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Nuestro Padre Jesús, refugio en tiempo de epidemias

Por Javier Cano - Marzo 16, 2020
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Nuestro Padre Jesús, refugio en tiempo de epidemias

Un recorrido histórico y sentimental por las rogativas ofrecidas a El Abuelo a lo largo de los siglos para pedirle que la enfermedad concluyese o pasara de largo por Jaén

La situación de emergencia sanitaria que azota al mundo estos días invita a un viaje en el tiempo aunque solo sea para entretener la clausura impuesta por la Ley con vistas a evitar la propagación del contagio por coronavirus. Sí, es posible mirar hacia atrás, evocar la desesperación que debieron de padecer las gentes de otras épocas ante epidemias tan devastadoras como la que protagoniza el Covid-19 y, de paso, encontrar quizás en hechos tan dramáticos como este el origen de la inmensa devoción hacia la legendaria imagen de Nuestro Padre Jesús, "El Abuelo", eterno refugio de los vecinos del Santo Reino en sus horas de zozobra.

Tan temible es este virus, que ha volteado la hoy anhelada cotidianidad que hasta hace pocos días poblaba las calles de Jaén y, a estas alturas, ha dejado la ciudad más sola que la una, sin otro paisaje humano que el que se adivina tras las ventanas, igual que una tarde de Viernes Santo de las de hace cuarenta años, resacosa de emociones tras una madrugada de tambor destemplado y colonia de claveles. Muchos la recordarán.

Era cuando el Señor anunciaba su presencia con el tintineo de la candelería de los Delgado, carrillón entrañable, humildísimo émulo del que, en misa, advierte del momento más sublime.

Los viejos jiennenses del XVII, el XVIII y buena parte del XIX y el XX no disponían aún de redes sociales que los informaran al minuto de la evolución de las pandemias, ni siquiera de radio o televisión con los que mantenerse al día; si al principio no había periódicos, tampoco los echaban en falta quienes, hasta la democratización de la cultura, no sabían ni hacer la o con un canuto. Eran tiempos de oscuridad. 

Aquellos hombres y mujeres fueron los primeros testigos de las procesiones de rogativas que encontraron en la anónima hermosura del Nazareno de los Descalzos la encarnación de la esperanza. Cuenta la tradición (no los legajos) que en el mes de agosto de 1681 la peste sembraba el aire de aquí de olor a muerto, que esquilmaba el padrón sin reparar en edades, ávida de cuerpos, y que en los hospitales de la época (que habría que verlos) expiraban con ojos de calavera las gentes de Jaén, mordidas hasta el hueso por la enfermedad. 

 En el Camarín, en 2018.
En el Camarín, en 2018.

En la iglesia carmelita de San José, frente a los cantones, un nicho daba cobijo a Jesús; el Camarín era todavía el sueño de un fallecido capitán indiano al que el ansia de sus herederos le impedían usar los dos mil pesos de plata que ahorró en Perú para que El Abuelo gozase de capilla propia. Allí subieron, sudorosos de cuestas, quienes pensaron en aquel manso Cristo con la cruz al hombro como remedio a tanta angustia. ¡Qué habría hecho ya por entonces el que muchos dicen que talló Solís pero que, si se le mira con las fotos que Cazabán le tomó en La Merced antes de que Bodria lo desfigurase, remite tanto a Cuéllar! 

Bajo un sol de Jaén (sobran más datos), lo llevaron en andas hasta el lazareto del arrabal entre aullidos de perros. Sin la peluca (que ahora a ver quién se la quita), descubierta la espalda, el talón del futuro besapié, llegó Jesús al viejo caserón y... ahí están las llaves, en su brazo, 338 años después. 

Remolona, la pandemia iba y volvía. Algunos de los niños apestados en aquel hospital, librados de las garras de la muerte por el Nazareno, temieron ser pasto de las llagas en 1720, año de miedo a la epidemia, según consta en los archivos; gente madura ya, seguro que acudieron en masa a la fiesta religiosa que el Ayuntamiento mandó celebrar en honor de El Abuelo, rey del flamante Camarín desde que, tres años antes, concluyesen las obras arrimando dineros al legado de Frías. De esa solemne celebración saldría una de las más preciosas costumbres de los jiennenses, todavía en vigor aunque algo desinflada: tener en sus casas una estampa de la imagen pasada por su manto, ungida con su tacto de madera. Sí, frailes y cofradía se encargaron de que a nadie le faltara, en horas de inquietud, el rostro más bendito de Jaén.

En 1735 se le ofreció otra fiesta litúrgica en rogativas para apartar la amenaza que, una vez más, se cernía sobre el mar de olivos, y en 1800 el Señor fue llevado hasta la Catedral, con la Virgen de la Capilla, para pedirle lo mismo que, a día de hoy, el planeta entero persigue: evitar el contagio. Tal era la insistencia de la enfermedad, que en 1803 hubo que volver a llevar a la patrona y al Nazareno al templo mayor, a fin de rogarles por que la infección pasase de largo. Y en 1804, y en 1819, y en 1832, 33 y 34... De este último favor (según consta en el archivo de la hermandad nazarena) da cuenta el escudo de la ciudad que, junto con las llaves, colgó largo tiempo del brazo izquierdo de El Abuelo, hasta que los 'achaques de la edad' recomendaron aliviarle el peso de tanta devoción acumulada.

Veintiún años después, Jesús volvió a ser trasladado a la Catedral en rogativas ante la epidemia de cólera que, finalmente, no traspasó los límites de la ciudad, igual que en 1860 y 1885, la última ocasión en la que fue llevado en andas a la iglesia mayor para que todo el pueblo pudiera rogarle por el fin de la afección. Estos y otros muchos prodigios atribuidos a Nuestro Padre Jesús justifican que, desde 1999, porte también sobre su túnica la Medalla de Oro de la Ciudad, concedida por unanimidad y entregada en un multitudinario acto celebrado en la Plaza de Santa María. El Abuelo, refugio para los jiennenses en tiempo de epidemias y catástrofes.

 Grabado de mediados del XIX, inspirado en las estampas que los carmelitas divulgaron en 1720.
Grabado de mediados del XIX, inspirado en las estampas que los carmelitas divulgaron en 1720.

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