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"Este libro es un homenaje a todos los niños y niñas del mundo"

Por Javier Cano - Noviembre 18, 2021
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"Este libro es un homenaje a todos los niños y niñas del mundo"

El periodista Iván Benítez, (Zaragoza, 1972), "un bilbaíno alcalaíno que se ha criado en Pamplona", en sus propias palabras, presenta mañana en Alcalá la Real su primer libro, El mundo del revés (la pandemia desde los ojos de una niña de 5 años), publicado por Ediciones Eunate. Una suerte de íntima crónica cotidiana del confinamiento trascendida a las páginas de una obra que tiene un objetivo claro, "homenajear a todos los niños y niñas del mundo", cuyos derechos básicos considera vulnerados a cuenta del Covid.    

—Primer libro, señor Benítez, y con la pandemia como eje temático. ¿Cómo nació El mundo del revés?

—Todo empezó en un viaje a Siria en febrero de 2020. Mi mujer, Marta, que es de Alcalá la Real, estaba embarazada de ocho meses e intenté hacer un viaje antes de que ella diera a luz a la pequeña Vera. Ya estábamos los medios de ocmunicación publicando informaciones sobre lo que estaba sucediendo en China y en Italia, y yo no me lo terminaba de creer, incluso le decía a Marta que los medios nos estábamos pasando de frenada, que estábamos siendo demasiado alarmistas, que esto no iba a tener demasiada trascendencia, que todo se quedaría en un suspiro. Me fui tranquilo a Siria, estuve allí quince días haciendo reportajes y fue al regreso, a finales de febrero, cuando empecé a ver en el aeropuerto de Beirut que algo ocurría. Había estado muy desconectado de la información internacional porque allí, por desgracia, las cosas no funcionan bien y empecé a encontrar mascarillas en los aeropuertos, comprobé que los contagios habían llegado ya a Oriente Medio.

—Nada más regresar a España, se topó con la cruda realidad...

—Al llegar a Pamplona me encuentro que, pocos días después, empieza el estado de alarma, el 14 de marzo; sacan a nuestros hijos de los colegios, precintan los columpios, todo se empieza a disparar. Aun y todo, yo pienso que va a ser algo pasajero. Mi jefe me dice que salga a la calle a cubrir las primeras crónicas de los primeros días de cuarentena y ahí coincido con enfermeras que están en la calle y me doy cuenta de que esto es una realidad ya tangible. Entonces es cuando, después de cubrir varias crónicas los primeros días, le comento a mi jefe que la situación es más dramática y más alarmante de lo que estamos diciendo los medios, y que no puedo salir de casa, porque mi mujer está embarazada, va a dar a luz en cualquier momento y si yo me contagio, tenemos que aislarnos. Estamos solos aquí y eso no puede ser.

—Se convirtió usted, de golpe, en un reportero confinado, pero no inactivo. 

—Es en ese aislamiento en casa, encerrado, sin balcón, cuando empiezo a descubrir (con una niña de entonces cinco años y con Marta a punto de dar a luz) que los niños están recibiendo unas informaciones exhaustivas, por radio, de fallecidos, de miles de fallecidos al día, y que nadie les ha explicado nada; se les ha sacado de los colegios, se les han precintado los columpios antes incluso que se cerraran los bares y no tienen derecho a recibir respuestas. A partir de ahí surgen muchas preguntas de Helena que pueden ser las de cualquier otro niño y compruebo también que los medios de comunicación se quedan en los balcones, no van más adentro de lo que ocurre en los hogares.

—¿Ese fue el punto de partida del libro, entonces? ¿Contar lo que no contaban los medios?

—Ahí es cuando, hablando com mi mujer, le consulto: "¿Qué te parece si saco a la luz un diario, en las redes sociales, de lo que ocurre en nuestra casa? De esta manera podemos entretener a los abuelos en Alcalá la Real, en Bilbao y en Castro. Y así es como va fluyendo todo. Empiezo a recibir mensajes de manera privada en los que me animan a seguir escribiendo porque se ven reflejados en esas crónicas, se sienten agradecidos porque les insufla esperanza, oxígeno, distracción, un poco separándose de lo que cuentan los medios de comunicación. 

