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"Úbeda es maravillosa, no la cambiaría por ningún otro sitio"

Por Javier Cano - Octubre 16, 2020
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"Úbeda es maravillosa, no la cambiaría por ningún otro sitio"
El laureado artesano ubetense Paco Luis Martos.

A Francisco Luis Martos Sánchez (Úbeda, 1969) le pasa como al gran poeta Pepe Hierro, que si alguien le llamaba José casi no se reconocía. Y es que una trayectoria como la suya, brillante, reconocida, internacional y hasta glamurosa se resume en ese Paco Luis Martos con el que firma su producción: artesonados con los que la artesanía se eleva a rango de arte. Una misma raíz léxica para una obra multitudinaria en matices que le ha valido un montón de reconocimientos. El último, el Premio de las Artes de la Construcción concedido por el mecenas norteamericano Richard H. Driehaus junto con los ministerios españoles de Fomento y Cultura. Arte-sonado, pero sonado de verdad.  

—Hace nada y menos que recogió el galardón en Madrid, con una dotación más que sabrosa, diez mil euros, y la misma carga de prestigio que la que sostiene, por ejemplo, una viga de la Catedral de Sevilla. ¿Cómo le ha sentado eso de que le reconozcan fuera de las fronteras nacionales, desde Estados Unidos, donde es usted el carpintero de cabecera de más de una estrella?

—Es un nuevo impulso a mi trayectoria, estoy muy agradecido y aunque estoy acostumbrado, aunque he recibido ya varios premios, este es especial. Viene de Estados Unidos, de la fundación de un señor que tiene mucho interés por el patrimonio español, y esto es una gran noticia. También económicamente, pero fundamentalmente por el espaldarazo que supone a mi trayectoria. 

—¿Qué es exactamente lo que es usted, Paco Luis: un carpintero de armar?

—Se le decía así a los carpinteros de lo blanco, que se dedicaban a hacer estructuras de madera, cubiertas, armazones para construcción civil, generalmente. Es un término que está en desuso y mucha gente no sabe lo que es, mientras que si dices que construyes artesonados, todo el mundo lo entiende. 

—Perdone que se lo pregunte, pero si no lo hago... ¿Qué ojos tienen la suerte de mirar hacia arriba y disfrutar de sus artesonados en Beverly Hills, en Los Ángeles, en la Meca del glamour? 

—Eso me ha traído problemas. Alguna vez lo he comentado y se han hecho eco los medios sensacionalistas... Luego hubo un problema con Cher, con otros famosos... Son trabajos que no quieren que expongan. Lo que sí puedo contarte es que hemos trabajado mucho en Los Ángeles, donde tenemos una delegación hace unos diez años; de hecho, casi la mitad de nuestra producción va por allá, un mercado donde el lujo y la pasión por enseñar y aparentar está a la orden del día. 

—Mucho, pero mucho antes de conquistar América, su historia se inicia en su Úbeda natal. ¿Le viene de casta esto de la carpintería, o es usted el primero de la familia en trabajar entre "gotas de madera", como diría Lorca pensando en las virutas?

—Bueno, este tipo de trabajo no es solamente un oficio. Por un lado tienes que ser carpintero y por otro tienes que saber de geometría, tallar, policromar o dorar... Es una mezcla. Yo estudié Bellas Artes y estuve aprendiendo de un tío mío que era carpintero; mi padre, por otro lado, siempre me transmitió la formación clásica, las escuelas de arte, las labores del mundo clásico.

—Y con Úbeda por delante. Las alfombras rojas no le han hecho cambiar de paisaje a la hora de crear...

—No, no, siempre desde Úbeda. Aquí me establecí y aquí funciono. Aunque, por un lado, el tema de logística o de la situación geográfica donde está no es la más idónea, por otro lado es un sitio maravilloso, estás en una calle de artesanos que hace miles de años que llevan haciendo estos trabajos, tanto de lo mío como de cerámica, de forja... No lo cambiaría por ningún otro sitio. 

—¿Qué peso tiene la artesanía, actualmente, en una ciudad tan representativa en este sector?

