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La moderación no está de moda

Por Diego Hurtado - Septiembre 18, 2021
La moderación no está de moda
Foto: Pixabay.

No corren tiempos propicios para la práctica de la moderación por parte de los humanos y sí, en cambio, asistimos, de manera cada vez más pronunciada a la proclama de la exaltación, la altanería, la arrogancia y la sobreexposición. Esta “costumbre” no es, ciertamente, exclusiva de un determinado movimiento, sector o corriente, sino que está por todos lados y rincones: políticos, deportivos, hábitos de conducta, modas, etc.

Victoria Camps, en su libro Elogio de la duda, dedica de manera brillante y acertada, un capítulo a la necesidad y conveniencia de moderarnos y en su inicio recoge una frase que invita a la reflexión y análisis pausado: “Todo lo que suena a moderación y a templanza, se vende mal. La moderación se muestra como la razón desprovista de pasión”.

La apuesta por la moderación como actitud y comportamiento no puede convertirse en una “representación teatral” más que termine siendo eso: una representación o ficción y no algo auténtico, comprometido y sincero. Asistimos diariamente a ejemplos y manifiestos que dicen apostar por la concordia y la moderación y quedan finalmente en solo una intención o “flor de un día”. En relación con esta realidad, convendría tener en cuenta lo que Norberto Bobbio, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, recogía en uno de sus últimos libros dedicado al elogio de la templanza, entendida como lo contrario de la arrogancia, la prepotencia, la perversidad, la vanidad y el abuso de poder.

Sería muy conveniente que, todos (no solo políticos y dirigentes), apostásemos de manera convencida y comprometida por la moderación, buscando, prioritariamente, el equilibrio y el placer de lo que hemos conseguido más que la enfermiza búsqueda de lo brillante, estrepitoso y espectacular y esto no significa terminar en la mediocridad como meta final.

El hábito o práctica de la “no moderación” no es una conducta exclusiva de los tiempos en que estamos, sino que ha sido, más o menos constante y habitual a lo largo de todos los siglos, aunque sea muy oportuno y conveniente hacer una llamada de atención para recordar que no deberíamos caer con tanta facilidad e irresponsabilidad en ella. Victoria Camps recuerda que, ya en el siglo XVI, Montaigne, proclamaba su repulsa por la exaltación y el desafuero y animaba a asumir cualidades como la curiosidad, la sociabilidad, la amabilidad, el compañerismo, la adaptabilidad, la reflexión inteligente, la capacidad de ver las cosas desde el punto de vista del otro y la “buena voluntad”.

La moderación supone reconocer la posibilidad de equivocación e incluso, la necesidad del error como parte del aprendizaje social y personal y reconocer también que, en ocasiones, detrás de la moderación fingida de escode la intención de demora de quién teme los cambios. Estas excepciones no pueden hacernos renegar de las ventajas de las posturas y las formas políticas de la moderación, solo estar atentos a señalar a sus impostores.

La misma moderación puede resultar en un rasgo poco atractivo como aproximación a la política y las decisiones públicas, al menos, siempre será más responsable que la demagogia reformista y siempre será menos tajante que el extremismo de conservación. El moderado no cree en panaceas ni pócimas mágicas, más bien en soluciones concertadas y graduales.

La moderación también es mesura en lo cotidiano, en el júbilo de un triunfo y en la amargura de la derrota, en la emoción y en el dolor. Es una cualidad que resalta la discreción y rechaza la división intransigente entre lo puro y lo impuro, como sostenía Montesquieu.

Andrés Bello, el humanista venezolano, anotaba: “Los que no moderan pasiones son arrastrados a lamentables precipicios”. Decía antes que la moderación debe tenerse en cuenta en todos los aspectos y parcelas del día a día y uno de ellos es el económico y financiero.

Mi buen amigo y compañero de SECOT, Ignacio Villar, ha hecho referencia en diversos medios de comunicación a esta circunstancia y a la conveniencia de que se observe y sea aplicada de manera convencida y rigurosa. Victoria Camps, con indudable acierto, dice que “si se hubieran tenido más en cuenta en los últimos tiempos las conocidas como “virtudes cardinales” —a prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza o moderación—, los desastres de la crisis financiera vivida recientemente no hubieran alcanzado las dimensiones que han tenido.

Sin duda alguna, la evidente altanería e irresponsabilidad y la ausencia total de moderación de quienes habían adoptado posturas y medidas llenas de altanería, ambición, egolatría y falta de pudor, trajeron aquellos “lodos” que, desgraciadamente, vuelven a repetirse y hacerse cotidianos entre nosotros.

Como señalaba antes, la falta de moderación no es exclusiva de unos pocos ámbitos solamente, sino que, por doquier habitan y pululan, convirtiéndose en moda y costumbre, nada nuevo por cierto, pero sí más arraigada y casi generalizada en estos tiempos. Victoria Camps finaliza su disertación sobre la conveniencia y necesidad de la moderación con esta reflexión de Montaigne:

La grandeza del alma no reside tanto en ascender y avanzar como en saber mantenerse en orden y circunscribirse. Tiene por grande todo aquello que es suficiente. Y muestra su elevación prefiriendo las cosas medianas a las eminentes”.

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