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Enamorado de su profesión y de su pueblo, Torredonjimeno

Por Javier Cano - Septiembre 17, 2022
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Enamorado de su profesión y de su pueblo, Torredonjimeno
Juan Alberto Carpio, con una usuaria.

Juan Alberto Carpio Pamos no cambiaría ni por todo el oro del mundo su trabajo con las personas mayores ni el municipio donde desarrolla su vocación

Hablaba Machado, en su poema Las moscas, de una "segunda inocencia / que da en no creer en nada", la tercera edad. Esa que, con otras palabras, el tosiriano de adopción Juan Alberto Carpio Pamos (Jaén, 1990) define de forma casi tan poética como el mismísimo escritor sevillano, o al menos con la misma ternura:

"Me gusta mucho el trato con niños, y los ancianos al fin y al cabo son iguales", asegura este gerocultor de vocación que desde hace cuatro años procura lo mejor de sí a los usuarios de la Unidad de Estancia Diurna (UED) Torredonjimeno, donde trabaja, donde está encantado, de donde no quiere irse ni en la peor de sus pesadillas:

"Entré con miedo porque no sabía si iba a servir para eso, pero una persona que tiene vocación (porque hay que tenerla para este trabajo) se ve desde el primer día, no hace falta más", sentencia.

La vocación, que Nietzsche definía como la espina dorsal de la vida; él la tiene (la vocación claro, porque la columna vertebral se da por hecho), se le nota en cada una de las sílabas que conforman su discurso, habla de su trabajo con el mismo mimo que, dicen, pone en lo que hace:

"Alberto es una persona llana, humilde, cariñosa, dulce, eso es lo que yo percibo de él cuando trata a los ancianos; les da alegría, cercanía, dulzura...", expresa el artista tosiriano Miguel Martos, que conoce de primera mano la labor de Carpio. 

Una tarea que para el protagonista de este reportaje, no le da más que alegrías, incluso en esos momentos en los que no todo es de color de rosa:

"Es un trabajo muy gratificante, haces cosas por ellos que ellos mismos no pueden hacer. Hay días que tienes problemas, como en todos los trabajos, pero la mayoría de los días llego con satisfacción a mi casa".

¿El secreto? No 'contagiarles' negatividad, evitarles preocupaciones: "Implica de todo un poco, hacer muchas veces de psicólogo; ¿aguante?, muchísimo, porque hay días que tu cuerpo te pilla peor, pero tú no puedes perder los nervios ni la paciencia, tienes que estar lo más relajado posible, no transmitirle nervios a ellos".

RECUERDOS DE PANDEMIA

En pleno ejercicio de su pasión profesional se encontraba cuando la pandemia irrumpió, de sopetón, en la cotidianidad del mundo. 

Un momento "muy duro", confiesa, que pasó ejerciendo desde la distancia que imponían todas las precauciones contra el coronavirus:

"La pillé enterica, las UED fuimos los primeros en parar y los últimos en arrancar. Al irse una persona a su casa y estar en contacto con más gente, suponía un riesgo grandísimo y tuvimos que parar", recuerda. Interrumpir la agenda de cada jornada, sí, no quedaba otra, pero de ahí a desconectar había un trecho larguísimo:

"Nos repartimos una lista de usuarios por cada trabajador y los llamábamos cada dos días, para ver cómo iban, para hablar con ellos". Lo que se dice estar ahí cuando más se necesita, aunque ese "estar" implique distancia, no contar con la presencia y la figura, con palabras de San Juan de la Cruz. 

Un episodio difícil, durísimo, como lo fue el regreso al comprobar que faltaban algunos de los que esperaban volver al ambientillo de la UED, abatidos por el Covid. Pero nada, ni siquiera esa terrible realidad, pudo con la bien asentada vocación de Carpio Pamos:

"Si volviera a empezar, me decantaría totalmente por lo que hago; me encanta la geriatría, he tenido oportunidad de cambiar de trabajo y he rechazado la oferta". De trabajo... y de ciudad, que aunque giennense de cuna, lleva desde sus trece primaveras en tierras tosirianas y es ya más de Torredonjimeno que el ponche: "No me quería venir, y ahora no me quiero ir" (o la versión metropolitana del célebre a Jaén se entra llorando y se sale llorando).

"No me gustaría movemer de mi pueblo, soy muy casero, estoy muy a gusto, voy con patinete eléctrico al trabajo; a veces la calidad de vida prima más que ganar un poco más en otro sitio", concluye.

Como mucho, algún viajecillo como el que se ha pegado, este verano, a la patria de las telenovelas de última generación, de los trasplantes capilares y, sobre todo, de esas mezquitas que, como la de Santa Sofía, apabullan, sobrecogen, agarrotan de belleza. Viajes, sí, pero "sin desconectar del todo", afirma. Lo dicho, la vocación...

 El protagonista del reportaje, en un reciente viaje a Turquía.
El protagonista del reportaje, en un reciente viaje a Turquía.

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