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"Tía, ya no tengo sentimientos"

Por Manuel Molina Glez - Septiembre 24, 2020
"Tía, ya no tengo sentimientos"

Hola, A., espero que alguien ya te haya dicho ya que sí tienes sentimientos, malos, pero los tienes. Me diste el día cuando pude ver la noticia de la paliza que le habías dado a otra chica un año menor. En Jaén. Se me revuelve el estómago cuando leo algo sobre una agresión así, tan desmedida, gratuita y encima jaleada y retransmitida. Lo peor es que encima he podido ver el vídeo, una vez que te han denunciado y detenido, porque de lo contrario hubiese actuado yo mismo como denunciante. Muy mal, ¿no? Deduzco de las imágenes que pegas bien, que no es la primera vez que te ves arreando. Se te ve suelta. Sorprende en alguien tan modosita, en apariencia. Te supongo maqueándote esa mañana y preparándote para quedar con las coleguitas. Cucha, la ropa es de clase media y la pinturilla demuestra que quieres gustar. No sé a quién, pero quieres destacar. Has elegido una víctima propicia como la chusma que piensa como tú, alguien más indefenso, tonta no eres y buscas sparring —búscalo en el diccionario— si sabes abrirlo o teclear en san Google. Buscas alguien concreto de quien sabes de antemano que no te va a hacer daño, que reciba y no de. Qué cobarde eres, ¿no?, ¿serías capaz de entrarle a una de segundo de bachillerato que va al gimnasio? Ves, sí tienes sentimientos, bajunos, pero los tienes.

¿Tú sabes qué se siente cuando te arrean una hostia como las que has repartido? En principio mucho calor en la zona donde se impacta. Quema. Si la somanta persiste y caen patadas y puñetazos intentas de manera instintiva protegerte, pero siempre queda un hueco por el cual se puede acceder al estómago, al costado o la nariz, que en las refriegas casi siempre es la más escandalosa recepción porque junto a las cejas, sangran pronto. Cuando sangras por la nariz después de recibir unos golpes sientes también calor, parece ser que el cuerpo se defiende con calor de las agresiones. Sientes como si un río viscoso eligiese tu nariz para salir. Aprecio en las imágenes que tu víctima no sabe defenderse muy bien, está muy entregada, es dócil para patearla o elegir dónde pegar la próxima coz. La petición de clemencia es indicadora de que no va a presentar batalla. Cuando uno crece en un barrio humilde sabe de esas cosas. Me ha sorprendido que la humillación se prolongue después de que tu víctima aún aturdida por la paliza siga sangrando y le arremetas otro banderillazo: “Tía, yo no tengo sentimientos, límpiate con la mascarilla”. Qué superioridad, un diez en el manual del capullismo. Te ha faltado brindar al público. Esas nueve palabras en alguien con una hemorragia en la nariz duelen también. Mucho. Tardó tres días en que su familia se enterase de lo ocurrido. Tres días suponen 72 horas, 4.000 y pico minutos. ¿Te has angustiado alguna vez un solo minuto? Multiplica lo que una cabeza llena de la mierda que has provocado puede soportar. ¿Cómo salir a la calle?, ¿a quién contarlo? Ese silencio es tan doloroso que algunos adolecentes, chicos o chicas, lo han cortado de raíz, a la tremenda, por el lado más frágil. Busca, por ejemplo, ahora que a lo mejor tienes más tiempo la historia por la cual un joven llamadoJokin se tiró de lo alto de la muralla de Fuenterrabía y no para volar. Fíjate, tenía también 14 años, como tú y decidió “la paz eterna antes que las palizas” que le propinaban compañeros desalmados como tú. Sabes, lo sabían muchos otros, porque lo presenciaron, pero callaron.

Ah, esa es otra, imprescindible para entender la historia. Los tétricos mariachis voluntarios. ¿Qué fue antes el que decide grabar o el que decide pegar? He ahí la cuestión. La faena de matona no tiene gracia si no tiene público. Los cirquitos romanos de las puertas de los institutos siempre han sido un clásico. Dos gallitos dirimiendo diferencias con los puños y el resto jaleando. Este caso era diferente porque una arreaba y la otra simplemente recibía. Y ahí está el deleznable y patético papel desempeñado por B y C, que también tienen sentimientos de escoria, comen pipas mientras todo sucede. Una suerte siempre que las hostias vayan para otro lado, qué risa da. “tá facherita”, que escucharíais en el Tik Tok. Bonicas tenéis una importante parte de culpa por omisión de socorro, (informaos de lo que es). Os situáis en el comienzo de la escala de aquellos que les gustaba ir a las ejecuciones de garrote vil en las plazas públicas comiéndose un bocadillo mientras tanto. Chicas me parece que avanza el desierto sentimental en vuestras vidas. Un poquito de ley os debería caer, al menos para borrar las risas que habéis echado mientras maltratan a una chica de forma tan deplorable. No mover ni un dedito, cobardes.

