LA DOBLE BATALLA POR VIVIR
—Ahora hay que ayudar a la que siempre ayuda.
Conversar veinte minutos con Ana Serna Espinosa (Baños de la Encina, 1971) requiere de papel y lápiz. Quien conoce a esta bañusca sabe que es una mujer enérgica, positiva, comprometida y sin pelos en la lengua. Dice lo que piensa para lo bueno y para lo malo y su discurso está plagado de reflexiones que bien dan para escribir un libro (que todo se andará...). Cabeza de lista del PP en las últimas elecciones municipales en su tierra natal, vive en Linares, donde desde hace años desarrolla su vida profesional. Como tantos y tantos ciudadanos, la pandemia ha marcado un antes y un después en su vida, aunque jamás pensó que su calendario quedaría marcado de color rosa para siempre.
En estas últimas semanas ha lidiado con miedos desconocidos. Ha toreado virus y bacterias, por no hablar de enfrentarse a una enfermedad que todavía hoy es tabú para muchas personas. Porque si entrar en un quirófano de urgencia ya es un trago por el que nadie quiere atravesar, hacerlo en tiempos de Covid-19, menos todavía. Casi sin darse cuenta ha pasado a ser una estadística oficial. En los últimos 25 años se han detectado más de 1.500 casos de cáncer de mama en Jaén. Desde 1995 se han realizado pruebas a 125.402 jiennenses para detectar posibles tumores. Para tener éxito en el control de esta enfermedad, la detección precoz es esencial.
Pero si vital es robarle páginas al calendario, también lo es la manera de afrontar la enfermedad. Es muy frecuente utilizar eufemismos para referirse a ella, porque es una palabra asociada a la muerte y que produce pavor. Este año, la Asociación Española Contra el Cáncer puso en marcha una campaña en redes sociales para recoger testimonios de personas que padecen esta enfermedad a través de la etiqueta #LlámaloCáncer, y así contribuir a romper con el "tabú" que implica esta palabra en el ámbito social. Perder el miedo a pronunciar la palabra es el primer paso para curarse.
La Fundación Actitud Frente al Cáncer reconoce que un paciente bien informado puede entender y gestionar de forma óptima su dolencia. Favorece el empoderamiento y el cambio de actitud frente al cáncer. La doctora Ana María Casas, oncóloga y experta en la materia, un día vio cómo ella misma era atacada por la enfermedad que llevaba años tratando en sus pacientes. "Pierdes vanidad y dejas de dar importancia a esas cosas que te parecen importantes durante la vida normal y en ese momento te parecen irrelevantes. Te hace consciente de que eres un ser finito", explicó en una entrevista al diario ABC, mientas seguía su tratamiento en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Cuando le pidieron un consejo a esta experta fue clara: "No tener miedo ni sentirse como una víctima”.
Quizás Ana Serna no conozca a su tocaya Casas. Puede que nunca haya leído su entrevista o que lo haga a raíz de este reportaje. Pero ambas comparten esa actitud frente a la dolencia que les ha tocado vivir, en distintos tiempos y en diferentes circunstancias. Y porque contar lo que a uno le ocurre libera a la vez que puede servir a otros de ayuda, esta bañusca relata cómo ha sido su antes y después de una operación de cáncer de mama de urgencia en tiempos de coronavirus.
UN MINUTO DE MIEDO AL PASILLO VACÍO
—Ana, buenos días. ¿Cómo te encuentras? Te quedan pocas horas para ingresar en el quirófano. ¿Cómo estás?
—A los todoterrenos nos sobran los caminos y este lo pienso recorrer.
Así arranca un serial de conversaciones entre quien suscribe este reportaje y Ana Serna Espinosa. Unas entrevistas para conocer el antes, durante y después de una operación que cuenta con un factor añadido, la Covid-19. Porque hay que tener en cuenta que una de cada tres personas con cáncer padece ansiedad y depresión a causa del confinamiento provocado por la crisis del coronavirus. Dos de los factores que han provocado estos problemas psicológicos son la sobreinformación y el miedo al contagio, según la Asociación Española Contra el Cáncer. En este episodio, la bañusca cuenta su experiencia por si puede servir de ayuda.
Todo comenzó la "dramática" semana del 20 de septiembre. Fue a Granada a hacerse una resonancia de seguimiento por otras dolencias cuando le comunicaron que su prima, con 52 años, había fallecido. Su familiar estaba cuidando de su padre, el tío de Ana Serna, que murió dos días después. Esa misma semana, el jueves (día que no olvidará nunca) estaba acostada y se notó el pezón retraído.
—Me palpé y vi que tenía un bulto.
Inmediatamente acudió al médico de cabecera y sólo con la exploración que le realizó la enfermera ya detectaron que algo no iba bien.
—Tenía claro que, con la que está cayendo con el coronavirus, no iba a urgencias.
Ese es el miedo que tienen muchos pacientes en estos tiempos. Lo que hizo fue ponerse en contacto con su ginecólogo y él puso la maquinaria en marcha. En apenas dos días la citaron en el Hospital San Agustín de Linares, donde le confirmaron la presencia de un tumor que había que operar.
