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"Lo que más me gusta en el mundo es ayudar a los demás"

Por Javier Cano - Mayo 01, 2022
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"Lo que más me gusta en el mundo es ayudar a los demás"
Mari Carmen Vela, al micrófono, otra de sus múltiples facetas.

La villariega Mari Carmen Vela comparte con los lectores la historia de su vida, marcada por la frustración hasta que pudo tomar conciencia de sus valores

La historia de Mari Carmen Vela Ávila (Los Villares, 1965) es propicia a la lágrima: de emoción y de alegría. De emoción, sí, ante la falta de autoestima que ha acumulado a lo largo de su existencia por la "superprotección" (en sus propias palabras) que le procuró su familia, a cuenta de un "defecto físico" que la convirtió en una suerte de patito feo ajeno al mundo. 

"En mi casa me he sentido siempre con pena, y decían: "'A ver, la chiquita, como está así...! Me empecé a ver como un monstruo, no me podía ver a mí misma, huía de los espejos".

Y de alegría porque, con el tiempo y la ayuda de su "hada madrina", su vecina "doña Adela", esta mujer hoy positiva, cómplice de la luz, ha conseguido salir de las sombras a las que la condenaron sus circunstancias y dar rienda suelta a lo que, asegura, le gusta más en el mundo: "Ayudar a los demás".,

Un argumento con el que, con matices, Hans Christian Andersen o David Lynch hubieran creado una obra de arte de esas que no decaen, cada uno en su género pero con un final (feliz) común. 

Según cuenta, fue esa señora (un alma grande que vivía a un tiro de piedra de su casa) la que le abrió los ojos y le hizo ver otra realidad: 

"Entraba a ver a mi abuela, y cuando me veía le daba lástima que estuviera yo así, con la cabeza agachada, muy mal; empezó a preguntarme si yo iba a comprar el pan, a decirme que hiciera cosas por mí misma. ¡Ella me dio la vida!".

Tanto es así que la considera su "mami adoptiva", y a su hija, Rosario, una verdadera hermana. Fallecida Adela hace quince años, ha dejado a Mari Carmen el mejor de los legados que podía haber recibido: tomar conciencia de sus valores personales.

Así fue como comenzó a ayudar a quienes veía necesitados de calor, de cariño, de compañía, y de paso a escuchar palabras que (afirma) jamás tuvieron hueco en el diccionario de sus oídos: "Si alguien necesitaba algo, cuando iba y  ayudaba a alguien, me decían: ¡qué preciosa eres, lo que vales! Yo no estaba acostumbrada a eso". 

Sobrecogedor testimonio que, lejos de dejar mal a sus padres, los sitúa en una época y unas circunstancias de todo menos propicias para una persona como ella, con sus singularidades, como manifiesta el cronista oficial de Los Villares, Victoriano Muñoz: 

"La querían mucho, pero el momento era otro, los tiempos eran distintos y pasaban esas cosas. Cuando nacían personas con discapacidad, muchas veces se daba esa sobreprotección porque pensaban que era lo mejor para sus hijos". Convencido de las aptitudes de la protagonista de este reportaje, el historiador expresa:

"La encuentro una persona con una sensibilidad y una solidaridad muy grandes, con una gran entrega hacia quienes tienen necesidad, siempre muy pendiente de quienes están solos". Y apostilla: "Es como si quisiera cambiar su experiencia personal haciendo por los demás lo que, en un momento dado, no hicieron por ella". Sobrecogedor el resumen de este histórico villariego. 

Si da en el clavo Muñoz, que no hay más que conocer la experiencia vivida por Vela Ávila en los últimos años para comprender que el reproche no figura en su idioma, volcada como ha estado siempre en cuidar de sus progenitores cuando les llegó la hora de ser, ellos también, demandantes de abrigo: 

"Los dos con alzhéimer, y yo los he cuidado; mi madre, ahora, está en una residencia, y mi padre fue hallado muerto cinco días después de desaparecer. He pasado mucho, porque a él le dio por querer matar a la gente que salía en la tele, con una guadaña, y a ella por decir que yo me metía en todos los coches que paraban frente a mi casa".

 Con doña Adela, su hada madrina, para la que no tiene más que buenas palabras.
Con doña Adela, su hada madrina, para la que no tiene más que buenas palabras.

RECUPERAR EL TIEMPO PERDIDO

Pero todo se pasa, hasta lo malo, dice el dicho, y la vida de esta inquieta villariega anda ahora por otros derroteros, plenos de comprensión, de cariño... de normalidad.

No falta, de lunes a jueves, a la escuela de adultos, donde tienen tanta confianza en ella que la han nombrado, oficiosamente, 'ama de llaves':

"Estoy con la vista mal, pero allí estoy distraída, y además la directora me confía las llaves, yo abro la puerta y las clases, me siento útil. Y si me dicen que hay que subir a informática a por algo, lo hago encantada", confiesa. Lo dicho, una resurrección en toda regla. 

Apasionada de las redes sociales, ha pasado por los micrófonos de la radio (asegura que le encanta eso de comunicar) y hasta se da un baño de parabienes cada vez que, en el atril de la parroquia, ejerce como lectora en misa. Eso, y la fiesta, que es su terreno, porque donde huele a romería, a matanza, a alegría, allí está ella, ni siquiera le da reparo cruzar las fronteras de su pueblo para confraternizar:

"Estoy en la asociación Los Jilgueros, de Valdepeñas, y hacemos manualidades", detalla mientras sentencia, rotunda: "Me siento muy querida por mis vecinos de Los Villares, yo era la tontilla de la familia pero ya no, de verme como me han visto siempre a como me ven ahora...". 

Miguel Ángel, el divino Buonarroti, creía que las estatuas están de antemano ocultas en el bloque de mármol y que el trabajo del escultor no es inventarlas, sino encontrarlas: eso es lo que hizo aquella doña Adela, el "hada madrina" de Mari Carmen Vela Ávila, cuando se empeñó en sacar a la luz la obra de arte que sus padres preservaban, seguramente con el mismo celo, con el mismo amor con que Leonardo le negaba al mundo el prodigio de Monna Lisa. 

 En clase, junto a sus compañeras.
En clase, junto a sus compañeras.

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