—Vamos, que el libro fue 'cocinero antes que fraile' en las redes, igual que El viaje a ninguna parte de Fernán Gómez fue folletín radiofónico antes que novela o película.

—Exactamente. No se iban a publicar nunca, eran para las redes sociales, la gente se sentía identificada y les gustaban. Pero una vez que terminó todo esto, lo que hice fue borrarlas de las redes sociaels. Esas crónicas cumplieron un trabajo. Lógicamente me las guardé en un Word. Se terminaron de escribir ciento un día depués del estado de alarma, se terminaron de escribir en Alcalá la Real, y nosotros imprimimos un libro con esas primeras crónicas, impreso en Alcalá, en una de las imprentas de allí. Eran cincuenta volúmenes para nosotros, para que mis hijas y sus amigos puedan tener, en un futuro, una documentación exhaustiva y rigurosa del día a día de lo que vivieron.

—En forma de autobiografía, de testimonio...

—No, no, no es autobiografico, es una crónica periodísstica que perfectamente podría hacer en el hogar de una famila de Alepo en pleno bombardeo. Una crónica periodística que ocurre dentro de un hogar, para que no se olvide que hubo muchas consecuencias dentro de ellos. Lo que pasa es que sí es verdad que recojo experiencias personales que he vivido en distintos países, porque tampoco quiero que se olvide lo que estaba pasando en esos meses de marzo, abril y mayo confinados, en otros países en guerra o en situaciones de crisis sanitaria o económica. Por ejemplo, una de las escenas que describo es cómo gracias a los teléfonos móviles hemos podido contactar con nuestros familiares, abrir un poco la ventana y respirar.

 Benítez, durante uno de sus viajes a Alepo, en Siria.
Benítez, durante uno de sus viajes a Alepo, en Siria.

—Y de dónde vienen esos teléfonos móviles, claro.

—Claro, en este libro quiero recordar de dónde vienen esas baterías, cómo se fabrican esos móviles, cómo gracias a unos niños que se meten en unas galerías de arcilla y extraen esos minerales, nosotros pudimos hacer videollamadas en pleno confinamiento. 

—Su preocupación por los más pequeños es evidente en este trabajo.

—Es que, una vez que termino mi permiso de paternidad, vuelvo a la calle, en septiembre, vuelvo a las zonas Covid de los hospitales, a las casas, y me doy cuenta de que la gente ha olvidado o está olvidando lo que ha vivido durante el confinamiento y que los niños siguen pagando todo esto, siguen siendo el último eslabón de esta pandemia. De hecho, hoy son los únicos que van al patio con mascarillas. 

—¿Cree que son ellos quienes están 'pagando el pato' por los que prefieren no vacunarse, por los que se quitan las mascarillas en interiores...?

—El 20 de noviembre se celebra el Día Universal del Niño, se conmemora la Convención de los Derechos de la Infancia; esto, ¿qué significa? Significa que en 1959, Naciones Unidas aprobó una declaración que no llegaron a ratificar los países de la ONU hasta 1989. Se querían garantizar los derechos más básicos de los niños, derechos como la libertad de juego, la seguridad en la educación, la salud..., los mismos derechos que tenían los adultos. Un convenio que, sin embargo, no aprobó Estados Unidos, todavía no lo ha ratificado. Y cuando, de repente, llega la pandemia me doy cuenta de que estas garantías universales no se están respetando, los niños han vuelto a ser los más vulnerables y eso es lo que quiero recalcar con este libro, que no se olvide que las instituciones, los líderes políticos, los grandes organismos y los medios de comunicación (con las informaciones que hemos trasladado) hemos hecho con los más pequeños. Y ahora estamos recogiendo los problemas de salud mental. 

