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CÁMARA, EL ALMA EN EL SOMBRERO

CÁMARA, EL ALMA EN EL SOMBRERO

Por Javier Cano - Mayo 27, 2023
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Lacontradejaén desvela el perfil más entrañable de uno de los personajes más conocidos y, a la vez, desconocidos de Jaén, el legendario sombrerero Manuel Cámara Ruiz. 

"¡Cuánta historia local, cuántos recuerdos se fueron con él y su prodigiosa memoria". Como ese sombrero de ala ancha que se calaba como nadie le caen estas palabras a Manuel Cámara Ruiz (Jaén, 1918-2010), salidas de la pluma de uno de aquellos tertulianos de su sombrerería, José Rus, y recogidas en su delicioso libro Aguas pasadas (recuerdos de un Jaén antiguo).

Palabras dedicadas a Jacinto Cámara de la Torre, padre del protagonista de este reportaje y sucesor de Luis Hipólito Garrido, sombrerero que al estilo de su vecina tertulia del Portalillo, el 4x6=24=6x4 de la Plaza de Santa María, practicaba la ironía como una religión diaria:

"Luis Hipólito es la peor sombrerería de Jaén", se podía leer en el cartel que colgaba en el interior del establecimiento, entre otras chuflas. 

De él, de Luis Hipólito, recibió don Jacinto el legado de un oficio al que dedicó toda su vida y que, andando el tiempo, recaería en Manuel Cámara.

Inolvidable jaenero de pro que, como sacado de un cuadro de Zuloaga, los domingos se calaba su fedora, su capa y su pantalón de mil rayas y dejaba boquiabierto al personal en un Jaén en el que ya no se estilaban esas maneras, pero a las que él, todavía en la década de los 90, no renunciaba. 

Castizo, sí, hasta el punto de que sus oídos preferían como banda sonora para su taller doméstico (el que tenía en su casa, que le permitía arrimar dineros a su cuenta) zarzuelas, pasodobles o canciones de la tuna, como evoca su nieta María José Garrido Cámara.  

Más de un lector de los que ya peinan canas lo recordarán así, o con su mandil de trabajo a las puertas de Sombrerería Cámara, puliendo un ros o mirando la hora de la Catedral, el único reloj que manejaron sus ojos.

Un artesano histórico porque, según el diccionario de la RAE, histórico es todo aquello que pertenece o es relativo a la historia; lo que, dicho de una persona o de una cosa, ha tenido existencia real y comprobada y, también, lo que es digno de pasar a la historia. 

Las tres acepciones las cumple, con todas las de la Ley, Manuel Cámara Ruiz, por más que su ciudad de su alma no le haya reconocido tantas y tantas décadas de trabajo incansable o su empeño en preservar, hasta que ya no pudo más, un oficio artesano que tuvo en él a uno de sus paradigmas.

"Todos los recordamos siempre trabajando, nunca tuvo vacaciones, trabajaba los 365 días del año incluidos sabados y domingos", asegura su nieta a este periódico.

Su nombre en una calle... ¡O al menos una placa en el lugar donde estuvo su mítico establecimiento, que en 1977 se convirtió en propiedad de los Cámara tras décadas como inquilinos; un predio hoy sustituido por un bloque en construcción al que dicho homenaje le caería como un borsalino a la cabeza de Belmondo! Es decir, de lujo. 

 Con su castiza capa y su inseparable sombrero, en una imagen familiar en las lonjas de la Catedral. Foto: Archivo de Javier Cano. Prohibida su reproducción sin autorización expresa de su propietario o de Lacontradejaén.
Con su castiza capa y su inseparable sombrero, en una imagen familiar en las lonjas de la Catedral. Foto: Archivo de Javier Cano. Prohibida su reproducción sin autorización expresa de su propietario o de Lacontradejaén.

UN GRAN DESCONOCIDO

Como otros personajes icónicos de la capital del Santo Reino a los que este diario digital ya ha dedicado sus páginas ampliamente, Cámara se enmarca a la perfección dentro de ese grupo de ilustres cuya vida, más allá de la recurrente fotografía, es completamente desconocida para la práctica mayoría de sus paisanos. 

