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Las bibliotecas y la escuela: de Hitchcock a la luz

Por Manuel Molina Glez - Julio 07, 2018
Las bibliotecas y la escuela: de Hitchcock a la luz
Taller de Haikus en Navas.

El viajero descorre las cortinas de la memoria y se encuentra en un pasillo oscuro de un instituto en los años ochenta del pasado siglo. Al final de aquella inquietante construcción aparecían cuatro peldaños que daban a una puerta misteriosa con un extraño letrero: Biblioteca. Eran tiempos en los que Hitchcook aparecía bastante en televisión y ese era un escenario ideal para sus misteriosas historias. Un lugar siempre cerrado, al final de un pasillo, en el que se imaginaba cualquier elucubración angustiosa, seres de otro mundo, una secta, dobles vidas; todo lo que supusiera la invitación a pensar en algo desconocido.

Alguien, a modo de leyenda transmitida de forma oral, contaba en un recreo, entre bocados al pan con algo de embutido, yo sé lo que hay ahí dentro. Cuenta. ¿Qué sabes? Libros. Vaya. Miles de ejemplares ordenados en estanterías y anaqueles. Para quienes en su mayor parte desconocían lo que era una biblioteca, al ser un elemento ausente en sus viviendas, provocaba una nueva prueba de que aquel misterioso lugar debería ser investigado. Fue infructuoso hasta el cuarto año de instituto. Apareció la puerta abierta y sentada en una mesa una maestra de Hogar, que entonces era una asignatura en la cual solo se matriculaban chicas, los chicos iban a Electricidad. Yo no puede intercambiar la propuesta con la aberración que he tenido a los enchufes, pero en Hogar me dijeron que se tejía, se hacían bolsas, para qué vas tú a necesitar eso. Allí estaba, en un luminoso lugar efectivamente repleto de libros. Como desapreció su asignatura convirtieron por arte de birlibirloque a la señora en bibliotecaria. Magia.

Como en Jurassic Park, nuestro rostro era el mismo que Alan Grant al observar por primera vez los dinosaurios en una remota isla. Una biblioteca en un centro público. El viajero conocía una anterior de un colegio concertado a la que te enviaban cargado de papel en los recreos al recibir un castigo. Los libros parecían parte de las paredes, un simple decorado. Aún se pregunta cómo ese lugar pudo haber germinado brotes verdes de querencia a las bibliotecas con esos mimbres. Centenares de líneas caligráficas con un mantra: no debo hablar en clase. Aún no lo entiende.
La memoria desviste la neblina y se reordena en la inmediatez. Final de curso en los centros tanto de Primaria como de Secundaria, el alumnado contento y el profesorado más aún; las vacaciones. En un lugar de esos centros se ha organizado el material, se han ordenado los estantes o se ha esperado a los rezagados lectores para cerrar los préstamos. Alguien echa la llave después de que numerosas actividades hayan dado vida a espacios luminosos y llenos de vida. Se han unido otras palabras a la que recordaba el viajero y ahora se llama Biblioteca y Centro de Recursos para la Enseñanza y el Aprendizaje (Becrea), le han salido apellidos de lustre.

La Becrea es un espacio alegre y diáfano en muchos casos, dividido en espacios para cada una de las ofertas que realiza a los usuarios, al alumnado, profesorado, padres, madres y quien quiera hacer algo interesante en ese espacio o desde él. Recomendaciones, novedades, préstamos, ordenadores para consultas con conexión a internet, una exposición, un rincón agradable de lectura, olor a vida que se instruye, que genera cultura. Cierran después de crear marionetas, encuentros con autores, talleres de ilustraciones, clubes de lectura y un sinfín de actividades.

 Taller en Valdepeñas. Foto: Molina Glez.
Taller en Valdepeñas. Foto: Molina Glez.

En Jaén han tenido la maravillosa inventiva de ponerles un nombre, una especie de acompañamiento que las señale como un faro. La sorpresa es que casi todas tienen nombre de mujer, escritoras —como parece lógico—, pero también investigadoras, incluso alguna rescatada del anonimato pese a que ejerciese una gran labor en su campo. Me sorprende una que es pura generosidad, han decidido llamarla como la persona que la atendió durante años y puso en marcha desde la nada. Qué extraña es la gratitud, pero a veces qué acertada. Ya no están las bibliotecas cerradas salvo alguna deshonrosa excepción que une el túnel del tiempo a la desidia anacrónica. Están atendidas en la mayor parte de casos por mujeres que no imparten Hogar, sino cualquier materia y aparte de su horario se prestan por puro amor a gestionar una biblioteca, además de formarse en ello. Lo que llamamos complicarse la vida. No reciben en muchos casos ningún reconocimiento ajeno, salvo el de fuera de su centro. Y así como hormiguitas movidas por creer en la importancia de la biblioteca para un centro han logrado que en Andalucía tengamos con puro altruismo una de las mejores redes bibliotecarias escolares, eso sí, de manera silenciosa pero inquebrantable.

Si un día de estos de calor, se encuentran alguna de esas rara avis que declara coordinar una biblioteca escolar les propongo que les ofrezcan un abrazo, un sentido abrazo, como si fuese su merecido salario, pero tengan cuidado porque no tienen la costumbre de recibir nada, por tanto, pongan en ello mimo, sentimiento, amor agradecido.

El viajero llena la mochila con varios ejemplares entre novedades y clásicos para buscar tiempo y un lugar fresco donde leer…

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