Telepromoción

La publicidad en la caja tonta es transversal: no hacen falta espacios ad hoc ni anuncios; está por todas partes

Un colega escribió hace un par de días en Facebook que el Black Friday bien podía llamarse Black Week. Mi amigo, como todo navegante en la red, se dio cuenta de que el día del consumo a supuestos precios rebajados era en realidad una semana. Esa volatilidad de otra fecha más americana que alienta al consumo refleja que la publicidad hace tiempo que dejó de tener espacios. Los espacios son publicidad, y lo que hay entre unos y otros, contenido. En la tele todo es más diáfano. Porque mientras asistes a ese programa que te gusta, por debajo hay créditos o líneas de letras que van y vienen para que llames cuanto antes a ese número que te dará ese premio que seguro necesitas. Tanto pasa en la retransmisión de un partido fútbol: la publicidad igual está en una esquina anunciando el siguiente contenido tras el partido que en el mismo césped, con las vallas publicitarias rotando de marcas, cambiando de luces, como una máquina tragaperras. Cada poco tiempo aparece en Twitter un hashtag disfrazado de tendencia que es solo una campaña de una marca en redes. Yo no puedo atacar la publicidad; el modelo de negocio de este este medio está basado en ella. Sí que entiendo que es interesante enjuiciar qué papel decidimos darle en la sociedad: la publicidad para sostener proyectos —mejores o peores— que dan puestos de trabajo o la publicidad para homogeneizar las ideas. Siento que está tan incrustada en nosotros, en lo que somos, que cuando TVE retiró los anuncios en las dos cadenas estatales pensé que sería una maravilla: el Gobierno acertaba por fin, parecía una regulación con sentido. La paradoja es que a veces extraño los anuncios, ya sea para ir al baño o para ese punto de desconexión con lo que ves que en este tiempo es tan frecuente; la atención dispersa encaja con los carruseles de anuncios. Llega la Navidad. Es decir, tres meses de promoción.