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Mari Ortega Aranda: la cara más solidaria de Bélmez

Por Javier Cano - Diciembre 24, 2022
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Mari Ortega Aranda: la cara más solidaria de Bélmez
María Ortega Aranda, una mujer que desprende solidaridad.

Es responsable de Voluntariado de Cruz Roja en Baeza, ciudad que habita desde hace décadas y donde engendró a su único hijo, fruto de un "auténtico milagro"

La historia personal de María Ortega Aranda (Bélmez de la Moraleda, 1966) da para un emocionante libro de superación, de fe en la vida, de solidaridada heredada. 

Afincada en Baeza desde hace ya treinta y dos años, llegó a la ciudad machadiana de la mano de su profesión (modista), siempre con su pueblo natal en el corazón pero volcada en construirse un futuro acorde con sus esperanzas: " "Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar", escribió Machado. Pues eso. 

"Los trapos son mi locura desde chica; estaba con una jefa desde los quince años y montó un taller en Baeza, me fui pero como había problemas entre los dueños, me volví a mi pueblo", recuerda la protagonista de este reportaje.

Apenas un mes le duró el parón, porque en cuanto supieron los baezanos que aquella mujer del pueblo de las caras y manos de monja con la aguja y el hilo estaba disponible, la reclamaron desde otro taller y allá que se fue para convertirse, con los años (y tras hacer escala también en Peal de Becerro) en una baezana más: "Al principio no me gustaba Baeza, pero aquí sigo", celebra. 

Efectivamente, ahí sigue, cose que te cose y mucho más, porque si Mari Ortega Aranda sube hoy a estas páginas digitales no es precisamente por el primor con que se cuaja un vestido (que también podría ser), sino por la empatía que teje a su alrededor, que le nace de adentro, desde las bovinas inacabables de su alma:

"En mi casa se ha mamado la solidaridad, sobre todo por parte de mi madre: por ejemplo, daba una morcilla a los gitanos cuando venían vendiendo por las calles; o a los feriantes, cada año, como dormían en el suelo, bajo el puesto, les sacaba los colchones. ¡No te lo puedes imaginar!, les carga el móvil a los muchachos de la feria, hasta dejó una casa propia a un jornalero marroquí para que echara la temporada de aceituna, en una ocasión". 

Isabel se llama la mamá, la autora de sus días. Y puestos a elegir, Mari escogió como herencia en vida esa compasión, ese afán por compartir que lleva como bandera allá donde va y, principalmente, en su papel de responsable de Voluntariado de Cruz Roja Baeza, a la que llegó hace doce años y de donde no la dejarían irse ni por todo el oro del mundo. 

"Mientras pueda, seguiré haciéndolo. Satisface mucho ayudar a la gente, ¡lo a gusto que te sientes!", concluye. Pasó por el ropero, accedió a la sección de alimentos y ahí sigue, dando lo mejor de sí. 

PROTAGONISTA DE UN "MILAGRO"

Con Blas, un cabrileño "que es un santo" (en palabras de su esposa), formó un matrimonio al que no le faltaba de nada para una vida plena, feliz. Bueno, no les faltaba nada hasta que se propusieron ser padres y la realidad les contestó con una bofetada de esas que duelen, pero de verdad. 

"Tençia catorce años y me dio un dolor muy fuerte, del apéndice, lo pasé fatal. Me mandaron a mi casa como que no tenía nada y por la noche reventaba de dolor, y claro, se me había perforado. A los cinco años de casados queríamos tener un hijo, porque me encantan los chiquillos. Fui al médico al ver que no me quedaba embarazada y vieron que tenía las trompas obstruidas, a causa de aquello del apendicitis".

Pintaba mal la situación, que amenazaba con pasar factura al equilibrio de Mari:

"Cuando una cosa no la puedes conseguir, te vuelves loca. Yo le decía a mi marido que para qué iba a vivir en el mundo si no podía ser madre, él me apoyaba, me decía que me resignase, pero yo no podía hacerlo. Fui a médicos y me recomendaron Barcelona, una clínica carísima de reproducción asistida. Y aunque era carísima, me fui. Decidieron quitarme una trompa y me dijeron que si en año y medio no quedaba embarazada, que me olvidase", relata.

Si tendrían ganas, que acariciaron incluso la idea de que otro vientre se encargara de acabar con esa frustración: "Tengo una amiga dominicana, dentista, que me dejaba a su hija los fines de semana y cuando podía; ¡eso de oler a bebé en la cama me volvía loca! Mi amiga decidió fecundarse de mi marido y, ante notario, darme luego a la criatura", cuenta Mari mientras se le quiebra la voz por la emoción. 

"Al final dije que no. Y una noche, vino a casa y me djo: 'Mari, ¿has visto la cara de loca que tienes?". Nunca unas palabras tan poco halagadoras (por llamarlas de alguna manera) sonaron también en los oídos de una mujer enamorada de la maternidad. "¿Qué te apuestas que estás embarazada?". Y vaya si lo estaba: "Me hicieron la prueba y salió positiva, se armó un fiestón pero yo me quedé paralizada". No era para menos.

En la consulta ubetense de su médico escuchó por vez primera los latidos del corazón de Jesús: "Tenía claro que si me quedaba embarazada, sería un milagro. Así que le puse ese nombre, Jesús". Veintidós inviernos cuenta ya aquel pequeño que su madre describe como solo ellas saben hacerlo:

"Guapo no, lo siguiente". Quien quiera suscribirlo o llevarle la contraria, ahí lo tienen, en la fotografía superior, abrazado a mamá. 

María Ortega Aranda, solidaria porque la sangre que viaja por sus venas lleva el sello de Isabel, la madre que se desvela por los demás, pero también porque se siente en deuda con la vida gracias a ese milagro que es su hijo, tras tantas fatigas como pasó para traerlo al mundo; incluso estando como está amenazada por el cáncer, otro 'legado' familiar: "Si él necesita alguna vez que alguien le ayude, que haya gente como yo para ayudarle". Ahí quedó. 

 Mari con su hijo, Jesús, un sueño convertido en realidad.
Mari con su hijo, Jesús, un sueño convertido en realidad.

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