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Muñoz Molina: "Las matas de tomates de mi balcón me llevan a mi pasado"

Por Javier Cano - Octubre 09, 2021
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Muñoz Molina: "Las matas de tomates de mi balcón me llevan a mi pasado"
Antonio Muñoz Molina cuida las matas de tomates de su balcón madrileño. Foto: Seix Barral.

Volver a dónde (Seix Barral) es lo último del académico y escritor ubetense, una suerte de crónica íntima del fin del confinamiento con la que acompaña a sus lectores en un viaje por su mismísima historia personal. Un itinerario, con punto de partida en su propio balcón, donde el paso del tiempo, la memoria (con su capacidad de redención) y el análisis del pasado, el presente y el futuro de la sociedad española conviven en las mismas páginas que, hoy, el aplaudido articulista comparte con los 'contrajaeneros' en esta lúcida, generosa y entrañable entrevista en la que habla de literatura, de grandezas y miserias, de su tierra..., ¡hasta del tráfico! 

—En uno de sus libros cita usted como ‘admirables’ unos versos del desaparecido poeta Rafael Juárez, "Desde donde nunca he estado / vuelvo a donde nunca he ido". ¿Hay algo de tributo al viejo amigo, precisamente, en la elección de este título para su última entrega, Volver a dónde?

—No, la verdad es que no pensaba en eso. El título viene de un artículo que escribí el año pasado, cuando terminó el estado de alarma. Un artículo que publiqué en 'El País' y que era prácticamente como el primer capítulo que tiene ahora el libro. Un amigo me dijo eso, que parecía el comienzo de un libro, y eso me sembró un poco la semilla de que aquello que estaba haciendo desde hacía meses podía convertirse en un libro.  

—Bendita frase la de ese amigo, estará encantado de haber dado pie a todo un libro a partir de una indicación 'inocente'. Es decir, que no tenía usted este último trabajo en la cabeza, no era un proyecto inmediato.

—No, no. Yo casi siempre escribo un diario, con más o menos continuidad según las épocas. Cuando empezó la pandemia lo hice con más ahínco, sentía ese impulso, como creo que le ha pasado a mucha gente, que se puso a escribir o a hacer dibujos diarios. Eso era lo que me apetecía hacer en ese momento, dejar en suspenso la escritura de imaginación.

—Mancharse las manos con la tinta de la realidad...

—Sí, claro. El libro empieza en un momento de estupor, cuando ya ha terminado el confinamiento pero no sabemos en qué situación estamos, por eso en las primeras frases del libro digo: "Ahora es cuando no quiero salir a la calle". Era muy difícil saber qué iba a pasar, y de eso nace el libro, de esa sensación de estupor y de la necesidad de contar lo que tenía a mano, lo que estaba sucediendo".

—¿Una suerte, pues, de crónica íntima de un momento histórico, Antonio?

—Sí, esto no es ficción ni eso que llaman ahora autoficción; entre la ficción y la no ficción hay la misma diferencia que entre la carne y el pescado, es decir, o una cosa u otra. Esto es simplemente eso, tiene una parte de testimonio, de diario, otra parte de rememoración autobiográfica y otra de crónica del presente. Es un libro híbrido en ese sentido, con un tono confesional, fundamentalmente.  

—La mirada creadora de Antonio Muñoz Molina desde ese balcón cotidiano que se convierte en un escenario para la pregunta, la incertidumbre, la reflexión...

—Bueno, esa mirada desde el balcón tiene el poderío de un punto de vista. Digamos que la experiencia, que siempre es confusa (y más en estos momentos), de pronto parece que se concentra en una situación o en un punto de vista, eso te da como un eje, un punto de apoyo en una palanca. A partir de ese momento en que tú estás asomado al balcón, tienes un punto que hace que cristalice la experiencia. Por una parte miras hacia la calle y ves lo que está pasando, por otra parte yo tengo en mi balcón mis matas de tomates y si me vuelvo, me muevo por mi pasado lejano; sin moverte estás como en un batiscafo, como en una nave espacial. Eso es muy fértil para la escritura. 