Una aventura vital que hoy, de la mano de miembros de su familia, de quienes escribieron de él y de los datos cosechados por Lacontradejaén, sale a la luz por vez primera acompañada de imágenes nunca vistas y con un principal objetivo: rendir tributo a quien, pese a los casi trece años transcurridos desde su muerte, continúa formando parte del paisaje sentimental de aquí de la misma forma que Cebrián, Petrolo, Cazabán, Piturda, Arregui, Carmelo Palomino (que presumía del sombrero de ala ancha que le hizo Cámara), Niño AmadorPolluelas, Rosario López y tantos otros sin cuya memoria Jaén sería otra cosa. 

Toda su vida en el entorno de la Catedral, de la que fue campanero su tío Rafael Cámara (lo que le permitió conocerla como la palma de su mano), no nació en el edificio que albergaba el negocio, donde también llegó al mundo, en 1893, y murió, en 1984, su padre, que en 1948 había quedado viudo de Josefa Ruiz Jiménez con la compaña de sus hijas, Concepción y María del Valle, hermanas de Manuel.

(En el nicho 62 de la sección Cristo del Amor del cementerio de San Fernando de la capital reposan los restos del patriarca, don Jacinto, su esposa y varios miembros más de la familia). 

 Manuel Cámara Ruiz, en brazos de sus padres, Jacinto Cámara de la Torre y Josefa Ruiz Jiménez. Foto: Archivo de Javier Cano.
Manuel Cámara Ruiz, en brazos de sus padres, Jacinto Cámara de la Torre y Josefa Ruiz Jiménez. Foto: Archivo de Javier Cano.

No, vino al mundo en el número 12 de la calle Julio Ángel, antigua de la Palma o Pilarillos a la que da nombre (desde 1908) un alcalde que seguramente llevó sombreros de Cámara y en la que residieron también insignes como los arquitectos López de Rojas y Flores Llamas, o el mismísimo cronista Cazabán.

Allí, a un tiro de piedra de la sombrerería y con toda la Plaza de Santa María como patio de su casa, jugó y pasó una infancia feliz que tuvo escenario formativo en el colegio de los Ángeles, de don Manuel Moya (en el callejón sin salida que todavía se conserva en la parte alta de la calle Espartería), confirma su hija Concepción Cámara Cobaleda, una de las dos descendientes directas fruto del matrimonio de Manuel Cámara con Concepción Cobaleda Rus (Jaén, 1926-2010).

Un zagalón era, todavía con pantalón corto, cuando empezó a relacionarse con hormas, fieltros, telas, tijeras, hilos... "Entró con mi abuelo a los catorce años y estuvo yendo a la sombrerería hasta los ochenta años", aclara Conchi, y apostilla:

"Vivió de su trabajo, trabajaba muchísimo y siempre a sueldo, porque sacaba adelante dos casas: la de su mujer e hijos y la de su padre y hermana; él tenía claro que eso era una obligación; cuando estaba novio con mi madre, mi abuelo materno [Juan Cobaleda Montes], que era habilitado de Magisterio y tenía posibles, le ofreció establecerse por su cuenta en un local de la Carrera, pero él decía que no dejaría a su padre ni a su hermana. Y eso ha sido así hasta el final". 

Un hombre de pocas palabras, como lo recuerdan muchos tras el mostrador, pero de palabra, eso sí. Y siempre con la familia en el centro de sus esfuerzos: 

"Se fue a la mili con dieciocho años, le tocó en zona roja, pero no fue nunca al frente, porque lo pusieron a hacer  los gorros para los soldados; le pagaban, y él les mandaba el dinero a su padre y hermanas. ¡Un soldado, mandarle dinero al padre! Tenía muy claro que debía echar una mano", sentencia su hija. 

Un eterno asalariado, primero a cuenta de su padre y luego, pasados los años, de su hermana Concepción, que al convertirse en titular del negocio pudo disfrutar, en su vejez, de la preceptiva pensión. Otro detalle que da noticia del espíritu protector de Cámara hacia los suyos. "Empiezas dando tu sombrero, luego das tu abrigo, luego tu camisa, luego tu piel y finalmente tu alma", dicen que dijo Charles de Gaulle. Pues eso. 

"En los últimos tiempos vinieron los problemas, ya no era como antes, no llegaba a fin de mes, y aun así mantenía dos casas", aporta María José Garrido Cámara. Y Concepción certifica: "Hemos vivido siempre sin estrecheces, pero tampoco para tirar cohetes".

