Cerrar Buscador
CASA ANASTASIO, UNA TIENDA CON ALMA

CASA ANASTASIO, UNA TIENDA CON ALMA

Por Javier Cano - Julio 23, 2022
Compartir en X @JavierC91311858

Los Valdivia Morente, históricos de la izquierda provincial, permitieron salir adelante a muchas familias humildes del casco antiguo gracias a su concurrido negocio de ultramarinos de la calle Almendros Aguilar, junto al Arco de San Lorenzo, donde fiaron a mansalva para que ningún chiquillo del barrio encontrara el plato vacío a la hora de comer 

Una cruz con una rosa en su centro preside la lápida del cementerio de San Fernando de la capital giennense tras la que yacen los restos mortales de Anastasio Valdivia Martínez (Jaén, 1917-1983) y Ángeles Morente Molina (Andújar, 1920-Jaén, 2015), en el nicho 443 de la sección Virgen de la Cabeza. 

Dos símbolos que resumen, con rotundidad funeraria, la personalidad de estos recordados y comprometidos comerciantes de ultramarinos de la zona del Arco de San Lorenzo cuyas duras historias personales jamás se pusieron sobre el mostrador de su pequeña tienda pero que, seguramente, influyeron (y mucho) para convertir el entrañable negocio del número 36 de la calle Almendros Aguilar en un generoso punto de abastecimiento para las familias de aquella parte del casco antiguo que no llegaban a fin de mes. Bueno, muchas ni a mediados. "Cristianos, pero de izquierdas, socialistas", sentencia su hijo Miguel Ángel Valdivia Morente

"Daban de fiado, y eso era la supervivencia de muchas familias, aunque ellos eran los que aguantaban la carga", los evoca Cándido Méndez, jaenero adoptivo que llegó a secretario general de la Unión General de Trabajadores (UGT) y quien no lo duda a la hora de asegurar: 

"La valoración que tengo de ellos es muy alta, tanto de Anastasio como de su esposa, Ángeles, y de su hijo también. Nosotros formábamos parte de una 'serie de padres e hijos' (los Vadillo padre e hijo, los Valdivia, los Cándidos —mi padre y yo—, los Zarrías...). Tengo de ellos una muy alta valoración, eran una referencia como socialistas que supieron guardar la llama de la libertad a lo largo de todos los años de la dictadura". Sabe de lo que habla, si se tiene en cuenta que frecuentó la casa de la familia desde bien temprano:

"Terminé la carrera de Ingeniería Técnica, en la especialidad de Química, en Madrid, con diecinueve años, y como no tenía hecha la mili tuve que buscarme la vida mientras me iba, porque si no la tenías cumplida no te colocaba ni Dios. Así que aquí, en Jaén, di clases particulares en una academia de Física y Química, y también le di a la hija de Valdivia [Loli] en su casa, con unas amigas suyas, allí, al lado del Arco de San Lorenzo y de la taberna del Criminal".

Buen prólogo para esta historia, que ni pintada para una campaña de promoción del pequeño comercio, pero no: es la aventura vital de Anastasio y Angelita (como era conocida cotidiana y cariñosamente), unos "luchadores por la libertad, por su familia y su supervivencia que procuraron que su barrio, humilde, no pasara fatigas", en palabras de su vástago. 

 El número 36 de la calle Almendros Aguilar (a la izquierda de la imagen, en primer plano) todavía conserva la puerta de acceso a la popular tienda de Anastasio y Angelita. Foto: Google Maps.
El número 36 de la calle Almendros Aguilar (a la izquierda de la imagen, en primer plano) todavía conserva la puerta de acceso a la popular tienda de Anastasio y Angelita. Foto: Google Maps.

APUNTE BIOGRÁFICO

Aunque de familia valdepeñera, Anastasio vino al mundo en el mismo edificio donde, años después, cerraría sus ojos para siempre. Dos extremos de la biografía de un hombre austero (¿no dijo la Nobel iraní Doris Lessing que se tienen menos necesidades cuanto más se sienten las ajenas?) que, un siglo antes de la irrupción del coronavirus, supo ya lo que era la peor cara de una pandemia:

"Cuando él solo tenía dos dos años murió su padre, Miguel, con la gripe española; su madre, mi abuela Dolores Martínez Escabias, 'la Valdepeñera', se quedó viuda con tres hijos, dos hembras y mi padre, que era el menor", relata Valdivia Morente.  

Viuda, sí, pero inquieta y luchadora como quien más: "Era gente humilde que, gracias a que ella sabía hacer muy bien la matanza y sacarle lo mejor al cerdo, hicieron dinerillos". Por lo pronto, como para comprar no solo el futuro inmueble de Casa Anastasio, sino "toda esa manzana": "Además tenía dos puestos de ultramarinos, especialmente de productos del cerdo, en la plaza de Jaén". 

Una época de bonanza familiar que la Guerra Civil, como tantas cosas, se llevó por delante: "Vino la guerra y lo desbarató todo; luego, mi tío Antonio, casado con Manuela, la hermana de mi padre, vendió casi todo menos la tienda y la casa, para hacerse mayorista de frutas y verduras, y ahí lo perdió todo, no era lo suyo. Fue un desastre", lamenta el menor de los Valdivia Morente. 

