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Antonio Manuel Arroyo, siempre con Jamilena en el alma

Por Javier Cano - Junio 04, 2023
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Antonio Manuel Arroyo, siempre con Jamilena en el alma
Antonio Manuel Arroyo, un enamorado de su tierra aunque esté lejos. Foto cedida por Antonio Manuel Arroyo.

Emigrante a tierras catalanas en plena adolescencia, allí prosperó, se casó y ha tenido hijos y nietos, pero asegura que sigue queriendo a su pueblo "con locura"

Tres cuartos de siglo lleva ya sobre este mundo el jamilenudo Antonio Manuel Arroyo Guardia, de los cuales más de sesenta han transcurrido lejos de su pueblo natal, de esa Jamilena que asegura seguir queriendo "con locura", pese a tener que dejarla atrás para prosperar. Paradojas de la vida. 

Sí, en Rubí (Barcelona) se ha desarrollado la mayor parte de la aventura vital de este hombre campechano y alegre por naturaleza que no deja de pensar, ni un solo día, en su patria chica:

"Me vine aquí con diecisiete años, estaba trabajando ahí, en Jamilena, pero no tenía posibilidades; trabajaba en el Ayuntamiento, porque el alcalde era tío mío y me tenía empleado. Cuando llegué a Cataluña cobraba igual que allí, dieciocho euros diarios, y aquí continúo".

Dieciocho euros (tres mil pesetas, entonces) que poco a poco crecieron y crecieron hasta permitirle (a fuerza de trabajo, de esfuerzo) forjar un presente y un futuro que, a su parecer, le hubiera sido prácticamente imposible alcanzar en Jamilena.

Curtido en el campo, perdió a su padre cuando él solo tenía ocho años de edad y encontró cobijo al lado de su abuelo, en un ambiente rural que lo alejó de cualquier posibilidad de estudiar pero que sembró en él unas ansias tremendas de crecer, de salir adelante con la mayor dignidad posible: 

"Primero me vine unos meses, tres o cuatro, a Mollet; luego volví y al año siguiente nos vinimos ya con mi madre y mis dos hermanos a Rubí", recuerda, y añade: "Era el año 65, continuamos aquí, yo trabajaba en una fábrica de cremalleras y por la tarde iba a hacer horas a otros talleres".

Horas, sudor, trabajo y más trabajo que le han copado una hoja laboral de cuarenta y dos años, con un espíritu cumplidor propio de un japonés:

"No he perdido ni un día de trabajo. Estuve quince años en la empresa de cremalleras, luego me fui a otra de cristales y ventanas de aluminio, he trabajado en muchas cosas, también he sido herrero forjador, electricista, fontanero...".

Si será así que su madre no aguantó, la nostalgia pudo con ella y se volvió al pueblo de los ajos en tanto él, convencido de que su sitio estaba allí, decidió continuar.

Si llega a venirse, seguramente no hubiera conocido a su esposa, una emigrante cordobesa de nombre Dolores, a la que conoció en Cataluña, con quien se casó en 1971 y formó un hogar con dos hijos y cuatro nietos: "Llevamos juntos cincuenta y tres años". Casi nada. 

 Un Viernes Santo, en la romería de San Isidro de hace algunas décadas, con su mujer.
Un Viernes Santo, en la romería de San Isidro de hace algunas décadas, con su mujer.

Más de medio siglo de vida en común que, ahora, se resume en una rutina cotidiana de lo más tranquila: "Me dedico a pasear para arriba y para abajo, llevar mis nietos al colegio cuando no está mi hija y recogerlos, y el huerto. Vivo en una casa, en una urbanización, y tenemos un huerto". Esa querencia no se la quita nadie. 

Y a la hora de pararse a pensar, de ejercitar la memoria, una protagonista principal: Jamilena: "Me gusta mucho decir que soy de allí", afirma, y apostilla: "Pero aquí tengo a mis nietos, si volviera los echaría de menos y estaría todo el día para arriba y para abajo, y ya no estoy para viajar tanto". A recordar, pues.  

 El día de su boda, con Dolores, en 1971. Foto cedida por Antonio Manuel Arroyo.
El día de su boda, con Dolores, en 1971. Foto cedida por Antonio Manuel Arroyo.

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