 Manuel Cámara junto a su esposa e hijas, durante una celebración. Foto: Archivo de Javier Cano. Prohibida su reproducción sin autorización expresa de su propietario o de Lacontradejaén.
Manuel Cámara junto a su esposa e hijas, durante una celebración. Foto: Archivo de Javier Cano. Prohibida su reproducción sin autorización expresa de su propietario o de Lacontradejaén.

RICO ANECDOTARIO

Casi toda una vida al pie del cañón da para mucho más que esta modesta aproximación biográfica, de tanta vivencia y anécdotas como le procuraron sus noventa y un años en el mundo. 

Gracias a su trabajo, a su vinculación con un establecimiento tan señero como esa sombrerería que echó a andar en los albores del siglo XX, Manolo Cámara (como lo conocían y llamaban sus buenos amigos) pudo codearse con una amplia lista de contemporáneos que, a día de hoy, habitan los altares de la mitología jaenera.

La de veces que aquel chavea de ojos despiertos coincidieron con los de Alfredo Cazabán, el cronista de la provincia; Prado y Palacio, José Nogué, Manolito Ruiz, Eduardo Claver, Ramón Espantaleón, Inocente Fe, Alcalá Venceslada... O el mismísimo Petrolo, dueño del aguaducho de la puerta del Obispado cuyas andanzas no pierden vigor con el paso de los tiempos: "Claro que lo conoció, y en el quiosco se compraba helados", rubrica Conchi Cámara.   

Precisamente esa proximidad del negocio familiar con la residencia del prelado de la diócesis jiennense le procuró experiencias inolvidables, trágicamente inolvidables a veces:

"El obispo Manuel Basulto, al principio de la Guerra, estuvo preso en la Catedral, y mi abuelo Manolo era el que le llevaba la comida". Poco después, en uno de aquellos llamados trenes de la muerte que salieron camino de Madrid, el mitrado junto con su hermana y otros familiares serían fusilados a la altura del Pozo del Tío Raimundo. 

El año que falleció Cámara (2010), la Iglesia inició el proceso de beatificación de Basulto, dado el "carácter martirial" de su muerte, y en 2013 fue elevado al segundo escalón de los santos. 

Sin abandonar el universo eclesiástico, pero cambiando de tercio radicalmente, Conchi Cámara saca a colación un aspecto poco conocido de su padre, al menos para el común de los jiennenses: su carácter divertido, chistoso, guasón. 

Especializado como estaba en la elaboración de solideos, mitras, bonetes, capelos (además de tocados civiles y militares de todo tipo), y dada su vecindad con el templo mayor y el obispado, a las puertas de su local eran frecuentes las sotanas:

"Pasaban los curas, ¡y les contaba cada chiste! Los curas le decían 'te vas a condenar, Manolo'. Luego, él lo contaba en mi casa y mi madre le decía que tuviera cuidado con esas cosas; cuando los curas iban otra vez por allí pasaban de largo, pero volvían y le decían 'a ver, ¿qué tienes que contarnos hoy? Le provocaban".

"Siempre estaba contando chistes, era muy simpático, muy chistoso", aunque cara al público fuesen la seriedad, la prudencia y la discreción las líneas que marcaban su postura cotidiana. 

No es de extrañar, entonces, que las puertas del negocio se convirtieran, desde tiempo atrás, en sede al aire libre de animadas tertulias desde primeras horas de la mañana. Reuniones que, poco a poco, encontraron en el interior de la sombrerería el mejor de los escenarios. 

 Entrañable tertulia a las puertas de la sombrerería. Manuel Cámara (segundo por la izquierda) y, sentado en la silla baja, su padre, el también histórico Jacinto Cámara. Foto: Archivo de Javier Cano. Prohibida su reproducción sin autorización expresa del propietario o de Lacontradejaén.
Entrañable tertulia a las puertas de la sombrerería. Manuel Cámara (segundo por la izquierda) y, sentado en la silla baja, su padre, el también histórico Jacinto Cámara. Foto: Archivo de Javier Cano. Prohibida su reproducción sin autorización expresa del propietario o de Lacontradejaén.

UNA PROVINCIA SEMBRADA DE SOMBREROS

A lo largo de su trayectoria profesional, el magín de Manuel Cámara no dejó de dar vueltas para encontrar el modo de no desatender su trabajo en la sombrerería familiar al tiempo que obtener más ingresos de la única (y mejor) manera que sabía hacerlo. 