 Portada del libro.
Portada del libro.

—Desde esos balcones se aplaudía, se llamaba a la unidad, se compartía lo que cada uno podía o quería compartir con los demás para hacer más llevadero el confinamiento. Teniendo en cuenta estos gestos y ese lema generalizado de que de esto saldríamos mejores, ¿tiene usted la impresión de que la pandemia ha sido un tiempo desaprovechado por la humanidad para avanzar en valores, o todo lo contrario?

—Esas generalizaciones son un poco superfluas, es decir, no tienes manera de demostrar una cosa ni la contraria. Pero si nos fijamos en lo concreto, ha habido horribles y cosas extraordinarias. Ha sido horrible el modo en que se abandonó a los ancianos en las residencias, eso es un crimen, tendría que ser un delito y habrá que pedir alguna responsabilidad política, porque supongo que la habrá. Es terrible la imprevisión, hasta cierto comprensible pero... 

—¿Y en el otro lado de la balanza, Antonio?

—Es admirable el modo en que la comunidad científica se dedicó a colaborar y lo hicieron empresas privadas, empresas públicas y científicos de todo el mundo en tiempo real para, en primer lugar, secuenciar el genoma del virus, que se hizo rapidísimo; luego, para investigar una vacuna. Es admirable el modo en que los profesionales de la sanidad (sometidos a recortes, a faltas de respeto, a todo tipo de miserias) han sido heroicos. ¿Vamos a especular sobre quiénes son mejores? Muchísima gente ha demostrado un valor admirable, un heroísmo extraordinario, y hay quien ha dedicado el tiempo a sembrar cizaña o a practicar una irresponsabilidad en muchos casos criminal, pero eso es responsabilidad de cada uno, yo no creo en las generalizaciones. 

—Dumas decía que son peligrosas, sí.

—Claro, por ejemplo, con esto del botellón dicen que se está culpabilizando a los jóvenes; no, yo culpabilizo a la persona concreta que no cumpla las medidas de seguridad y deje un parque, que es de todos, hecho un muladar, para esa persona no tengo la menor disculpa, pero yo no generalizo ni para bien ni para mal.  

—Recientísima la concesión del Nobel de Medicina, precisamente los creadores de la vacuna (esos 'héroes' a los que alude) tendrán que esperar a futuras ediciones, porque en 2021 ya tiene dueño. ¿Qué opina al respecto? ¿Deberían haber sido reconocidos Kariko o Weissman, entre otros, en este momento?

—Es que la investigación científica lleva su ritmo, la ciencia es un trabajo a largo plazo, y más todavía su reconocimiento. No hay prisa. Estoy seguro de que lo tendrán en su momento. 

—Lo dice alguien que, para muchos, es candidato al premio sueco sí o sí. 

—Hay un título muy triste en esta vida, que es ese de eterno candidato al Nobel. Yo, por suerte, no lo soy. 

—¿Que no es usted 'eterno candidato' o que no es candidato, a secas? 

—No hombre, que no, eso son fantasías. Me parece bien que haya personas que digan que me lo merezco, pero no es así. 

 El escritor ubetense Antonio Muñoz Molina. Foto: Biblioteca del Nautilus (FHsA
El escritor ubetense Antonio Muñoz Molina. Foto: Biblioteca del Nautilus (FHsA

—Hablando de momentos gloriosos, ¿cómo vivió el fin de la cuarentena, poder salir a las calles por fin después de tanto encierro?

