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Tengo el blues

Por Manuel Molina Glez - Julio 15, 2017
Tengo el blues
Manuel Molina Glez nos habla de blues y de lo que está por venir.

No lo sabía pero tengo el blues, un viajero con blues. Lo he tenido mientras escuchaba a Buddy Guy en el coche camino de otro país y recordaba su actuación en la plaza de toros de Cazorla, convertida en verdadera cultura, sin sangre ni zarandajas taurinas, dándolo todo después de varios tragos de un carísimo coñac francés  que no soltaba de su mano derecha después del concierto, mientras atendía medios y aficionados con el brillo de sus ojos llenos de blues. Él dijo que tanto olivo loma arriba y abajo le recordaba al llegar a Cazorla a su tierra con enormes plantaciones de algodón. Tenía al blues en el traslado desde el aeropuerto y le dijo a la banda que ese día harían blues. El jefe manda, a darlo todo. Me sorprende cómo han llegado a viejos tantos artistas de blues, que no hicieron ascos a nada de lo que podía destruirles. Con el tiempo la organización del festival Bluescazorla le devolvió gentilmente la visita y aterrizaron en su bar en los USA.

El viajero ha visitado Cazorla una semana antes del evento y ya aparecía el saborcillo blusero por las calles, cartelería que recuerda los veintidós años —ahora llega alguno con su hijo—, el escenario principal erguido con su logo bien visible y los camiones de cerveza aprovisionando cafeterías y bares. Un fin de semana con todo completo, pueblos de alrededor incluidos, en los que se mezcla el epicúreo disfrute de la música, la compañía junto al bebercio y comercio. No hay incidentes reseñables y es una noticia porque con los miles de asistentes como público los de la Cruz Roja se suelen aburrir mirando las pantallas de sus móviles.

Ya llegan los bluseros con su pantalón corto y su camiseta negra, gafas y algo para cubrirse del Lorenzo, que pega tela. No obstante, por las plazas y escenarios hay aspersores y pistolas de agua para que el personal esté solamente en lo que tiene que estar, escuchando estrellas del blues (o del rock) junto a la interpretación de aficionados, que en ocasiones coinciden y logran momentos inolvidables. Los más inquietos pueden asistir a las clases magistrales y aprender técnicas de vibraciones o punteos. Tienen el blues.

Me gusta este festival porque es el más importante de la provincia, el hermano mayor. Su difusión con el boca oído ha propiciado un público fiel que repite y la emisión cada año en los calurosas noches de TVE también ha ayudado. Me gusta esta fiesta laica ¡en Jaén!, la vieja exaltación del cruce de caminos y el comportamiento cívico de la mayoría de ese público adulto de clase media que acude sin problemas dejando buenos dividendos en la comarca. No gustan de camping, prefieren habitación. He llegado a vivir casi quince horas seguidas de blues en Cazorla, de las cuales dos tercios eran gratuitas. Tal vez teníamos el blues.

Y qué decir de la organización. Cuando no se sabe nada de ella es que lo ha hecho bien. La cantidad de personas que se implican desde el que pone una silla hasta el que traslada a un artista desde el hotel procuran que la eficacia esté por encima de la adversidad cuando surge. Tres escenarios y un teatro dan para mucho.  El viajero que ahora otea un paisaje idílico de verdor y temperatura fresca escucha en la distancia de miles de kilómetros el blues y recuerda el de Cazorleans, el que ayudaron a poner en pie Carlos y Chris, ahora recientes cordobeses del año, lejos de aquel primer concierto con trescientos asistentes y la pregunta del millón: ¿un festival de blues en la Sierra? Así es.

El viajero no obstante, se llevó un sobresalto al ver un ciervo —no sé si macho o hembra— con un cervatillo, ambos de algún metal pintado de blanco y de porte gigantesco. La obra estaba ubicada en una rotonda no acabada, creo. No haremos valoración de la escultura desde el punto de vista artístico sino que deberíamos pensar, quienes gustamos de Cazorla, que ya tiene una imagen de enorme belleza en sí misma, como colgando su lenta blancura por una ladera, y podríamos pensar que si el dineral de la susodicha obra tal vez se hubiese destinado a mover de sitio a una gasolinera y as una enorme antena que estorban la vista de los viajeros a la llegada, todos hubiésemos ganado. Ahora hay tres impedimentos, tres distracciones. Quienes deciden estas cosillas tal vez tuvieran ese día el blues. ¡Viva Cazorleans! Me ha parecido oír, aunque estoy muy lejos ahora mismo.

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