Así, ni corto ni perezoso, se montó un tallercito en su domicilio de la calle Julio Ángel (repleto de fotos y almanaques con la imagen de El Abuelo como protagonista), y las horas que le dejaba libre la tienda las dedicó a confeccionar tocados y sombreros de fiesta, detalla su hija, que le permitieron verle un poco más de color a su tarea diaria:

"Esos sombreros los alquilaba para las bodas; las señoras iban a su casa a elegirlos, venían de todos los pueblos expresamente para eso, desde los años 50; los alquilaba por veinticinco pesetas, y luego lo subió a treinta. Con eso se sacaba un extra". 

Con eso..., y con su celo profesional logró preservar un oficio que había visto caer antes al resto de sombrererías jiennenses, tan boyantes en su buena época como decadentes cuando la producción artesanal de piezas para la cabeza dejó paso a la fabricación industrial:

"Un mes o dos antes de Semana Santa se levantaba a las cuatro de la mañana para hacer capirotes, porque no solo tenía que hacer eso, sino también los sombreros de los militares, de la Policía, tricornios, para la banda de música, para la Iglesia... Y también los de las niñas de las carmelitas", rememora su nieta.

En bandeja para que Luesco, el ilustre y desaparecido expiracionista Luis Escalona Cobo, lo definiese como un trabajador a carta cabal en el capítulo que dedicó a los Cámara en sus Curiosidades, anécdotas, vivencias y vocabulario cofrade giennense.

Extraña, dado el amor que manifestó siempre hacia su trabajo, que el artesano no convirtiese a su prole en sucesora, en continuadora de aquel viejo Hipólito, del abuelo Jacinto y de él mismo. La respuesta está en los labios de su hija Concepción:

"Él no quiso enseñarnos; le ayudábamos en mi casa con las gorras de militares, que cosía a máquina, y nosotras les quitábamos los hilvanes de las gorras, pero no quiso enseñarnos, era muy celoso en su trabajo. ¡Quería ser el último sombrerero de Jaén, lo tenía claro!".

Y lo consiguió, vaya que sí, el último y el más célebre de todos, hasta el punto de trascender su profesión para ser, él mismo, parte inexcusable del paisaje urbano de su amada tierra, "sombra de su ciudad", que diría Kavafis. 

 Así plasmó en 1984, en una de sus obras, el recordado escaparate de la sombrerería el malogrado pintor David Padilla. Foto: Facebook/Rafael Alarcón.
Así plasmó en 1984, en una de sus obras, el recordado escaparate de la sombrerería el malogrado pintor David Padilla. Foto: Facebook/Rafael Alarcón.

ÚLTIMOS AÑOS

Con los años 90 llegó para él la jubilación, merecida pero un tanto ficticia. Siempre rodeado del respeto y el aprecio de la gente, sin embargo nunca gozó del reconocimiento oficial que la excelencia en su dedicación profesional merecía, ni siquiera cuando la ocasión parecía ponerle las oportunidades a sus pies:

"Convocaron un concurso de escaparates y un amigo lo convenció para que hiciera unas miniaturas; las hizo, son verdaderas obras de arte, deberían estar en un museo, pero solo le dieron un accésit", lamenta la hija de su hija. Algo de pasión familiar habrá en sus palabras, pero lo cierto es que quienes conocen esas piezas se deshacen en elogios hacia ellas. 

Otro episodio extraño en su currículo guarda relación con la oficialidad, que volvió a darle la espalda cuando todo estaba a su favor: "Entre los amigos recogieron firmas para que le dieran la Medalla al Mérito en el Trabajo, como a mi abuelo".

Sí, una condecoración que a más de su valor propio hubiera significado para Manolo Cámara un respaldo sentimental, si se tiene en cuenta que su padre, don Jacinto, recibió dicha distinción, en su categoría de plata, allá por 1974, según recoge el BOE en una orden de 30 de abril de aquel año; "pero al final no se llegó a materializar".

Fuera como fuera, de su boca no salió improperio alguno: "No comentó nada de eso, era muy modesto, no le dio importancia. Era muy amigo de sus amigos, amigo de todo el mundo". 

