Noche y luz

La entrevista con la psicóloga Raquel Salido dio pie a una pregunta que nos hicimos mi compañera y yo fuera de cámara:

—¿Qué preferirías? ¿Todo el día de sol o todo oscuro, de noche?

Creo que ahora, con el cansancio acumulado por la ola de calor, cambiaría mi respuesta. Quizá mejor la noche, todas las horas a oscuras. Quizá sería un caos.

Porque harían falta más aparatos eléctricos. Más gasto.

Porque —supongo— robar sería más fácil. Más sinvergüenzas escondidos.

Porque si todo es noche, ¿dónde buscaríamos la luz? No estaría en la calle. Tampoco está ya la luz que desprendían las columnas de Cuartango en El Mundo. 

Cuando me reafirmo como viejoven o neorrural, alguien que prefiere el ancla en el pueblo a vivir en una ciudad, siempre celebro que mi pueblo es andaluz. Que hay sol. Y que un par de rayos a mediodía mientras tecleo en el escritorio me transmiten algo gratuito que uno no encontraría, por ejemplo, a las cuatro de la tarde en Polonia. Antonio Gala dice eso que tanto me gusta de anda-luz.

Es por eso —y por las tardes perdidas de fútbol sala, por los paseos con el perro, por las comidas en la casa de campo– que yo voté enseguida “mejor las 24 horas de luz”.

Pero ha llegado esta ola y me ha hecho dudar. Dudar no es nada nuevo. Es la incertidumbre que habito.

La noche entera suena muy bien, a hit del verano. Todo luz debe de ser el título de algún poema.

Y me acuerdo ahora del final de la primera temporada de True Detective: las estrellas que esconden historias. La batalla de la oscuridad contra la luz.