Que se retransmite. Ojo, que tal vez la víctima, con las dos solitas, podría devolver unas yoyas para que le dieran a nuestra anestésica sentimental A tarjeta VIP en una clínica dental. Pero el corrillo amedrenta. Tu superioridad se basa en la matemática, sois más y salvo los espartanos, que acabaron mal, pocas veces los menos se han impuesto a los más, tratándose de puños. Hay que ser muy imbécil, busca la etimología, que esta es buena, para presenciar una escena tan rastrera y grabarla comiendo pipas. No sé quién es más idiota si tú, penosa desfiguración de Urtáin, o los desgraciados aprendices de cine gore. Aparece D. que graba, que es tan estúpido que sabe lo sabroso que puede ser el reparto de hostias en Instagram, Mira la A como le mete a la inútil esta, ji,ji,ji,ji. Vengan likes, me gusta, que nos los quitan de las manos. A las redes, vamos a descojonarnos del débil, cucha la tía, ji,ji,ji,ji. Nada como una red para machacar a alguien. ¿Tenéis preferencias? Síííí, los débiles y distintos. ¿Cómo os sentís? En la pantalla se os aprecia muy, muy divertidas, pero no sé luego cómo gestionáis vuestra miseria, porque en el fondo aunque sonriáis tanto sabéis que verdaderamente sois miserables, muy miserables. Ves como sí tenéis sentimientos, sentimientos miserables. Las ratas eligen a los más débiles (y a los viejos) para probar un alimento nuevo. Esperan a que lo pruebe y aguardan pacientemente a ver si la diña. Ay, si las ratas supieran reír como vosotras.

Los hechos se conocieron días después al llegar el vídeo a un vecino de la víctima que lo puso en conocimiento de sus padres. ¿Cómo os sentíais? Supongo que megabien. Los indocumentados que recibían el vídeo tal vez se descojonaran de la proeza. Qué grande eres A. & sus secuaces B.C y el cameraman D, me gusta, te sigo, grande. Subidón. ¿Y los cobardes que no se reían y callaban? Ese es el triunfo del matonismo, el silencio cómplice. La pérdida de la ética comienza por ese disimulo y ocultamiento. Una simple pregunta: si todos sabías, ¿por qué callabais? A nadie le gusta ser catalogado de chivato, pero supongo que menos gustaría que te inflen a hostias y lo vea todo el instituto, ¿no?, oye, tú, ¿a ti te gustaría? Ese silencio me ha hecho conocer gente que destrozó la vida de otra gente porque los matones actuaban y el resto callaba como monos, tal vez por la suerte nerviosa de pensar que no le había tocado la desgracia. Conozco un caso de un compañero que tuvo que dejar el centro y marcharse de la localidad, vivió un infierno. Dos matones de clase desde los trece a los catorce años lo machacaron, lo esperaban, le escupían en la cara, le rajaban la mochila, le echaban tierra en el bocadillo, le daban también hostias, tan solo porque era amanerado y apocado. Fíjate tú porque no era como la mayoría de su clase. Un día lo defendí y me ardió la cara del puñetazo, pero me revolví como una furia y devolví lo que pude. Delante de mí se guardaron los dos mierdas de machacarlo, pero había otros momentos, otros lugares para hacerlo. Hace unos años lo invité a participar en unos actos de aquel centro. Me contestó que en la vida volvería a él y menos con aquellos dos descerebrados presentes. Se le habían quedado todas las vejaciones de por vida en su cabeza y lo atormentaban. Toda la vida. Veis A, B,C,D, podéis tener un secarral de sentimientos y quemar los de otros. Toda la vida pueden ser muchas horas, muchos minutos con la mochila llena de sufrimiento.

Hace años detecté un problema de acoso en una de mis clases de ESO, catorce añitos también. Indagué en el asunto y salieron muchos trapos sucios. Conocí al rascar en la superficie y ahondar muchos más casos de los que podía imaginar. Montamos una obra de teatro que reflejara la realidad del maltrato. Combinamos historias ficticias, aunque verosímiles, con otras reales escritas por algunos participantes, que habían vivido en primera persona, aunque todo tenía apariencia de invención. Llenamos el teatro de colegas de 13 y 14 años, como vosotros. Cuando se va al teatro, como los mosqueteros del Barroco, se va a armar jaleo, ieééééé. Comenzó la obra, mira el fulanito qué pinta, iéééé. Pero poco a poco se iba produciendo el silencio. Ié. Cuando los dos actores que habían recibido el maltrato contaron sus historias en forma de monólogo —hay que tener redaños para eso— tuve la suerte de apreciarlo desde la parte superior del teatro y veía cómo poco a poco la mayoría se rebullía en su butaca, se deslizaba hacia la punta de esta. La gran mayoría callaba porque se reconocía así, callada en lo que les contaban. Zasca, un bofetón de realidad poniendo al descubierto su cobardía, su silencio cómplice. Un espejito mágico. Los sentimientos les supuraban, la culpa, el reconocimiento de la falta de auxilio como hormigas les devoraba la conciencia. Llega la escena final. Se enciende un luz cenital y de la parte superior de la escena cuelga una soga sobre una silla. Los dos protagonistas se acercan y la miran. Ya no solo son ellos, son todo el público silencioso. Se apagan todas las luces menos una que ilumina la cuerda un minuto, un eterno minuto, un incomodísimo minuto. Y se baja el telón. No hay aplausos, nadie se atreve a comenzar a batir palmas. Habíamos logrado crear el silencio cómplice. Hubo muchas lágrimas porque aquella escena había logrado cargarse parte del matonismo y de la maldad. No sé cuánto habrá durado. No estoy vacunado contra ese mal, me llevan los demonios cada vez que veo un niñato o una niñata dando hostias a otro/a más débil. Decía Sófocles que la guerra es eterna; la maldad, también. A,B,C,D, espero que crezca la culpa en vuestros escasos sentimientos. Tal vez así os vacunéis del mal que lleváis dentro y estemos los demás a resguardo de él. Ya habéis hecho bastante daño.

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