—Ese mismo día me hice la biopsia. Estaba sola.
Todo el que lea estas líneas y conozca un poco a Ana Serna podrá deducir que le dio la vuelta a la situación como a un calcetín.
—Lo hicimos divertido a pesar de que no es nada agradable. Decidí, desde el minuto cero, que esto había que afrontarlo con actitud.
Del hospital salió con su mama sangrante, sola y mareada en el aparcamiento. Tuvo que llamar a un amigo. A pesar de que le mandaron reposo, al día siguiente se fue a trabajar mientras su mama, como ella ironiza, cogía un color negro aceituna. Fue entonces cuando la llamaron para hacerse la resonancia, media hora que se le hizo eterna.
—Yo ya sabía lo que tenía.
Antes de que le comunicaran oficialmente el resultado, Ana Serna ya era consciente de que iba a pasar por un cáncer de mama y que se iba a operar. Otro aspecto que tuvo claro desde el principio es que quería estar informada, quería saberlo todo, desde cómo son las pruebas PCR que le iban a practicar, hasta el mínimo detalle del análisis del ganglio centinela, de la biopsia, de la operación, de la anestesia...
El 4 de noviembre ingresó en el hospital y al día siguiente la operaron.
Esa noche de preoperatorio recibo un mensaje. Son las 21:34 horas y las palabras aparecen debajo de una foto de ella, tumbada en la camilla, con mascarilla. El WhatsApp dice: "Ya sí estoy nerviosa".
Todavía recuerda ese pasillo vacío como mandan los protocolos del coronavirus. Eso sí le impuso. Eso y el miedo a lo que no podía controlar: la anestesia. Contó hasta diez, cayó en un profundo sueño y al día siguiente, a las 12:51, recibo otro mensaje: "Soy Encina, la hermana de Ana. Ha salido muy bien. Ya te llamará".
Efectivamente, todo había salido bien, mejor de lo que esperaba. Mucho mejor de lo que nadie hubiera imaginado, ni ella misma.
—He pasado miedo, literal. Nunca he sentido tanto miedo, ni he estado tan nerviosa. Me sudaban las manos. Me dormí y por la mañana me despertó una enfermera a las siete para ducharme e ir al quirófano. Me pusieron la bata verde, los sueros y vi los pasillos vacíos.
Tuvo la suerte de que en la sala de operaciones vio una cara amiga, su ginecólogo, y eso consuela. Reconoce que es afortunada en todas las circunstancias, no sabe si por su actitud, por su fortaleza física y mental o porque la vida lo ha decidido así. Al igual que agradece a todos los profesionales sanitarios la diligencia, mimo y profesionalidad en su trato, a pesar de las circunstancias, que no son pocas. Su pecho tiene el mismo tamaño que antes de operarse, aunque por dentro "está como vacío", en sus palabras. Se mira en el espejo y sólo ve esos puntos de estética. No es lo más relevante, claro que no, pero ayuda.
—Lo que no controlo es lo que me ha dado miedo, como la anestesia, pero lo que yo controle sale bien porque me lo creo.
Consciente de las circunstancias, Ana Serna tiró de su baúl de fortalezas y decidió que afrontaría sola este trago, con la única ayuda de su hija en el hospital, para evitar que nadie pueda contagiarse o que la contagien a ella. La recuperación la está llevando a cabo en casa de unos amigos, en el campo, aislada y alejada de todo.
Hoy, cuando se publica este reportaje, todavía no ha visto a sus padres ni a sus hermanos, con los que habla por videoconferencia. Bromean por el hecho de que se encuentre tan bien, hasta el punto de que asusta. Pero hay que seguir caminando y esta bañusca ya quiere empezar con su tratamiento. Primero radioterapia. No sabe si tendrá que enfrentarse a la quimioterapia, pero no siente temor, sino energía y ganas de pasar página. Como dijo el primer día de entrevistas: a los todoterrenos les sobran los caminos. Y en este peregrinar, autoconfinada en su recuperación, no está sola, ni mucho menos. A su familia, que la cuida en la distancia, se ha sumado una legión de peregrinos, amigos y compañeros de trabajo, que ahora "ayudan a la que siempre ayuda". Cada uno a su manera, con una palabra de aliento o con una broma; como saben, como pueden, porque para todos esto es nuevo y requiere un proceso de adaptación.
¿Qué piensa pasadas las semanas?
—Esto no es un castigo divino, no es mala suerte y no hay que preguntarse por qué me ha pasado a mí. La vida no hay que entenderla, hay que vivirla.
¿Por qué Ana Serna cuenta su historia, que ni mucho menos ha acabado? Porque está cansada de ver y leer noticias tristes. Vivir un cáncer en mitad de una pandemia puede ser un trauma y una tragedia, pero ella entiende que con actitud se pueden cambiar las cosas y hablando de ellas, eliminando tabús, es posible ayudar a otras personas en las mismas circunstancias.
—Lo estoy viviendo lo mejor que sé.
Tan sencillo, y a la vez tan difícil.
Únete a nuestro boletín