles no es del diccionario, sino de vuestros antepasados y los míos, que eran unos cafres y unos palominosos de esos que se huelen los dedos después de rascarse el ojete, y observad que he escrito sino y no si no, y observad que he escrito observad y no observar, y observad que he escrito he escrito y no e escrito. No lo puedo remediar.

Pero vosotros qué vais a observar (observad que he escrito qué vais y no que vais) si no os interesa un pijo, si en esto de la ortografía no hay «delito social» que valga para quedar estupendos delante de la prima de Julia —que ha venido de conocer gente en Berlín— echándoos las manos a la cabeza, so ridículos, que sois unos ridículos, y observad que he escrito echándoos y no hechandusos o cualquiera otra forma de atentado de esos que practicáis y os quedáis tan frescos ahí con vuestro David Bowie y vuestra terapia Gestalt y vuestro inglés traidor y vuestros tatuajes ñoños y vuestro decirles «qué bonicos» a los padres viejacos, y por lo tanto feísimos, de los amigos cuando los sacan en una foto en Facebook. Os detesto profundamente, maldita sea la hora en que os conocí. Sois tóxicos, no aportáis más que ignominia y fruncimiento al alma de las personas.

Y ahora, buscadme la falta de ortografía que he cometido a cosa hecha y a mala idea en este texto imposible de mejorar para daros la oportunidad de restregarme vuestra insignificancia vengativa, que me voy a reír, chisgarabises, que me voy a reír mucho o bastante con las gafas del revés y la sotabarba henchida.

** Lacontradejáen no se hace responsable de las opiniones expresadas por sus colaboradores en la sección de Voces.
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