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Fósforo blanco de un poeta químico

Por Fran Cano - Marzo 17, 2018
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Fósforo blanco de un poeta químico
Pedro Luis Casanova es poeta, autor de 'Fósforo blanco', y profesor de Química en Campillo de Arenas.

El docente Pedro Luis Casanova analiza la doble vertiente de un autor que crece al ritmo de su carrera como docente

“Al poeta le viene bien que pase el tiempo, porque este es un gran juez”. La sentencia es de Pedro Luis Casanova (Jaén, 1978), profesor de Química en el IES Puerta de Arenas de Campillo de Arenas. La idea apunta a la realidad de un autor con tres poemarios publicados mientras ha labrado su carrera de docente. Fósforo blanco es el título de su última obra. El fósforo, dice él, es el elemento que simboliza la naturaleza abrasiva de una poesía capaz de atravesar otros lenguajes, otras expresiones como la violencia.

Publicado en 2015, el poemario se escribía mucho antes. Hay versos que acumulaban hasta una década antes de ser expuestos. Nada tiene que ver el tiempo del autor con el tiempo de la edición. Son caminos que se encuentran. Reconoce en esas 27 piezas que integran su Fósforo blanco una evolución con respecto a las creaciones más tempranas. Casanova también es autor de La anatomía del eco (1999) y Café (2001). “Los primeros son muy claros, muy ingenuos: la imagen construye las emociones; en el último libro los poemas son más oscuros, y las emociones dictan las imágenes”, explica a este periódico.

“SON PROFESIONES IRRENUNCIABLES”

Sostiene que a diferencia de la narrativa, que aún no ha probado al menos en público, en la poesía la disciplina de autor tiene menos sentido. A veces no sirve de nada dedicar una tarde a la búsqueda de un poema que nunca llega. A veces llega cuando menos lo esperas y solo hace falta un papel y una libreta. “El proceso de escritura es caprichoso y probablemente el lenguaje poético sea el que menos disciplina precise. El proceso poético es el más rebelde”, analiza.

Jamás dejaría, afirma, la docencia aun cuando sus poemas le permitiesen vivir alejado de las aulas. Concibe la escuela a partir de la utopia de Giner de los Ríos: el motor de la sociedad que irradia una forma de estar en el mundo. Por eso no lo dejaría. Y porque, aunque su materia es la Química, comparte la cultura y el arte con el alumnado. Piensa también en otros poetas que compaginaron la docencia y la expresión artística, como Machado.

Está convencido de que la escuela, la educación, debería cuidar más a sus artistas. “Ante los proyectos y las legislaciones encaminadas a certificar la deshumanización de los más elementales comportamientos sociales, el poeta solo puede resistir sosteniendo desde lenguaje el rostro desahuciado de la belleza y el profesor llenando los bachilleratos y las universidades de jóvenes invadidos por la curiosidad en lugar de espantarlos, pues solo el conocimiento y el ejercicio del pensamiento en todos sus niveles capacita para la libertad”, argumenta. Y remata: “Pienso profundamente que cuantos más seamos en ese camino, no tanto en el del ruido por el ruido, menor será la impunidad de los legisladores. Las dos profesiones, poeta y maestro, son irrenunciables”.

Entre sus influencias están Diego Jesús Jiménez, Agustín Delgado, Juan Carlos Mestre, Pepe Nieto, Molina Damiani, Antonio Negrillo y Alfonso Fernández Malo. El químico y poeta está siempre inmerso en creaciones que verán la luz cuando sea. “Sigo escribiendo con la misma anarquía. Cuando el poema serpentea entre los papeles de mi costumbre intento apartarlos para cazar a esa serpiente que nunca se deja ni se dejará atrapar por el territorio infinito de la vida y la conciencia de su tiempo”, concluye.

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