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Sin arnés

Por Esperanza Calzado - Febrero 07, 2017
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Sin arnés
Víctimas de la precariedad laboral, en este caso, de la Gran Depresión de EE UU.

Horarios maratonianos con sueldos que no dan ni para pagar la luz. Hoy, todo sea dicho de paso, sube otro 12%. Un mercado laboral que, tras el de Polonia, es el más precario de Europa a ojos de la Organización Internacional del Trabajo. Angustia, tristeza y decepción son los males que asolan a esas miles de personas que se han quedado en paro. Víctimas de una crisis que no han generado y de la que nunca saldrán recompensados.

¿Qué pasa con los que todavía trabajan? Con aquellos que viven con el yugo de los dictados de la reforma laboral. A merced de empresas que buscan rentabilizar sus beneficios hasta el último céntimo. Aquellos que, en el momento menos pensado, tienen que escuchar de boca de sus jefes que son los responsables de que la cosa vaya mal, ya sea por la escasa producción o porque lo que hacen no es de la suficiente calidad. Un martilleo psicológico del que nadie dice nada. Que a veces es verdad pero que otras muchas es solo una excusa.

A esos reivindico hoy. A esos cientos de miles de trabajadores que se dejan la piel, de sol a sol, en sus puestos porque les gusta. Porque a pesar de la tiranía de las condiciones impuestas por la crisis económica están dispuesto a sacar adelante a sus empresas. Quieren y lo necesitan. Son dignos de mi admiración, por ejemplo, la plantilla de Salud Responde. Precariedad, estrés, tensión y una responsabilidad hasta límites insospechados. Delante de estas adversidades armas como el tesón, la ilusión y el sentido del deber. Son las que utilizan esos trescientos, como los de Zack Snyder o Frank Miller, que no decaen. Y lo digo con conocimiento de causa. Porque me he sentado con ellos, a modo de psicólogo, y los he escuchado desahogarse.

Ellos no son héroes, no. Son los trabajadores del siglo XXI. Un siglo en el que Jáen, a consideración del segundo Plan Estratégico, tiene el mejor capital humano de la historia. El mejor preparado y lo dejamos escapar. La conocida fuga de cerebros. No sé por qué es tan complicado ser profeta en tu tierra.

Dice Chema Alonso, el hacker del mal, que una empresa no es nada sin el compañerismo, sin la pasión de sus trabajadores por lo que hacen. También lo dice con conocimiento de causa. No creo que nadie se atreva a discutir que le va bien. "Sé feliz con lo que haces o serás mediocre toda tu vida". Qué bonita es la aseveración y qué difícil cumplirla cuando la hipoteca aprieta. Aseveran los expertos, los que no se cansan en emitir estudios, que hasta un 80% de los trabajadores no son felices en sus puestos de trabajo. Y no se pueden quejar porque hay gente que lo está pasando infinitamente peor. En efecto, aquellos a los que se les ha robado la vida y las ilusiones. Las víctimas de la crisis.

Recuerda cuáles son tus metas, deja de quejarte, valórate y premia tu propio esfuerzo; cuida la relación con tus compañeros, no hagas del trabajo una competición, da la bienvenida a los cambios y, sobre todo, convierte el optimismo en tu bandera.  A mí me funciona. Pero también es verdad que ahora soy empresaria y mi vida está arreglada -léase el tono ironía-.

Cuando hablo de estas cosas siempre pienso en la misma imagen: Almuerzo sobre un rascacielos. La famosa fotografía en blanco y negro tomada durante la construcción del Edificio RCA en el Rockefeller Center de Nueva York, en 1932. Once trabajadores de la construcción almorzando, sentados en una viga con los pies colgando a unos 256 metros de altura. No tienen arneses. Era un anuncio. Para mí, un reflejo de la Gran Depresión, cuando la gente estaba dispuesta a aceptar cualquier trabajo por precario que fuera. Ahí arriba está ahora España, Andalucía y Jaén. No dejemos que se caigan, no seamos mediocres.

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