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Homo tributum

Por Miguel Ángel de la Rosa - Abril 01, 2017
Homo tributum
De la Rosa repasa la evolución histórica de los impuestos en su artículo 'Homo tributum'.

Paseando por el Gran Eje me encontré con él. Y se me ocurrió que lo que había ocurrido con aquel moderno edificio era un calco de la vida de cualquiera de nosotros. Nació con vocación de ser un supermercado gourmet, con productos deliciosos y caros, y la exclusividad como vitola. Después, por cosas de la vida, se transformó en centro de oportunidades, lugar donde buscar la ganga y el producto barato y resultón.  Finalmente, llega la Agencia Tributaria, coloca sus rótulos y banderas, y se lo queda todo. Así nos pasa también a nosotros. Abonar impuestos es la inexorable realidad del Homo tributum. Ojo, sabemos que los impuestos son necesarios, imprescindibles para pagar nuestros servicios públicos y sostener el enorme tenderete que forman el Estado, las autonomías, diputaciones y ayuntamientos. Pero a nadie le gusta pagarlos. Tampoco son bienvenidos los inspectores de Hacienda.

Miguel de Cervantes recorrió un montón de villas de Jaén como recaudador de impuestos para la Armada Invencible y, desde luego, no era bien recibido en los lugares que visitaba. Paradojas de la vida, los tataranietos de los que le insultaban y amenazaban por sus requisas de trigo y otras provisiones, son los que hoy le dedican azulejos, nombres de calles y plazas. Luego tenemos el caso del publicano San Mateo, recaudador de impuestos para Roma en la nacionalista Judea. Cansado de hacer banquetes en Cafarnaúm y del desprecio de sus vecinos por su indigno trabajo lo dejó todo para ser discípulo de Jesús de Nazaret. Hoy es patrón de banqueros, loteros e inspectores del fisco.

El problema de los impuestos es que no tienen más límite que la imaginación de los ministros de Hacienda de turno. Los de ahora, desde luego, andan sobrados de ella. Ahí tenemos el denominado popularmente como “impuesto al Sol” que grava a aquellos usuarios que se atreven a producir electricidad en sus propios hogares para autoconsumo. Uno de mis favoritos es el canon digital que multa al consumidor por comprar cualquier dispositivo de grabación. Así, se da por hecho que usted es un pirata que va a emplearlo para hacer copias ilegales de obras con propiedad intelectual.

En Andalucía el personal anda muy mosqueado, y con razón, con el Impuesto de Sucesiones mediante el que la Junta mete mano, en un porcentaje muy lesivo, en las herencias de la gente. Los babyboomers que nacieron en los años 40 y 50, y se deslomaron a trabajar para pagar un piso, temen ahora que el impuesto de marras se lleve el fruto de sus esfuerzos. El cabreo es mayúsculo cuando se conoce que en otras comunidades autónomas apenas se abona nada por el mismo concepto.

Si habla con cualquier catalán le dirá que está hasta la coronilla de pagar por transitar en autopistas de peaje en lo que no es más que una actualización contemporánea del viejo impuesto del pontazgo, que obligaba al viajero a abonar por cruzar un determinado puente. También existía el portazgo, cantidad que se apoquinaba por entrar en una villa, y que recuerda muy mucho a las tasas que deben pagar los turistas por pernoctar en determinadas ciudades.

Otro impuesto antiguo era la gabela, que recaudaba dinero por el consumo de sal cuya producción solía ser monopolio del estado. Parece que ahora el Gobierno prepara una actualización con un impuesto a las bebidas azucaradas con la coartada de mejorar nuestra salud.

Tan antiguas o más que los estados, las contribuciones han averiado la economía de las familias desde hace miles de años. Empleo este verbo porque la “avería” era un impuesto español sobre el comercio en las colonias americanas que debían pagar los mercaderes o los pasajeros que viajaran al Nuevo Mundo.

Si algo nos dice la Historia es que cualquier cosa puede convertirse en tributo. Por ejemplo, a finales del siglo XVIII se creó un impuesto en Inglaterra para aquellas personas que compraran sombreros, y otro para el que pusiera muchas ventanas en su casa. Muy conocida también es la contribución que impuso el zar Pedro el Grande de Rusia a los hombres que llevaran barba. Me pregunto qué pasaría hoy con un impuesto similar sobre las barbashipster y la altura de los tupés de los jóvenes.

Como vemos, impuestos directos e indirectos los ha habido de todos los tipos. Podríamos seguir dando decenas de ejemplos. Pero mejor no dar ideas. Mientras tanto, resígnese, consuma y pague sus impuestos. Ya lo decía el actor americano Will Rogers: “La diferencia entre la muerte y los impuestos es que la muerte no empeora cada vez que se reúne el congreso”.

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