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AQUELLAS MANOS DEL PRESTIGE

AQUELLAS MANOS DEL PRESTIGE

Por Esperanza Calzado - Noviembre 25, 2017
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Uno de los mayores desastres medioambientales de Europa tiene nombre propio: Prestige. En noviembre de 2002, un petrolero se hunde frente a las costas gallegas. Más de 2.000 kilómetros de costa se tiñen de negro; el maldito chapapote. Más de 60.000 toneladas de petróleo. Las finas arenas blancas se empapan de un clamor: "Nunca Máis".

El olor, la sensación de agobio, la rabia y la impotencia vuelan por el aire. Por ese cielo que ya no pueden surcar aquellas aves que se posaron y quedaron atrapadas en el fuel. El vertido se llevó por delante miles de ellas, lo mismo que innumerables recursos marinos. Manuel Troyano, Alfonso Martínez, Pedro López, Miguel Blanca, Eduardo Ordóñez, Juan Ramón Rodríguez, Manuel Díaz, Adolfo Quesada, Eduardo Vilchez, Fran Ortega, Manuel Fernández, José María García, Javier Segura Tarazaga, Alfonso Fernández... Son algunas de aquellas manos del Prestige.

De aquellos miles de voluntarios que dejaron todo a un lado para luchar contra la marea negra. Nombres propios que componen la infinita lista de jiennenses que quisieron aportar su grano de arena a unas costas que lloraban. Treinta buzos de Cruz Roja, autobuses fletados por ayuntamientos como el de Linares o por el Instituto Andaluz de la Juventud, con voluntarios en gran parte universitarios, pero también de organizaciones como Ecologistas en Acción. La esencia del mar de olivos, el aceite, llegó hasta las costas gallegas, lo mismo que el dinero recaudado por asociaciones y colectivos gracias a la venta de lotería o a la organización de eventos. Toda ayuda fue poca. Hoy, quince años después, aquellas manos no olvidan.

DE APAGAR FUEGOS A QUITAR CHAPAPOTE

—Volveríamos a ir sin dudarlo. Manuel Troyano Moreno (Linares, 1976) y Alfonso Martínez Aguilar (Jaén, 1965) son dos de los 12 bomberos de Jaén, más otro de Andújar, que hace 15 años se liaron la manta a la cabeza. Repartidos en tres coches y con fondos propios, se equiparon de todo, por si acaso. Desde sus "uniformes" de trabajo hasta una tetera. Es martes por la tarde cuando reciben al equipo de Lacontradejaén en el parque. Se intercambian miradas cómplices mientras recuerdan qué estaban haciendo cuando se enteraron del accidente del barco petrolero.

—Lo supimos por los medios de comunicación. Luego vimos la marea de gente que subía hasta allí. ¿Por qué no íbamos a hacerlo nosotros? Alfonso Martínez todavía tiene en mente la lista que se colgó en el tablón para que se apuntaran los interesados. A día de hoy, ambos son capaces de dictar, con nombres y dos apellidos inclusive, los participantes en la expedición. Después de Reyes, el 7 de enero, partieron de Jaén, tras semanas de preparativos. Los recogieron en Pontevedra.

—La mentalidad con la que fuimos es que íbamos a pasar fatigas. No sabían a lo que se enfrentaban, incluso se hablaba que la toxicidad podía provocar cáncer. Por aquel entonces, Manuel Troyano "estaba novio" y su pareja le recriminaba la locura. Pero el sentido del deber era mucho más fuerte. Una vez en Pontevera fueron destinados a Carnota. Nada más aparecer, vieron "el cielo abierto".

—Aquello estaba todo lleno de botas, de monos, de guantes, de gafas... De todo lo que hacía falta. Pero no estaba organizado.

Esa fue, al final, la labor de la expedición. Ver cuáles eran las necesidades y coordinar a los voluntarios y las labores.

—La muchacha que estaba allí dirigiendo estaba desbordada, lloraba lloraba. No paraban de llegar autobuses con gente, hasta desde Italia, y a todos los llevaban al polideportivo. Y es que algo tan esencial como la manera de recoger el chapapote era desconocido para la marea de voluntarios. Los pescadores empezaron haciéndolo con las manos. Después ya se pusieron los trajes. Ellos también pagaron la novatada del primer día. Fueron a retirar fuel allí dónde nos dijeron. Pero luego se dieron cuenta que eran más operativos organizando. Era como intervenir en un accidente de mercancías peligrosas pero a lo grande, con muchísima gente. Coordinarlos no fue sencillo.

—Claro que nos preocupaba hacerlo mal. Si vas a solucionar un problema y por el contrario lo agravas... claro que te preocupa. Más nosotros que tenemos, supuestamente, más conocimientos que la media de voluntarios que había allí. Vieron despilfarro, pero también empresas que se hicieron ricas gracias al Prestige. Fueron testigos del renacer de esos pueblos pero también de trabajadores, como por ejemplo canteros, que iban obligados a colaborar, a regañadientes.