—A través de la Asociación de Artesanos se lleva tiempo trabajando por el sello de calidad. La Junta de Andalucía me nombró maestro artesano, que de alguna manera reconoce una titulación especialista en este campo. También está la carta de artesano, mi tarea como punto de interés artesanal. El compromiso de las autoridades, en especial de la Junta, por promocionar la artesanía y ponerla en su lugar se manifiesta en este tipo de cosas, que avalan no solo mi trayectoria, sino también la de mis compañeros. 

—¿Úbeda es reconocible en sus piezas? ¿Se le ve el plumero de ubetense confeso cuando termina una de sus obras?

—Este arte lo curioso que tiene, su grandeza, es que solo se desarrolla en España; luego se extendió a Hispanoamérica, sí, pero principalmente en España, digamos que es la mezcla de la carpintería tradicional europea o española con la geometría árabe. Si partimos de ahí, está muy limitado. Esa es la directriz general, luego cada ciudad desarrolla su propio tipo de arte mudéjar, no es lo mismo el de Granada que el de Toledo o el de Sevilla; incluso de un pueblo a otro, como pasa en todo. Úbeda y Baeza estamos a apenas dos leguas y el acento es distinto. Al ser un producto que gracias a Dios no está globalizado por ahora, tiene sus particularidades locales, que son una de sus riquezas.

 Uno de los trabajos salidos del taller del artesano ubetense.
Uno de los trabajos salidos del taller del artesano ubetense.

—Le veo contento, satisfecho. Le va bien, ¿no?

—En mi caso particular estamos muy contentos, no dejamos de crecer no quizás en tamaño, porque eso conllevaría cambiar las infraestructuras, tener un carácter industrial que no queremos, pero sí en el tipo de trabajo, en poder desarrollar obras que nos gustan y enorgullecen porque son más importantes. Y sin perder la ilusión. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los artesanos somos herederos de una tradición milenaria, entonces esto se convierte en un reto, en una misión que te han encomendado tus mayores. Es un compromiso con la sociedad, con el resto de las personas, de seguir trabajando. Y si a eso sumamos que Úbeda y Baeza están teniendo mucha influencia y ayuda por parte del turismo y de la Junta de Andalucía y que las instituciones nos apoyan...

—Ningún reproche a las administraciones, entonces, a la hora de apoyar a su sector. ¿Es usted un perro verde, una raya en el agua?

—Sí, claro que sí: deberían hacer más, porque este es un oficio con muchas connotaciones culturales, ancestrales, de léxico, de filosofía y que se pierde; pero en general estamos bien, en un momento delicado pero con expectativas y con ganas de seguir. 

—¿Cómo funciona su taller a la hora de reclutar a profesionales? ¿A qué vivero acude usted para nutrir su negocio de personal?

—Esto es muy complejo. Cualquiera de las facetas que desarrollamos en mi taller no se aprenden en ninguna universidad, nadie te enseña allí a dorar o a calcular cómo hacer una armadura. Yo, de hecho, doy clases de eso. Es un oficio que tienes que aprender. Sí es cierto que a la gente que trabaja conmigo la he formado, trabajan conmigo desde pequeños, empezaron en las escuelas de arte, en cursos de prácticas..., pero como la mayoría de los oficios artesanales, es un proceso muy arduo y muy largo.

—Algo parecido a los antiguos talleres del Renacimiento, donde el aprendiz se enriquecía artísticamente al lado del maestro antes de levantar el vuelo por sí mismo.

—Eso es lo que reclamamos también los artesanos, la relación o el binomio maestro-alumno. Un aprendiz, antes, tardaba veinte años en aprender un oficio, y ese bagaje garantizaba que lo había aprendido bien, el gremio lo controlaba, lo examinaba y lo daba por válido. De esa manera se garantizaba que todos los trabajos que se hacían eran excepcionales. Eso se ha perdido. 

—¿Cómo puede adaptarse a la realidad actual ese concepto?