Para entonces, el compromiso político de Anastasio era ya evidente: "Desde el 31 e incluso antes; él me contaba que tenía en casa una bandera republicana y que su profesor particular, allá por el año 29, le decía 'ten cuidado, niño, que todavía no ha venido la república".

Miembro del Servicio de Información Militar durante el conflicto bélico, llegó a probar en dos ocasiones lo que Cervantes bautizó como el mayor mal que puede venir a los hombres, el cautiverio, la falta de libertad, "el sollozo del hierro" de las prisiones hernandianas: 

"Estuvo dos veces en la cárcel, del 39 hasta el 42, intentó reconstruir las estructuras socialistas en la provincia y en el 46, con Juan Zarrías, Pepe Gámez, Fernando Morales..., se pusieron otra vez a ello y cayó otra vez, aunque esta vez no lo dejaron en Jaén y lo mandaron a Cuéllar, en Segovia".

"De Anastasio se puede decir que tenía entidad propia en Jaén dentro de las personas que contribuyeron a la reconstrucción de la izquierda, y concretamente de la UGT", manifiesta Cándido Méndez. 

Con estos mimbres, y aunque había pasado por la Escuela de Artes y Oficios y había cursado estudios administrativos ("escribía a máquina de maravilla"), cuando "salió en el 49 se puso a trabajar y se casó en el 51" con Ángeles, "más pobres que una rata", narra Miguel Ángel Valdivia, hasta el punto (afirma) de que un amigo les tuvo que prestar cinco mil pesetas de la época para "poder comprar cosas y venderlas".

 Anastasio Valdivia en el patio de la cárcel de Cuéllar (Segovia), en 1946, Foto cedida por Miguel Ángel Valdivia Morente.
Anastasio Valdivia en el patio de la cárcel de Cuéllar (Segovia), en 1946, Foto cedida por Miguel Ángel Valdivia Morente.

TODA UNA VIDA JUNTOS

Algo, o mucho de Josefina Manresa tenía aquella morena iliturgitana, hija de republicanos socialistas, que perdió en el frente a dos de sus hermanos, que se pasó dos años y medio en la cárcel y tuvo entre rejas, además de a su novio, también a su padre y a Paco, su otro hermano [propietario de un comercio de tejidos en la Carrera, más arriba del Cervantes].

Anastasio y ella se conocieron en el 36 y ya no los separó más que la muerte, casi cincuenta años después. Juntos se embarcaron en la aventura laboral de una tienda cuya historia empezó a escribirse en el primer cuarto del siglo XX pero que, en sus manos, se convirtió en un negocio con alma, donde entre latas de conservas, cascos de refrescos y un sinfín de cosas más el matrimonio despachaba solidaridad, empatía, humanidad...

"Esa tienda fue el refugio de muchas familias, tanto en la posguerra como en los 60 y hasta después. Las familias numerosas no podían salir adelante, y ahí estaban ellos". Ahí estaban, efectivamente.

Él, "serio de fachada aunque muy irónico, le gustaba poner apodos a todo el mundo; era un trabajador nato, desde las siete de la mañana hasta la once de la noche, también sábados, domingos y días festivos, que atendían por la puerta de atrás a la gente; una carterica de colorante para el arroz, por ejemplo, había que levantarse a la hora de comer con simpatía, para cuidar al cliente, no perderlo o tener mala fama", rememora el benjamín de la casa, y apostilla: 

"Tenía un corazón muy bueno, era serio y exigente, sí, pero tenía un corazón que no le cabía en el pecho".

Ella, "pura simpatía, siempre con la sonrisa en la cara, dando mucho cariño y mucho amor; también se ponía seria, pero no tanto como mi padre, que era serio desde que se levantaba hasta que se acostaba. Serio y austero".

Allí, Miguel Ángel Valdivia (licenciado en Filosofía y Letras, profesor de Historia jubilado y concejal socialista en los ayuntamientos de Mancha Real y Jaén a finales de los 70 y principios de los 80) confiesa haberse empapado de "ese espíritu de trabajo, de arraigo a sus valores":

"Yo he llevado todo eso de la teoría a la práctica", comenta, y recuerda sus años como docente con alumnos adultos, a los que procuró "no solo una educación pedagógica, sino también mucha comprensión, una actitud social". Algo así como la paciencia de la que había que armarse para atender a algunos clientes, seguro que sí. 

"De los dos he aprendido lo mejor que tengo. Me han inculcado valores humanos, de lucha por la democracia, la libertad, la honradez, el esfuerzo para conseguir lo que quería", concluye. 

Lo dijo otro republicano, para algunos el inspirador del socialismo, Rosseau, la tira de años antes: "Un buen padre [unos buenos padres] valen por cien maestros". Pues eso. 

 La familia al completo en 1957. Foto inédita cedida por Miguel Ángel Valdivia Morente.
La familia al completo en 1957. Foto inédita cedida por Miguel Ángel Valdivia Morente.

He visto un error

Únete a nuestro boletín

COMENTARIOS

Marin

Marin Julio 23, 2022

Muchas historias se pueden contar del pequeño comercio en este país, esas pequeñas tiendas que tanto ayudaban a muchas familias. Los comienzos de todos ellos fueron importantes para el avance de ahora. Y aún siguen trabajando en ello. Creo sería bonito darles un homenaje. MarinaDuende

responder

COMENTA CON FACEBOOK