Cerrar Buscador

El enterrador de Marmolejo que no olvida la albañilería

Por Fran Cano - Agosto 16, 2018
Compartir en X @FranCharro
El enterrador de Marmolejo que no olvida la albañilería
Alfonso Cañaveras, junto con su hijo, en el concurso de albañilería de Marmolejo.

Alfonso Cañaveras y su hijo ganan el concurso de albañilería, la profesión del padre hasta hace casi seis años, cuando pasó a un trabajo que aún es un reto psicológico

"Mi vida ha sido trabajar, trabajar y trabajar. Y después, trabajar". Habla Alfonso Cañaveras —49 años, vecino de Marmolejo—, el sepulturero de su municipio desde hace poco más de un lustro. Cañaveras, que fue albañil desde los 15 hasta los 43 años, no ha olvidado su oficio. La prueba es que ha ganado el concurso de albañilería enmarcado dentro de la feria local. Lo ha hecho junto con su hijo, que comparte nombre y primer apellido con el padre.

"EL TRABAJO ME DA Y ME QUITA LA VIDA"

El cambio de trabajo del progenitor se dio cuando sustituyó al sepulturero de Marmolejo en la previa del Día de Todos los Santos. Los seis o siete días de relevo se transformaron en un empleo estable. "Lo cogí y aún estoy", dice en declaraciones a este diario.

No ha sido fácil cambiar de ámbito, por más que haya un vínculo evidente entre la construcción y el mundo de las tumbas y los cementerios. La muerte lo cambia todo, reconoce él. "Es muy duro. Hay días que el trabajo me da la vida, y otros me la quita", resume.

En este tiempo Cañaveras ha enterrado a decenas de personas, a una media de más de 80 por año. Ha visto, cómo no, caras conocidas. Amigos. Familiares. Y por más que sea un trabajo, enterrar es un verbo delicado. "En este empleo uno lo ve todo: lo que sale y lo que entra. Al final se trata de cambiar de domicilio a la persona, pasarla de una calle a otra", explica. Dice que ha tenido más de una docena de casos "muy difíciles". Pero ahí estuvo. Por obligación.

Sacar restos, ver ataúdes primero vacíos y después con cuerpos, y tratar con la gente en momentos de duelo. Esas son algunas de las labores de cualquier sepulturero. "Si eres sociable, te conviertes en la almohada de la gente. Y si no, pues resultas un tipo antipático", resume.

UN CONCURSO PARA RECORDAR QUIÉN FUE

Cañaveras está satisfecho con lo que tiene. Cuenta que ha cambiado la exigencia física por la psicológica. Le gusta participar en el concurso de albañilería —lo ha hecho en cuatro ediciones— porque el ladrillo siempre estuvo ahí. Él y su hijo se han impuesto a las otras tres parejas del certamen: Juan Lozano y Francisco Manuel Cañaveras; José Lozano y José Torres, y Juan Luis Garrido y Pedro Lozano. Los Cañaveras fueron los más rápidos en hacer un banco de obra.

Mayor de cinco hermanos, el de Marmolejo se incorporó al mercado laboral por las carencias económicas en la familia. "Mis primeras vacaciones llegaron con el servicio militar", recuerda. Cristóbal Relaño, entonces alcalde del pueblo, mandó una carta al cuartel donde estaba Cañaveras para que lo dejaran salir dos meses antes; tenía que ir a la recolecta de la aceituna para generar ingresos.

"Me preguntan cómo estoy, y digo que bien. Pero por este trabajo que tengo la gente no se da cabezazos", dice mientras disfruta de sus vacaciones. La esposa nota esos días grises en que el sepulturero evita el espejo, tocado por otro entierro. Otro más. "Pero la necesidad manda: en ese punto es cuando todo el mundo sirve para todo", concluye.

He visto un error

Únete a nuestro boletín

COMENTARIOS


COMENTA CON FACEBOOK