Una buena muerte honra toda una vida, escribió Petrarca. Y así recompensó el destino a Cámara tras una biografía tan larga como apasionante y apasionada: 

"Una hija suya lo encontró muerto durmiendo", revela su nieta mayor. Era el 21 de enero de 2010, pocos días después de San Antón, cuando tradicionalmente los Cámara comenzaban a "partir cartones de capirotes", evocaba José Rus en sus Aguas pasadas

Aquejado de demencia senil en sus últimos años, prácticamente durante una década, sin embargo parece ser que esa puñalada de la memoria no le hizo perder su buen humor, antes bien se lo potenció: "Decía cosas muy divertidas, muy graciosas", esgrime su hija, emocionada. 

Concepción, junto con su hermana mayor, Josefa, hicieron del tramo final del matrimonio un periodo lo más feliz posible, se desvivieron para que sus padres (siempre entregados a su educación y al bienestar de su casa) se fueran despidiendo de este mundo con calidad de vida, arropados, envueltos en el calor que nada como la propia sangre sabe procurar.  

Y envuelto precisamente, pero en su legendaria capa, se fue Manuel Cámara, cuyas cenizas conservan sus hijas en muestra de la devoción filial, de ese profundo amor que ni la muerte ha conseguido desfigurar, como los buenos sombreros indeformables que todavía pueblan percheros, armarios o desvanes de Jaén con el sello comercial de Cámara en su forro. 

Cerrado el negocio, el edificio (antes de caer bajo la piqueta) vio salir, hacia no se sabe dónde, aquel rancio mostrador que sostuvo las manos de miles y miles de jaeneros de todas las edades, anónimos e insignes; carteles, estanterías, hormas, rótulos (como el último que dio nombre a la tienda y que, hoy, custodia con mimo Rafael Palomino Kayser).

Un pasodoble que le dedicó el maestro Manuel Vílchez es, por ahora, el único tributo recibido (y además en vida) por Cámara, el sombrerero, junto con el insobornable cariño de los suyos, que aún disfrutan de la sorpresa, de la admiración que despiertan en los demás cuando se enteran de quiénes son: 

"Hay personas que no saben que soy hija de Cámara, y lo mismo les pasa a mis hijos; cuando alguna vez sale el tema y lo saben, se sorprenden, nos hablan de lo elegante que era. Y yo siento mucho orgullo cuando nos lo dicen, me emociono mucho", concluye su benjamina, Concepción, mientras recuerda a aquel mítico jaenero de cabellos de paloma picassiana.

Aquel inolvidable artesano histórico al que, en palabras (otra vez) de José Rus, agradaba "verle tomar un sombrero entre las manos": "Es como si cogiese un palomo, con la fuerza justa para no ahogarle ni para que se le escape". Manos de quien trabajó no solo con ellas, sino también con su cabeza y su corazón... Manos de artista, las llamaba San Francisco de Asís. 

 Manuel Cámara y su esposa, en una de sus últimas fotografías, junto a sus nietos Conchi y Julián. Foto: Archivo de Javier Cano.
Manuel Cámara y su esposa, en una de sus últimas fotografías, junto a sus nietos Conchi y Julián. Foto: Archivo de Javier Cano.

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COMENTARIOS

Angel Ruiz García

Angel Ruiz García Mayo 27, 2023

No somos muy generosos en Jaén con nuestros paisanos. La galería de personajes que han hecho Patria Jaenera y con los que estamos en deuda es interminable. Desde una placa de recordatorio hasta el nombre de una calle, se merecen muchos de ellos y ayudaría a conservar y enaltecer su memoria y por ende la de nuestro querido y maltratado Jaén. D. Manuel Cámara es sin duda uno de ellos. Recuerdo su imponente figura y su seriedad, me admiraba de su porte cuando lo veía casi a diario, por compartir la sede de mi trabajo el mismo solar que el suyo en la Plaza de Santa Maria. Esa ingratitud es una mala seña de identidad de nuestras gentes y de nuestras instituciones que algo podrían empezar a hacer, como nuestro Ayuntamiento. Yo voto por poner una placa en la fachada de la casa donde estuvo su taller en la Plaza de Santa Maria y hacerlo ya, antes de que desaparezcamos los que aún lo tenemos en nuestro recuerdo.

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Jesús Manuel Navarro Ardoy

Jesús Manuel Navarro Ardoy Junio 02, 2023

Grandes historias plasmáis en estas paginas, no conocía la de este paisano, aun siendo oriundo de Jaén, gracias por estos artículos y por la pasión con la que los hacéis, desde lejos de nuestra campiña sinuosa jiennense aunque siempre conectado a mi tierra, os agradezco estas historias.

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