—Al principio hubo un momento así como intermedio, del que hablo mucho en el libro, que fue muy interesante. Se podía salir, hacer ejercicio, pero todavía no estaba todo abierto ni el tráfico en plena marcha y era muy emocionante ver ciudades tan castigadas como Madrid convertidas en sitios por los que la gente podía caminar y charlar; yo me asomaba al balcón y oía a la gente hablar por la calle. Esa es una reflexión que yo quise hacer en el libro y que hice en el periódico en su momento, es decir: Esto nos ofrece ver con nuestros propios ojos la posibilidad de ciudades más humanas, no entregadas radicalmente a los coches, al tráfico privado, que es un disparate en todos los sentidos. Para mí, el hecho de salir por ejemplo a correr o en bicicleta por una ciudad no amenazadora fue extraordinario y me da mucha pena que fuera un visto y no visto porque Madrid, ahora mismo, es una ciudad horrorosa en esa cuestión.

—Vamos, que un buen confinamiento de vez en cuando... 

—No, porque en muchas ciudades, de manera racional y gradual, se está mejorando mucho. Piensa en Sevilla, en Pontevedra, en Vitoria, en Bilbao, en Barcelona..., ciudades que han creado políticas que no son fantasía, que se aplican en otros lugares del mundo; en la mayor parte de las ciudades europeas, la presencia es más humana que en las españolas, aquí tenemos todavía el 'cateterío' profundo de que tienes que llegar con tu coche a comprar el periódico, llevar al niño al colegio en un 4X4.  

—Es raro encontrar a un escritor (sobre todo a un escritor de éxito) que apueste por la pandemia como telón de fondo en su obra. En la mayoría de los casos abjuran del tema, recomiendan olvidarla. Muñoz Molina no está en esa línea. 

—Cada cual hace lo que quiere, lo que puede, lo que se le ocurre [ríe]. Yo no puedo hablar por nadie pero para mí, como escritor, me interesa. Escribo sobre las cosas que pasan, sobre lo que me afecta, sobre lo que tengo delante de los ojos, igual que cuando vino la crisis escribí sobre ella, o sobre tantas cosas. Eso, además, no se sabe, es decir: la no ficción se puede hacer de manera inmediata pero el modo en que todos estos acontecimientos llegarán a las novelas, a la ficción, eso será más a largo plazo, nadie lo puede saber, ni siquiera quien te dice ahora que borrón y cuenta nueva. Esto que estamos viviendo todavía, no es una cosa como para dejarla de lado rápidamente. Yo comprendo que las personas quieren aliviarse, yo también lo quiero, pero de ahí a no escribir de ello...

—Líneas arriba aludía usted a esos tomates que tiene plantados en su balcón, a su capacidad de evocación, capaz de transportarle a su infancia, a los primeros capítulos de su propia historia. Otra vez Úbeda, otra vez la mágica Mágina en sus páginas. 

—Pues sí, la verdad es que sí. Uno no tiene mucho control sobre aquello de lo que elige escribir, o por lo menos yo no lo tengo. Si quieres escribir con verdad, tú no eliges, escribes sobre lo que puedes. Y para mí, ese mundo, la vida de mi tierra, de Úbeda, de Jaén, forma parte de lo que yo soy. No es un tema que tenga ahí, sino algo que me constituye, que me ha formado. Vas por el mundo, te educas, creces pero hay algo en tu propio carácter, en tu identidad personal, en tu imaginación, que está muy marcado por eso. 

—Vamos de recogida, Antonio. El 11-S le cogió en Nueva York, casi en primera línea. Madrid, imán de tantos ojos, ha sido el escenario de su confinamiento. Parece que lo acompaña cierta oportunidad para estar en el momento justo y en el lugar indicado, allí donde pasan las cosas. ¿Se ha planteado viajar a La Palma, experimentar en sus propias carnes aquel verso de Shelley que tanto le gusta: "Oh maravilla, oh belleza, oh terror"? 

—Sinceramente, no. Quiero decir que es un asunto que me interesa, yo escribo para periódicos, muchas veces por encargo, me dicen que vaya y voy, hago lo que puedo y allí a lo mejor me apasiono. A veces, las cosas que he escrito y que más he disfrutado son las que me han encargado. Me gustaría, por ejemplo, que me encargaran un reportaje en La Antártida.

—Más de uno lo rechazaría.

—A mí no, a mí me encantaría.

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