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BlaBlaCar y los caminos de la publicidad

Por Fran Cano - Octubre 28, 2018
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BlaBlaCar y los caminos de la publicidad

La publicidad en televisión todavía seduce; mi peor viaje en BlaBlaCar se dio después de ver a la plataforma en un anuncio televisivo

La primera vez que viajé como pasajero en BlaBlaCar fue con un hombre de entre 40 y 50 años que se negó a que le diera el dinero en la mano antes de llegar al destino.

—Tú siempre al final, Fran.

Aquel viaje de estreno fue posible porque BlaBlaCar ya había inundado las redes sociales, y colegas me habían hablado de la facilidad con la que se trazaba todo a partir de la página web. Dudé, pero claro que había que probarlo.

Poco a poco me di cuenta de que era más rápido y más barato que el safari en autobús por el sur de Jaén que propone el transporte público para llegar a la capital. Me hice usuario de la aplicación, siempre prudentemente alejado del volante.

Un día, después de que la plataforma le ganara un pleito a la patronal de autobuses, vi en televisión un anuncio de BlaBlaCar. Ya sí que era mainstream. Qué podía salir mal si había llegado a la tele y los pagos vía Paypal aumentaban la seguridad de unas transacciones que pasaban a ser en mano, sin intermediarios, cuando repetías con el conductor.

Hasta que viví el viaje que intuyo habrá vivido buena parte de los usuarios del coche compartido. El que te manda de vuelta al autobús o te obliga a perder el miedo a la autovía y hacerte dueño de tu propio destino en la carretera.

Conducía un chico —el pelo de punta, la barba incipiente y el acento del sur de Jaén cerrado— que me recogió a la altura del aparcamiento del Paseo de la Estación en Jaén. La novia iba de copiloto, la radio sonaba muy alta y ellos hablaban mientras yo me colocaba el cinturón en el asiento detrás del conductor. Nada más tomar la autovía me di cuenta de que el viaje se me iba a hacer muy largo por más que el conductor se afanaba en hacerlo corto.

Mientras él conducía y departía con su chica, yo me incorporaba para ver por dónde andaba la aguja del velocímetro: 100, 120, 130, 140. Adelantaba a todo lo que se le ponía por delante y lo hacía mirando a su chica en lugar de a la carretera. Tuve algo más que una intuición: nos íbamos a matar.

La idea de morir en aquel momento —finales de 2016— me entristecía porque yo acababa de comprar los muebles para mudarme a mi casa, y pensaba en el despilfarro estéril de aquellos muebles sin estrenar. Estuve tentado de decirle al conductor algo así como: 'Tío, con más calma' o 'Tío, mira la carretera y luego ya cuando aparques hablas con tu novia y le comes la boca como si no hubiera una mañana', pero guardé silencio y, como todo hombre que se precie, en lugar de afrontar los problemas los pospuse. Por suerte, el viaje acabó sin sangre.

Desde entonces suelo viajar con un policía. Me da más seguridad. No estaría mal que los anuncios en televisión de BlaBaCar hiciesen un guiño a las Fuerzas del Orden: comparte coche, ahorra gastos y viaja escoltado.

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