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"Mis acuarelas reivindican el casco antiguo de Jaén"

Por Javier Cano - Noviembre 23, 2019
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"Mis acuarelas reivindican el casco antiguo de Jaén"
Foto: Esperanza Calzado

José Miguel de la Torre muestra en el Bar La Barra, en pleno corazón de la capital jiennense, una colección de doce cuadros con los que intenta aportar "un granito de arena" para la recuperación del Jaén histórico

Cuando José Miguel de la Torre nació, en el Martos de 1951, todavía andaba por el mundo con sus pinceles Edward Hopper, el neoyorquino que escogió los paisajes urbanos que llevaba grabados en su retina para dar rienda suelta a su visión realista del mundo a través de una destreza compositiva que atendía no solo a presupuestos puramente artísticos, no; también el mensaje que habita en lo plasmado, la psicología de sus personajes forman parte inherente a la obra de este artista, todo un maestro del óleo.

Mucho tiene en común la propuesta de Hopper (menos quizás en lo estético que en lo ético) con la del aparejador marteño, de sobra conocido en Jaén por su dedicación profesional (que ha abarcado campos tan aparentemente dispares como la extinción de incendios, de cuyo cuerpo municipal fue jefe) pero no tanto como creativo, como pintor, como sensibilísimo acuarelista, esa técnica no siempre ponderada que, como el soneto en poesía, es territorio comanche para aficionados.

Sí, José Miguel de la Torre se desenvuelve con la pintura al agua de manera magistral (como lo hizo Hopper en su soberbio Faro a dos luces), no hay más que ver sus cuadros para darse cuenta de que derrochan simpleza y carecen de artificio, esos dos elementos aparentemente a mano pero que Séneca consideraba sine qua non para expresarse con el lenguaje de la verdad. 

Y verdad a raudales derraman sus acuarelas sobre el mostrador venerable de La Barra que Carlos de Pablo (rostro de la taberna y su discretísimo gerente) ha decidido proteger tras vidrios para que el vino derramado no la malhiera, como se hace con el pie de los Nazarenos antes de que, a fuerza de besos, el amor acabe por deshacerlos.

"Me gusta la acuarela por su espontaneidad, según te sale la pincelada se queda ahí, puedes corregir muy poquito, y esa frescura en la expresión es fundamental para mí", asegura el pintor.

Estampas urbanas de aquí que tienen a su Catedral como hito capitalizador pero que no desdeña el encanto de las plazoletas, las buenas vistas o hasta el mínimo de los detalles, generalmente inapreciables para el común de los transeúntes pero verdaderos príncipes de la escena para sensibilidades curtidas en el paseo, para enamorados del territorio histórico de las ciudades. Y en eso, en belleza íntima o remolona, Jaén anda sobrado.

Hornos de Segura, Martos y sus "palomos", Jaén... No es la primera vez que De la Torre expone en La Barra; de hecho, es la única 'sala' en la que se atreve a mostrar lo que muchos le quitarían de las manos si lo hiciera con más frecuencia, pero a su 'marchante' particular a ver quién le dice que no: "Carlos me comentó que necesitaba una exposición para la feria, y como lo hizo con solo quince días de antelación tuve que tirar de cosas que tenía ya hechas", aclara. 

¿A ver dónde se ha visto que un tabernero, si se le queda una pared libre, opte por rellenar ese barroco horror vacui a fuerza de cuadros, en lugar de colgar estanterías o botelleros? Cosas de Carlos de Pablo que convierten su parroquia en un templo de la singularidad, sin retablos pero con unas puertas centenarias para sus aseos que nada más entrar a la taberna exhalan aliento de madera noble.

Esta exposición "es una reivindicación del casco histórico, sin duda, que necesita muchos granitos de arena para salvar esta montaña", dice el artista (José Miguel de la Torre, claro; el otro anda tras la barra y, como siempre, cambiando de música para satisfacer doblemente al parroquiano). 

Sabe bien de lo que habla: "Cuando yo entré en el Ayuntamiento en el año 1979, como había hecho un buen examen en materia de patologías, pensaron que sabía mucho de ruinas, y nada más llegar me dieron cincuenta y nueve expedientes de viviendas ruinosas del casco histórico; ahora está bastante peor", apostilla.

"Yo tengo una esperanza importante en la Corporación Municipal actual en el sentido de que tiene un cariño especial por el casco histórico y así lo expresan, entre todos hay que sacarlo adelante como sea, porque además tiene muchas potencialidades; lo único que hay que hacer es, entre todos (me refiero a los políticos de un lado y de otro) pensar quizás en un plan estratégico, que sería una herramienta importante; todo el mundo habla del Pepri, de una figura de planeamiento, pero yo apuesto más por planes proyecto, que se ponen unos objetivos, marcan un camino y cuentan con un presupuesto", aduce. 

Es capaz de llorar si la conversación sigue por este camino, él mismo lo refrenda: "Me emociono, sé cómo vive la gente en el casco antiguo, hay que recuperarlo", demanda como lo hacía Hopper, que destilaba reivindicación en sus cuadros, y lo hace el marteño, que a diferencia del paradigma del realismo americano no expone para vender aunque que, eso sí, lo más normal es que cuando descuelgue la exposición de La Barra no le quede ni una acuarela para llevarse, de tantos novios como les salen entre la clientela del bar.

Más de una tapa vuelve intacta a las manos de Carlos de Pablo porque al cliente se le han ido los ojos a esa pared y, con ellos, el santo del hambre ha volado también, ha preferido alimentarse de belleza, que llena menos pero sacia más.

Sin fecha precisa todavía para la 'clausura' de esta muestra (así que a aprovechar se ha dicho), la voz de José Miguel de la Torre, que suena en sus cuadros, clama por que el Jaén de siempre pueda seguir siendo, dentro de muchos pero que muchos años, musa de los grandes acuarelistas del futuro. 

 

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