 

La preocupación de Iván Benítez por 'esos locos bajitos', por usar versos del gran Serrat, va más allá de sus palabras. Ahí están (entre otras muchas aventuras que dan cuenta de su compromiso) los viajes que el fotoperiodista ha realizado al Congo, en los últimos cinco años, para denunciar la explotación infantil que (asegura) llevan a cabo las multinacionales en las minas de oro y coltán.

 

—¿Ve la luz al final de este túnel?

—No sé, yo creo que nos tenemos que mentalizar de que tenemos que ir todos a una, que nos tenemos que vacunar; está comprobado que desde que las vacunas llegaron no ha habido contagios excesivos en las residencias, ni fallecidos, creo que debemos apostar por las vacunas, está claro que han evitado mucha muertes. No olvidemos que hemos vivido en este país hasta mil fallecidos al día y que ahora se cuentan con cuentagotas y normalmente son personas que no se han vacunado. Creo que vamos a volver a la normalidad siempre y cuando vayamos todos a una, nos vacunemos y tengamos un poco más de paciencia.

—Como sabe, Austria ha confinado a las personas no vacunadas y Alemania se lo plantea. ¿Le parece eficaz una medida como esta?

—Me parece muy bien, porque mientras no estemos todos vacunados los niños no van a poder quitarse las mascarillas en los colegios. Yo estoy cansado de ver a mi hija (con siete años ahora) jugar en un patio con mascarilla, ir a clase con mascarilla mientras la gente está en la discoteca o en el fútbol sin ella, eso no es normal, no se debe permitir. Mientras no esté todo el planeta vacunado no hay nada que hacer. Es el mundo del revés que intento transmitir en este libro. 

—Pensando en mañana, Iván, estará usted en el aula magna de Capuchinos de Alcalá la Real, a partir de las ocho de la tarde. ¿Qué significa para usted este municipio (que es la tierra de su esposa y, por lo tanto, el 50 por ciento de las raíces de sus hijas?)

—Alcalá la Real me ha dado lo mejor de mi vida: a Marta, mi mujer, y mis dos hijas, Helena y Vera, que remanecen de allí. Luego están los abuelos: la abuela Mari y el abuelo Paco; están los tíos, los sobrinos... En Alcalá la Real, como quien dice, empecé a escribir el libro, en Alcalá la Real lo terminé, empecé a imprimir ese volumen y, bueno, en Alcalá la Real me refugio con mi familia y volvemos a lo que es la vida a fuego lento.

—Estará rodeado de periodistas en ese acto de presentación, con Evangelina Milla como moderadora y su padre, el célebre J. J. Benítez, como invitado. 

—Sí, si no hay imprevisto de última hora el 'abu' estará en Alcalá.

—Ese que usted llama "el abu", para el resto de los mortales es un mito vivo, una leyenda de la ufología y el autor de Caballo de Troya, best seller de culto. Ahora que se suma usted al oficio de escritor, ¿cómo se llevo eso de ser hijo de un referente universal, de una sombra tan alargada?

—Eso de las sombras alargadas no es que me guste mucho. J. J. Benítez es mi padre ante todo, y yo soy su hijo. Lo veo como un padre, como un referente, pero más como un padre. Más que una sombra alargada es como cualquier padre para un hijo: un faro de luz, que a mí me ha enseñado mucha disciplina, una paleta de valores y a caminar solo, a volar y a tener raíces. Lógicamente yo no soy escritor: soy periodista, reportero, no intento ni siquiera imitarle, para mí es imposible. Lo que quiero es aprender de él todo lo que pueda, lo mismo que cualquier hijo de su padre o de su madre. Sí que le consulto mucho antes de publicar, y a veces me da miedo que lo lea, porque es muy sincero y en alguna ocasión me ha dicho: "¡Esto no vale nada, rehazlo!", y cosas así. 

—Un crítico así, y tan a mano, no lo tiene cualquiera...

—Ahora somos padre e hijo, quizá cuando él falte lo valoraré también de otra manera. 

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