Burbujas gigantes gratis

La gente que alegra las calles son parte del espíritu navideño, y en los medios suelen ser solo planos de recurso

No le pregunté su nombre.
Yo llegaba tarde al Bulevar. Otra vez iba con prisa.
El señor de la fotografía —la gorra de lana, la barba negra tupida, pantalones vaqueros— se las ingeniaba para producir burbujas gigantes en medio de la calle San Clemente. Todo lo hacía con dos palos rojos atados.

Si les parece poca cosa, miren la cara del niño que sale a la izquierda de la imagen: es la felicidad de lo sencillo. Los viandantes con más años también se detenían o al menos lo miraban durante unos segundos. El rastro de las pompas alegraba la tarde noche. Había más que comercios.

En el Paseo de la Estación la megafonía anunciaba algo así como una fiesta en el "centro de Jaén". La gente se colocaba sobre las vallas que separan la cera de la calzada con la expectación propia de la Cabalgata de Reyes; agentes regulaban el tráfico, y los vecinos de la capital iban —eso sí me pareció común— unos con la cuesta hacia arriba, otros hacia abajo.

Me quedé pensando en el señor de las burbujas. Pensé también en otros que hacen lo que les gusta en medio de la rutina ajena: aquel que tocaba el saxofón también en esa calle o un humorista que descubrí en Salamanca, amarrado de la cabeza a los pies. Cuando se liberó de las cuerdas y acabó el espectáculo, le dijo a los espectadores que lo rodeaban:
—Yo trabajo en la calle, pero no vivo en la calle.
Se llevó unas monedas.

El año que viví junto al Teatro Cervantes de Málaga a veces me quedaba mirando al puñado de malabaristas que pasaban las horas a los pies del teatro. Creo que no hablé con ninguno.
Los artistas callejeros llaman la atención, y uno los asocia al espíritu navideño: siempre hay alguien en la calle dispuesto a alegrar a otro a cambio de poco. Quizá haya que entrevistar a más de uno para entender por qué están ahí. Que salten del plano recurso al centro de la historia.