Cerrar Buscador

Días sin tasas y sin prisas

Por Bernardo Munuera Montero - Agosto 13, 2018
Días sin tasas y sin prisas
Blumm da una receta: ocurra lo que ocurra, lea.

¿Qué estoy leyendo? ¿Cómo elijo los libros que leo? ¿Escribo cartas y postales?

No sé qué libro buscaba el 9 de agosto en la biblioteca Darymelia de Jaén. De verdad, lo he olvidado. Lo que sí sé es que di con uno de Joyce titulado Escritos críticos, publicado en Alianza Editorial en 1983. Hizo que me sentara en una de las sillas que rodean a una de las nueve mesas para consulta de la sala; y empecé a leerlo.

El libro reúne cincuenta y seis ensayos, conferencias, reseñas de libros, notas, artículos periodísticos, cartas y composiciones poéticas de James Joyce. Lo tomé prestado. Pero lo tomé prestado porque muchas de las composiciones que incluía fueron escritas por un Joyce de catorce, dieciséis años. Me fascinó. Me picó la curiosidad. ¿Cómo escribiría este tipo a esa edad? Y no me quedé ahí. Mientras leía las primeras páginas di con una serie de advertencias en el texto del tipo “[Falta la primera cuartilla.]” o “[Aquí termina el manuscrito.]” o “Este ensayo, manuscrito de dieciséis cuartillas del diario de Stanislaus Joyce, se encuentra en la biblioteca de la Cornell University”. Y dejé de leer. Sí, dejé de leer para sacar el móvil del bolsillo y escribir en el buscador: “manuscritos de James Joyce”. Cliqué sobre “Imágenes”. Nada. Quería conocer la letra de Joyce. Me dio ese “volunto”. Me fui a “Todo” y aquí es cuando Joyce me llevó de la mano a Pedro Salinas, el poeta, mi segunda elección. Ya tenía libros para lo que quedaba de mes.

Y es que escribir en el buscador “manuscritos de James Joyce” me condujo a un artículo publicado por Javier Rodríguez Marcos el 22 de octubre de 2009 de “El País” titulado “Adiós a la buena letra”. En su noveno párrafo leí: “En 1948 Pedro Salinas publicó El defensor, un libro hoy clásico en el que reivindicaba, entre otras disciplinas en peligro de extinción, ‘La carta misiva y la correspondencia epistolar’”. Apunté “El defensor” en mi libreta y cuando llegué a casa consulté en la base de datos de la Red de Bibliotecas Públicas de Andalucía lo que me ofrecía la biblioteca pública de Jaén (sí, la que cierra por las tardes tres meses al año). En la biblioteca del Darymelia no lo tenían, pero en la del parque sí, allí estaba. Apunté la signatura para visitar a primera hora del día siguiente la biblioteca y rescatar del depósito a El defensor, de Pedro Salinas. Es el libro que estoy leyendo ahora, junto al de Joyce. Vaya agosto delicioso.

El libro de Salinas lo tomé prestado porque hacía una defensa soberbia de la carta misiva y la correspondencia epistolar; soy adicto. Sí, suelo escribir un par de cartas con sello todos los meses. Y visito el buzón de Correos de la calle Eduardo Arroyo para depositarlas. Y ahora, después de leer el capítulo que dedica Salinas a esta actividad, no podré abandonarla jamás. Son tantos los beneficios… Y bueno, no les miento, acabo de comprarme el libro en Iberlibro por 3 €.

Qué mejor asueto para los días de vacaciones, para estos días sin tasas y sin prisas. Enviar una postal a Bélgica y a Jaén desde Cangas de Onís, escribir una carta a un amigo de Córdoba, comprar un sobre y un sello en el estanco de la plaza san Francisco, vérselas con el lenguaje y con la pluma Waterman, expresar un sentimiento de alegría, hacer valer las palabras que uno lleva dentro, en relieve, comunicarse con pasión y perplejidad, ganar la lengua con el sudor de tu frente es, desde luego, una de las actividades más gratificantes del verano, créanme.

Como dice Salinas, la carta ayuda a seguir sintiendo el corazón del que ya no puede ver y sin lugar a dudas, qué buen remedio contra la soledad. Más que besos, las cartas mezclan almas. Hoy, las de Joyce y Salinas.

Blumm escribe sobre libros en blumm.blog y acepta recomendaciones literarias vía postal.

He visto un error

Únete a nuestro boletín

COMENTARIOS


COMENTA CON FACEBOOK