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Jaén y sus tontopollas

Por Jesús Tíscar - Junio 07, 2017
Jaén y sus tontopollas
Jesús Tíscar nos habla, en clave de humor, de 'Jaén y sus tontopollas'.

¿Te quieres callar ya, que me tienes la cabeza como un bombo? Mira, lo que le pasa a la ciudad de Jaén es que mima mucho a sus tontopollas, eso es lo que le pasa a la ciudad de Jaén: que mima mucho a sus tontopollas. ¿Estamos o no? Disfruta mimándolos. A sus tontopollas. Y elogiándolos. A sus tontopollas. Y admirándolos. A sus tontopollas. Y presume de tener amistad con ellos, con sus tontopollas. Eso es lo que le pasa a la ciudad de Jaén: que, por aquello de los amigos hasta en el infierno y demás servilismos, se siente muy orgullosa de llevarse bien con sus tontopollas y además lo cree muy conveniente.

—Yo tengo bastante amistad con ese tontopollas que va por ahí, ¿sabes?, ese, ese que va por ahí, ese canosillo, el del saquito azul —suele informar la ciudad de Jaén, chuleándose, presumiendo de vida social y de contactos delante de la Maripaqui, en los patios de butacas, cuando el tontopollas va a mear porque, humano como es, y bebedor, y chorrinoso, el tontopollas se está meando.

Y en los bares, ¡ay en los bares! En los bares, la ciudad de Jaén se levanta a saludarlos, a saludar a sus tontopollas, de un salto, en cuanto los ve llegar, a veces incluso un segundo antes de que lleguen, o dos, dos segundos antes de que lleguen los tontopollas; se levanta como si la silla de pronto ardiera, ¡raca!, la cara medio descompuesta de alegría, el belfo temblón de gustirriniqui, el pecho adelantado en plan voy para allá, y para allá que va, amabilísima y payasáncana, la ciudad de Jaén a juntarse con el tontopollas y a preguntarle «qué». Eso es lo que la ciudad de Jaén, tras salvar el gentío de cañas y huesos de olivitas, les pregunta en los bares a sus tontopollas:

—Qué.

Y sus tontopollas responden:

—Na.

Y entonces la ciudad de Jaén se pone muy contenta, así de ancha, se bufa y se puja y se dilata y se achurrasca de satisfacción y se pide otro tubo por lo que valga, y más olivitas, porque sus tontopollas le han respondido «na» a su pregunta «qué» cuando se podían haber hecho los desentendidos, los longuis, los tuquieneres, y eso demuestra que los tontopollas son guais y enrollados y sencillotes, pese a lo tontopollas que son, pese a la inmensa categoría de tontopollas que han alcanzado a lo largo de muchos años de esfuerzo, tesón y privaciones, y no han tenido reparos a la hora de rebajarse a hablar con ella, con la ciudad de Jaén, así, de tú a tú, de igual a igual, de ñi a ño, de cho a chi, como si en vez de unos reconocidos tontopollas fuesen unos simples chalaazos a los que nadie conoce ni saluda ni invita a su parcelilla, de esos que ni son tontopollas ni son nada, pero se creen alguien.

Es entonces cuando la ciudad de Jaén se arrodea —¿sabes lo que te digo?, se arrodea: es entonces cuando la ciudad de Jaén se arrodea— para cerciorarse de que la Maripaqui y los otros, el Jose y la Sonia, en estado ella, sin casar, y él en paro, no veas tú el plan, están siendo testigos de su desenfadada, de su confianzuda, de su inceremoniosa y provechosa conversación con el tontopollas que ha entrado, los ojos blanduchos, la boca inconcreta, el ano recíproco de sentimiento y cosilla. Mira, mira cómo me codeo con este grandísimo tontopollas, mira cómo me mira para hablarme, y yo a él, mira cómo lo rozo, yo puedo, puedo rozarlo, yo tengo el privilegio de rozar a los tontopollas, a este tontopollas, ¿queréis que os lo presente? ¿Os lo presento? ¿Eh? ¿Os lo presento? Si os lo presento yo, seguro que se deja presentar.

Y es que, por sus tontopollas, la ciudad de Jaén profesa una especie de veneración comparable a la que emplea los viernes santos. De hecho, yo creo que si algún imaginero bueno y valiente recreara una santa cena de tontopollas y la sacaran en procesión, la ciudad de Jaén se quedaría afónica. Todo el mundo tendría en su haber una vivencia, una anécdota, un episodio más bien cómico y sin duda exclusivo con alguno de ellos, con alguno de los tontopollas representados en la santa cena de los tontopollas: la historia esa del «si vieras lo que nos pasó», esa que te cuentan aunque no quieras, esa que te cuentan aunque les tapones la boca con alquitrán, y en la que el tontopollas queda inmortalizado como tontopollas por su gracejo incesante, incesante, por su destreza popular, popular, por su carisma amoroso, amoroso, o por el bolondrón de farlopa que pilló aquella vez, aquella vez, sin tener un duro, el cabrón, ¿cómo se las apañaría? Y he ahí el mito, el mito, he ahí el mito. Mitológicos tontopollas de gracejo y bolondrón.

Esto los tontopollas de Jaén lo saben, todo esto que digo, lo saben, que son mitológicos, lo saben, vaya si lo saben, qué mitológico soy, soy más mitológico que na, no dejan de saberlo, todo el día sabiéndolo, dale que te pego a saberlo, y son conscientes de que, como tontopollas, se han ganado para siempre la admiración, el respeto, el cariño y la envidia de sus paisanos, y los ves andando por la calle o desayunando en La Colombiana, a los tontopollas, o entrando a trabajar a la Diputación o curioseando en las ferias de artesanía o guardándole el perro a alguien en El Pósito siempre con la misma pose de tontopollas sagrado, de tontopollas mimado, de tontopollas mantenido, consentido, laureado, la cual consiste en parecer que, de pleno derecho, o porque sí, merecen el plato de comida que les sustenta cada día, los tontopollas.

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