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Doña Lola Torres, memoria viva de la música popular jiennense

Por Javier Cano - Mayo 08, 2021
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Doña Lola Torres, memoria viva de la música popular jiennense
Foto: Asociación Lola Torres.

La insigne folclorista, de cuyo nacimiento se conmemoran 120 años en 2021, sigue viva en el imaginario colectivo a través de su legado cultural

Doña María de los Dolores Carmen, Pilar, Capilla Torres y Rodríguez de Gálvez o lo que es lo mismo, Lola Torres, así, todo un nombre cargado de historia, linaje y herencia reducido franciscanamente por su poseedora, aquella "mujer graciosa, menuda, de chispeantes ojos y recatada sonrisa", en palabras de otro imprescindible, Manuel Caballero Venzalá. 

Nació hace ciento veinte años en una preciosa casa de la no menos jaenera calle Cañuelo de Jesús, donde creció, vivió, trabajó y murió hasta convertir el folclore provincial en monumento ineludible del mapa cultural del mar de olivos. Una casa que aún sigue en pie y que todavía parece verter ecos de piano hacia el silencio de los callejones que rodean el Camarín.

"Era un primor. Tenía un carácter tan dulce, era tan agradable... La gente joven se volvía loca por entrar en su casa, que era un rosario de gente joven que estaba con ella. Doña Lola Torres era una maravilla. No creo que haya nadie que hable mal de ella. Tengo partituras firmadas por ella y un piano de porcelana que me regaló su hermana doña María, para que lo tuviera de recuerdo", evocaba Pilar Sicilia para Lacontradejaén, ella que tuvo el privilegio de ser amiga y discípula de la protagonista de este reportaje. 

 Lola Torres (a la derecha), junto al cronista González López y el arquitecto Pablo del Castillo. Foto: Archivo de Javier Cano.
Lola Torres (a la derecha), junto al cronista González López y el arquitecto Pablo del Castillo. Foto: Archivo de Javier Cano.

Precoz pianista (con seis años interpretaba al piano melodías solo oídas una vez en la calle, recordaba Rafael Ortega Sagrista), aprendió a leer partituras en el colegio carmelita instalado durante décadas en el palacio del capitán Quesada, donde hoy abre sus puertas la Gerencia de Urbanismo, en plena Plaza de la Merced de la capital. 

Una formación que complementó con los maestros Joaquín Reyes, Antonio Piedra y el mismísimo Emilio Cebrián, oficializada en el Conservatorio Superior de Córdoba y que le permitió, cargada de conocimiento, transmitir lo traído y lo aprendido desde la Escuela Municipal de Cantos, creada a finales de los años 30, en la calle García Requena.

Varias generaciones de jiennenses aprendieron con ella en los institutos Virgen del Carmen y Santa Catalina o en las instalaciones de la Sección Femenina, en la entrañable Plaza de los Naranjos.

 Lola Torres, rodeada de alumnas. Foto cedida por Pilar Sicilia.
Lola Torres, rodeada de alumnas. Foto cedida por Pilar Sicilia.

EL CANCIONERO POPULAR DE JAÉN

Una biografía en la que resulta inexcusable su Cancionero Popular de Jaén, obra magna que el Instituto de Estudios Giennenses premió, publicado en 1972 y en la que Torres recoge una colección de piezas que, posiblemente, no hubieran sobrevivido al paso de los años de no ser por su paciente y apasionada tarea de recopilación. 

Ungida ya del prestigio que le concedió ese libro, la insigne folclorista cerraba sus ojos un 31 de mayo de 1968 en su casa, aledaña a la por entonces aún aromática y evocadora Senda de los Huertos, que solo abandonó de la mano de la muerte camino del cementerio de San Eufrasio, donde reposa entre ruina, olvido y despojos. 

"Lola Torres fue una mujer muy de su siglo, del siglo XX, moderna, pero sin estridencias, discreta, siempre al día, aceptando la evolución de los tiempos, de las modas, de las costumbres. Nadie la tacharía de anticuada. Si amaba la tradición de su tierra, admitía complacida las ideas nuevas y el progreso...", escribió de ella Ortega Sagrista con motivo de su fallecimiento.

Cincuenta y tres años después, su memoria da nombre a una reputada asociación de coros y danzas y, desde 1989, a una glorieta ubicada justo en el lugar donde (muchos lo recordarán) se situaba la poceta, aquel lavadero público cuyas corrientes corrientes teñidas de blanco ropa regaban la Senda con la canción del agua, que (lo decía Lorca) es una cosa eterna. 

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