—No, no puedes hacerlo, es lo que queremos, pero no podemos. Antes, los niños con ocho o diez años entraban en un taller y cuando tenían quince años ya eran águilas. Ahora no lo puedes hacer, una persona hoy en día, hasta que no desarrolla el oficio, no desarrolla la ganancia suficiente para pagarle un sueldo. Pero hay que hacer algo, si no esto se va a perder. En eso estamos trabajando también. 

—El coronavirus, Paco Luis: ¿ha caído en su ámbito profesional peor que una plaga de carcoma? ¿Cómo lo lleva usted?

—Bueno, ahora mismo no le echo cuentas, pienso que esto es una catástrofe, un paréntesis que esperemos que no dure mucho. No creo que nos sirva de referencia..., no le echo cuentas. 

—Pero si se cumplen los peores pronósticos económicos, es de suponer que muchos talleres se pueden quedar en el camino. 

—Sí, en el camino se van a quedar muchos, y de hecho más del 50 por ciento de los talleres y oficios artesanales que había han cerrado en veinte o treinta años. Desde la terraza de mi casa veo ahora mismo la calle Valencia de Úbeda, se ven cientos de casas y cada una de ellas era un taller; ahora solo quedan unos seis u ocho. Se han perdido muchos. Eso pasa, ha pasado y seguirá pasando con coronavirus y sin coronavirus.

—¿Por qué? ¿Qué se esconde tras esa sangría?

—Muchos oficios no se han podido o sabido adaptar, encontrar el nicho donde desarrollarse (un talabartero, un guarnicionero...); son oficios que tienen un valor antropológico increíble, pero se están perdiendo o se han perdido ya. Manuel Cuadra, que es mi maestro de talla, va a ser el último tallista en Úbeda, no va a haber más, creo yo. Una ciudad como Úbeda en la que ya no va a haber un tallista, por ejemplo, traduce lo que ha pasado, pasa y va a pasar.   

—Sus artesonados no están al alcance de cualquier bolsillo, ¿verdad? ¿Cualquier alma sensible puede disfrutar de su trabajo, o es un lujo reservado solo a las economías privilegiadas?

—Bueno, si bien es cierto que no es un producto de primera necesidad, la verdad es que la gente que quiera poner una decoración así, a veces no es tan caro como se puede pensar. Puedes hacer una habitación pequeña, una entrada, un detalle; por ejemplo, estamos haciendo cabeceros de cama. O un artesonado, sí, perfectamente. 

—¿De verdad de verdad?

—Sí; bien es cierto que nos hemos acostumbrado a ver artesonados muy recargados, muy elaborados, con talla y policromía, pero uno con sus secciones, bien hecho, no es caro, no tiene por qué desmerecer y se puede seguir la tradición de la mayoría de los techos de las viviendas que se hacían antiguamente.

—Puestos a soñar: ¿qué techo y para qué edificio le encantaría construir, si es que hay alguno por el que no hayan pasado sus manos a estas alturas?

—Es cierto que en la Alhambra he estado durante muchos años dando clases, en el Centro de Recuperación del Patrimonio, en el Albaicín, y hemos hecho un par de programas para intervenir en ella, pero entre unas cosas y otras no se han podido llevar a cabo. Había que restaurar, por ejemplo, un artesonado muy importante allí y no pudimos acceder, se presentó mucha gente.

—¿Por qué la Alhambra, precisamente?

—Es que la relación que tengo con Granada es muy especial, he estudiado allí y la verdad es que me gustaría, es una aspiración que tengo atrancada, pendiente.

—Lo mismo se le cumple...

—De hecho, hace un par de meses estuvimos para consolidar unas piezas, las zapatas de un artesonado. Pero me gustaría tener permiso para poder investigar, no solo intervenir. En la Alhambra no solo vemos lo que vemos, justo detrás hay un museo lleno de piezas donde trabajar, por investigar; esa es otra línea que estoy trabajando ahora especialmente, la investigación, la publicación de libros. 

—Espero poder entrevistarlo a los pies de un andamio en la Alhambra algún día, cuando esté usted en plena faena, en mitad de su sueño hecho realidad. 

—Eso estaría genial. 

 Martos recoge el Premio de las Artes y la Construcción.
Martos recoge el Premio de las Artes y la Construcción.

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