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Epigastrio y corrupción

Por Jesús Tíscar - Abril 28, 2017
Epigastrio y corrupción
La corrupción, el tema del artículo de Tíscar.

Sí, claro, si todo eso está muy bien, pero yo lo que me pregunto es qué ocurre en el epigastrio de un corrupto tras cometer su primera corrupción. Sí señor, esto es lo que yo me pregunto, ¿pasa algo? O no, no, espera, mejor dicho, afinemos: yo lo que me pregunto no es qué ocurre en el epigastrio de un corrupto tras cometer su primera corrupción —olvídalo, haz el favor de olvidarlo—, yo lo que me pregunto es qué ocurre en el epigastrio de un corrupto durante el tiempo que dura el viaje de, pongamos, treinta y seis céntimos (los cuales reposaban en su lugar adecuado, ¡ay qué agustico, ay qué agustico!) al destino chitacallandesco de su bolsillo inguinal (¡pero esto qué es, dónde nos han metido, hosti qué peste!), ¿tú me comprendes lo que te quiero decir, melón? O sea, vamos a ver, que yo lo que me pregunto es qué pasa en el epigastrio de un corrupto cuando se ha iniciado el delito pero todavía hay vuelta atrás, cuando todavía el sanhonrado que todos llevamos dentro o pegadito al lomo puede intervenir y evitarte que los culpables de todo —la prensa, la prensa— te echen el ojo malo y se chiven sin miramientos a la opinión pública, esa cosa de la democracia que al corrupto no le mola y en ocasiones no es que no le mole, en ocasiones es que ni le gusta que exista, a ver por qué coño tiene que haber opinión pública y no se la puede rociar con ácido, yo es que no me lo explico…

Así que eso. ¿Qué ocurrirá en su epigastrio durante el trance descrito? ¿Es que no os lo habéis preguntado vosotros nunca? Me extraña, con la de tonterías sin sustancia que os preguntáis, ya muy manidas, muy habladas. Pero de esto no se habla, no hay análisis políticos —gastroenteropolíticos— al respecto, de esto se habla menos que de qué fue del hijo de la abuela que parió cuando éramos pocos, esto es, nada, y en su estudio y conocimiento podría estar lo que no está en el cague a la vergüenza y a la cárcel. Porque a nadie se le escapa, ¡a nadie!, que el epigastrio humano suele ser, por regla general, algo más rápido que la conciencia: que cuando la conciencia empieza a susurrarte que no has actuado bien, «so granujón, que eres un granujón y un tío poco recomendable», el epigastrio la interrumpe y le dice:

—Calla, déjalo, si el granujón lo sabe, si ya se lo he dicho yo al granujón hace un buen rato, a mi manera, ya sabes, mediante el encogimiento y el pellizcazo tenacero, y no como tú, que te limitas al runrún y eso es una chominá, eso no sirve. Pero nada, el muy hijo de la gran puta no hace caso y me da a mí que pronto lo va a cometer otra vez, el delito, ¿no sabes?, la corruptela, está engolosinao, ¿no le notas que se ha engolosinao, conciencia, no se lo notas?, pues claro que se ha engolosinao, como para no engolosinarse, si se lo lleva muerto, verás tú este qué mal va a acabar, tiempo al tiempo, me acuerdo yo de… —porque a nadie se le escapa, tampoco, que el epigastrio habla más que Perendola, las cosas como son, no tiene conciencia y como lo dejes te da la castaña y te quita las ganas de vivir.

Y ya está, esto es lo que quería escribir, esto es lo que quería preguntarme desde la intimidad de mi intelecto y compartirlo con el vuestro, no esperéis resolución porque no la tengo, ya os digo que me lo pregunto, así que no lo sé, aún no lo sé, si lo supiera, a santo de qué leches me lo iba a preguntar y mucho menos en medio público, a la vista de la canalla que empingorota la nariz para leer. Y que para algo están los comentarios de los sabios y de los gracejistas, que nunca faltan. Adelante, pues, con la interactividad de la cosa. Se abre la veda.

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