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Me ajogo

Por Francisco López Góngora - Marzo 01, 2019
Me ajogo

Si van a leer este artículo quiero advertirles, antes de que vayamos a mayores, de que me ajogo, que es ahogarse pero más, a lo bestia, a todo lo que da esa j jaenera rasgando la faringe, arándola. Lo de la j en cuestión no es de mi cosecha, se lo debo al Joaquín Sabina de Borja, como te ajogues te mato. El caso es que cuando me ajogo me pongo pesimista hasta las trancas. Dicho queda.

Leo las cifras de la despoblación de Jaén City en el informe de la Consejería de Hacienda de la Junta de Andalucía “Proyección de la población de Andalucía, provincias y ámbitos subregionales 2016-2070”. Viene a decir que perderemos cerca de seis mil ciudadanos en veinte años —hay quien dice con razones verosímiles que en bastantes menos— y que nos acercaremos peligrosamente a la barrera de los cien mil habitantes, por debajo de la cual el maltrato que sufrimos cada día en cuanto a inversiones e infraestructuras se acentuará y gozará de barra libre con canapés, bolsa de cotillón llenetica de pirulas de colores y chunda chunda reggeatonero, amparado en la coartada de la escasez poblacional.

La Universidad de Jaén y la UNED invierten en la capacitación, en el talento. Procuran enseñanza superior y ofrecen el insoslayable master a los alumnos de Grado de la provincia. No se trata de un negocio, sino de una inversión, pues los precios públicos de las matrículas no cubren los costes de los títulos universitarios. Constituye un esfuerzo colectivo, un imprescindible empleo de recursos en, si no garantizar la igualdad,— que ya les digo yo que no la garantiz—-, sí en reducir la brecha de la desigualdad de oportunidades entre los ciudadanos, en mantenerla en los niveles aceptables para quienes mandan, esto es, en conservarlos un pelín insoportables, pero aguantables. En eso no hay problema. Porque aquí aguantamos como el que más, lo que nos echen. Fíjense si tenemos aguante, que aguantamos a nuestros políticos, que ya es aguantar. Somos campeones en aguante. Námbers Juan, que decía aquel.

Lo que sucede con los titulados en nuestras universidades es triste historia. El informe de rentas salariales en Andalucía elaborado por CCOO a partir de los datos de la Agencia Tributaria no deja lugar a dudas. En Jaén, el 52,6% de los trabajadores con nómina percibió en 2016 menos de 660 euros.  Somos, junto con Huelva, el vagón de cola de Andalucía, y Andalucía, junto a Extremadura, las autonomías donde menos se paga el trabajo en España. Para que se hagan una idea, 24.886 euros ganó de media una persona asalariada en Madrid, el doble de los 12.462 euros que recibió como estipendio medio un currito de nuestra provincia en 2016.

Padecemos una pertinaz escasez de puestos en nuestro escuálido tejido industrial, y los puestos que existen rara vez se remuneran con justicia. Existe la creencia generalizada entre nuestros titulados, tanto universitarios como de enseñanzas medias y efepés varios, de que el sector privado en la capital, y por extensión en la provincia, no valora el talento ni la dedicación, el convencimiento de que el salario es claramente inferior al de provincias limítrofes, la experiencia de que la estabilidad laboral es una quimera. Es por ello que ese talento joven que debiera construir nuestro futuro, en lugar de emparejarse y procrear jaeneritos a cascoporro para revertir la sangría poblacional, acaba emigrando en cuanto le hacen la primera o la segunda gatada laboral. Eso vale para quienes encuentran un trabajo, para los agraciados. De los que no encuentran laburo, ya ni les cuento.

Por desgracia, el panorama empuja a nuestra muchachada a marcharse de una ciudad que, para más inri, gracias a sus maravillosos gobiernos municipales, subsiste en absoluta bancarrota. Cuando los jóvenes emigran, —ahora viene lo mejor, la rebarabamba de los turbantes—, llevándose con el talento la inversión realizada en su formación, lo hacen en una red ferroviaria con una oferta horaria y una calidad lamentables, o sufriendo el chistoso bochorno de coger un avión en el aeropuerto Federico García Lorca Granada-Jaén. O tal vez, por ahorrarse esa última tomadura de pelo en forma de guión delirante y desvergonzado, —un guión que parece nada, una mota en el papel, pero que mide ciento y pico kilómetros—, toman el móvil hastiados y hastiadas y hastiades y pillan un Blablacar baratuno que los lleve lejos a toda pastilla antes de que Jaén se les venga encima y les atrape para siempre, ajogándoles.

En el próximo artículo prometo optimismo a raudales, soluciones creativas, etc. Y tengo que hablarles del vídeo de Úbeda.

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