—Cojones, que me he hecho mil kilómetros para venir a ayudarte a ti a todos los que vivís aquí y vosotros venís quejosos. Pero no todo lo que destapó el chapapote fue malo.

—Los propios pescadores lo decían, que estaban llegando subvenciones. Alfonso Martínez ha vuelto varias veces más al lugar. Lo ha hecho con su familia y el panorama ha cambiado mucho. No solo porque la arena es blanca y no quedan restos del negro maldito, sino por la transformación de la zona.

—Allí no había ni bares, solo uno. Ahora hay bares, hay restaurantes...

NOTARIO DE LA TRAGEDIA

Javier Segura Tarazaga quería que la tragedia no se olvidara. El carolinense no solo deseaba ayudar, sino dejar constancia fotoperiodística de lo que estaba pasando.

—Me encanta el periodismo puro y duro y fui con esa idea, con la de ser como un Robert Capa que cubre la noticia. Una de sus instantáneas bebió, sin querer o guiado por el subconsciente, de las fuentes de la foto Muerte de un miliciano que realizó el corresponsal gráfico de guerra y fotoperiodista húngaro durante la Guerra Civil española. Ese trabajo fotográfico, realizado con tres cuerpos en medio de las rocas y desafiando las leyes de la gravedad, ha sido expuesto recientemente en su tierra natal, La Carolina.

—La gente me ha comentado que le ha transmitido sensación de agobio y eso era lo que buscaba, hacerle llegar el caos del petroleo que allí se vivió.

 Una de las fotografías de Javier Tarazaga que ilustra la exposición en La Carolina.
Una de las fotografías de Javier Tarazaga que ilustra la exposición en La Carolina.

Fue de los tantos que se subió a uno de los autobuses del Instituto Andaluz de la Juventud, de la mano de Ecologistas en Acción. En La Carolina se montó otro paisano. Su viaje duró tres días, a todas luces insuficiente para tanto trabajo cómo allí se requería. Recuerda aquellos primeros momentos. Cuando llegó a uno de los pabellones donde alojaban a los voluntarios y vio cientos de colchones repartidos por el suelo. A renglón seguido, las primeras cadenas de descarga para sacar las cajas de botas, de mascarillas, de chubasqueros, de trajes... Allí todo el mundo quitaba chapapote. Algunos eran los aguadores, los que iban más limpios y nos daban agua.

—Me acuerdo mucho del olor que desprendía el fuel y se me quedó la sensación de que no habíamos hecho nada. Javier Segura agradece la hospitalidad de los gallegos. Se volcaron con los ellos, no es para menos. Muchos habían recorrido mil kilómetros, como los jiennenses, para pasar unos días y echar una mano en lo que hiciera falta. Hoy recuerda aquellas tres jornadas. Evoca las charlas, las tardes tomando una cerveza tras una dura jornada o las partidas de cartas. Él regresó cuatro años después:

—Es curioso. Visitamos las Islas Cíes y nos encontramos restos pequeños de una galleta de chapapote en la parte trasera de la isla. Informamos a las autoridades competentes y limpiarían esos trocitos. Preguntado si volvería, la respuesta es inmediata: sin duda.

 Una de las fotografías realizada por Javier Tarazaga.
Una de las fotografías realizada por Javier Tarazaga.

CONEXIONES DESDE CAMARIÑAS

Por aquel entonces trabajaba en Radio Linares. Alfonso Fernández era uno de los que se apuntó a los viajes organizados por el Ayuntamiento de la Ciudad Minera. Fue a retirar chapapote empujado por la solidaridad que movió a miles de españoles. Pero su profesión le permitió realizar incontables conexiones. Tuvo la fortuna de descubrir caras muy distintas. De entrevistar a las artesanas, hablar con la gente de las rías, con sus industriales. Transmitir al mundo esa otra cara.

—Lo que más me sorprendió fue la forma de recoger chapapote. Una cosa es verlo en televisión y otra en directo. Era como coger aceite con la manos, eso sí, con todo el equipo completo. Recuerda cómo el fuel se le pegaba al guante, la dificultad de verterlo en las espuertas. La dificultad para trabajar en una playa de piedras, la mar picada... Realmente le impactó. De hecho, fue entonces cuando comprendió por qué tanta gente subía a Galicia. No dio tiempo a nada.

La sensación de esos voluntarios es que se volvieron sin ayudar lo suficiente. Con la sensación de que podían haber hecho más. Un sentimiento que demuestra la grandeza de corazón. Que certifica que en las peores catástrofes, la raza humana es capaz de desafiar vientos y mareas para defender su tierra. La misma que hoy, a causa del cambio climático, parece morir poco a poco. Le vuelve a tocar a la ciudadanía levantar las olas de la esa gran marea.

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