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'El amor en su lugar': el arte en su lugar

Por Pablo Díaz Tena - Julio 31, 2022
'El amor en su lugar': el arte en su lugar
Escena de la película ‘El amor en su lugar’.

El amor en su lugar es una película hermosa y lúcida que desmitifica el concepto de arte como hobby, para decirnos que es nuestra esencia y nuestro narrador existencial

Conviene resolver un problema de nomenclatura antes de empezar a desgranar la nueva película de Rodrigo Cortés. El amor en su lugar es un caso paradigmático de cómo la traducción es capaz de fastidiar un título. Love Gets a Room —que lo podríamos traducir como El amor consigue una habitación— es el título original de la obra. La relevancia de optar por el título inmaculado de la película no es casual, ya que éste —a diferencia del que se ha escogido para la comercialización en España— está dotado de un contenido polisémico; por un lado, es el nombre de la obra teatral que se representa en la película y por otro, es el mensaje de la misma: el amor consigue una habitación.

El amor consigue un espacio en una vivienda donde aparentemente era imposible o, si se quiere, el amor es capaz de florecer y reinar incluso durante el nazismo. Pero subyacente al mensaje principal se esconde otro no menos importante: el arte subsiste como última y única expresión genuina de la humanidad. El arte también obtiene su habitación en los tiempos más sombríos y los ilumina, como en la reciente pandemia.

El amor en su lugar transcurre en la Varsovia de 1942, ciudad invadida por los nazis y donde los judíos se agrupan en guetos. La trama gira entorno a unos actores y actrices integrantes de una obra de teatro —obra que de hecho fue interpretada durante esa época, ya que la cinta está basada en hechos reales—, que cada noche, tras muchas penurias, se reúnen para dar vida al texto teatral. Paralelamente a la representación de la obra, tanto en el escenario como entre bambalinas, el drama personal de dos amantes abocados a la distancia, así como otras historias íntimas y trágicas se desatan ante nuestros ojos, siempre teniendo presente, como telón de fondo, el inevitable genocidio que sería perpetrado por parte de las tropas alemanas. Las dos líneas argumentales expuestas —obra de teatro y vidas de los personajes— no funcionan como espacios distintos, sino que se integran en un mismo ámbito, y aquí reside la clave del filme.

La película empieza con un largo plano secuencia, que narra el trayecto de la chica protagonista desde una parte de la ciudad hasta el teatro donde transcurre el resto de la cinta. En estos minutos de trávelin se puede condensar parte de la esencia de la obra; esta escena, como la representación teatral de la que somos testigos, recoge en poco tiempo las más dispares situaciones: desde la comedia negra hasta la tragedia, pasando por el thriller. El arte —y no Las Artes— como síntesis y reflejo de todas las experiencias vitales, el arte como motor. Cuando la cámara descansa y nos situamos en el teatro, la representación de la obra teatral no hace más que reiterar este concepto; no hay una historia o arte paralelo; es la misma historia que se cuenta de otro modo. El elenco que compone la película —no es necesario particularizar, ya que el reparto funciona de manera coral en perfecta armonía— consigue la proeza interpretativa de realizar el triple salto mortal: por un lado, la película; por otro lado, la obra teatral dentro de la película; y como colofón, la fusión de ambas. Gestos, diálogos y silencios fluctúan entre escenario y bambalinas. No hay obra dentro de la obra —como juego metaficcional clásico—, la obra es de una pureza que no admite fragmentaciones.

Para no ser discordante con la naturalidad de la película, Rodrigo Cortés —cineasta camaleónico, capaz de entregar obras de autor como Concursante o películas de estudio como Luces rojas con la misma efectividad— dirige con la perfección de un artista que ha sido capaz de priorizar la obra frente a un marco de lucimiento personal. El director español narra con la maestría propia de aquellos elegidos que son capaces de reflejar su personalidad en todo momento sin que se note lo mas mínimo; movimientos de cámara, primeros planos, aberraciones ópticas y un sinfín de recursos estilísticos se utilizan siempre en consonancia con lo que se está contando. El narrador se evapora para que se cristalice lo narrado. Cortés dirige su primera obra maestra gracias renunciar a la juvenil —e insegura— necesidad de la virguería estilística y entregarse por completo al guion. Ya no necesita ser alguien como sí lo requería en su ópera prima Concursante —aunque paradójicamente debido a esa necesidad, acabara emulando a Scorsese—, ya lo es.

En definitiva, El amor en su lugar es una película hermosa y lúcida que desmitifica el concepto de arte como hobby, para decirnos que es nuestra esencia —lo que nos distingue de otras especies y nos hace únicos, desde las atávicas pinturas rupestres— y nuestro narrador existencial. El arte, en singular, es una necesidad humana que se materializa como última trinchera en tiempos oscuros y también como amor que emana de crear simbolismos y relatos que nos perduran. El arte, como el amor, siempre consigue su habitación y siempre será nuestro lugar.

 Cartel de ‘El amor en su lugar’.
Cartel de ‘El amor en su lugar’.

FICHA TÉCNICA

Título original: Love Gets a Room

Año: 2021

Duración: 103 minutos

Creador: Rodrigo Cortés

Nota en IMDB: 6,9

Nota en FilmAffinity: 6,9

La película está disponible en Movistar+

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