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Volver a Jamilena, el sueño de María Antonia Liébana

Por Javier Cano - Abril 22, 2023
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Volver a Jamilena, el sueño de María Antonia Liébana
María Antonia Liébana Liébana. Foto cedida por Gregorio Gutiérrez.

Fuera del municipio jiennense desde que tenía solamente cuatro años de edad, no pasa un día sin que esta enamorada de su pueblo lo evoque

Cuando el fenómeno ovni puso a Manises en las portadas de la prensa nacional e internacional, allá por 1979, María Antonia Liébana Liébana llevaba ya algunas décadas instalada en este municipio valenciano, lejos de su Jamilena natal. 

Eso sí, ni el tiempo ni los años luz han podido con la querencia de esta enamorada de su patria chica, nacida en 1944, que no hay día que no se acuerde de su tierra, que no la evoque, que no le dedique su dosis cotidiana de eso que destila el protagonista del cuadro de Magritte: nostalgia.

"Me encanta mi pueblo y me gustaría vivir allí mis últimos días", asegura a Lacontradejaén mientras celebra el acento jiennense del redactor: "Yo no lo he perdido del todo, aún me queda acento de Jamilena", reivindica. 

Pero, ¿qué la llevó lejos del Pecho de la fuente cuando casi no sabía ni hablar aún? La respuesta está en la posguerra española: "Mi padre era... ¡ea, eso, un poquillo de izquierdas nada más! No le daban trabajo, tenía cinco hijos y tuvo que vender su casa de la calle Las Heras y marcharse", recuerda la benjamina de la familia. 

Un represaliado, un auténtico exiliado involuntario que jamás olvidó los paisajes ni el olor de su cuna, ese perfume de racimo de ajos que conforma un hermosísimo bodegón, por ejemplo, en una fuente de cerámica de Manises. Paradojas de la vida:

"Siempre mantuvieron viva la llama de su pueblo, su Jamilena", comenta en honor de Botijas y Choleros, o lo que es lo mismo, María Antonia Liébana Cazalla y Manuel Liébana Checa, cuyos apodos mantiene vivísimos, escritos sobre su corazón como el lema de un escudo de armas, de un blasón de nobleza. 

 Los padres y los tíos de María Antonia, en una evocadora fotografía cedida por la familia.
Los padres y los tíos de María Antonia, en una evocadora fotografía cedida por la familia.

ALBACETE, ALEMANIA, VALENCIA...

De la mano de sus progenitores llegó, primero, a La Roda de Albacete, en la que sería la primera estación de aquel peregrinaje obligado: "Mi padre tenía una burra, la vendió y con el dinero que sacó compró los billetes para el viaje". María Antonia sigue recordando: 

"Luego, mis hermanos se vinieron a Valencia y nos trajeron a nosotros; somos valencianos (porque hemos estado toda la vida aquí, desde que yo tenía siete años, y siento Valencia como mía), pero cuando me preguntan digo que soy andaluza-valenciana, mis raíces no me las quita nadie. Y a todos les digo que soy de Jaén, con j de Jaén. ¡Fíjate, todos los años vamos a torredonjimeno a comprar el aceite!", explica con orgullo la protagonista de este reportaje. 

En su nuevo destino empezaron a prosperar y conocieron, además, la tragedia, el sufrimiento provocado por la otra cara de la sequía: 

"Mi padre estuvo trabajando de albañil y luego se fue de manijero a una masía, allí estuvimos hasta después de la riada del 57; con la riada la pasamos muy mal, nos pilló entre la acequia y el río y aquello fue fatal".

Un itinerario que la llevó, también, a traspasar las fronteras españolas para batirse el cobre en la Alemania de los 60.

Destino de muchos trabajadores donde María Antonia pasó prácticamente un año ganándose el pan "en una empresa que trabajaba para una fábrica de coches", aclara Gregorio Gutiérrez Liébana, uno de los tres hijos nacidos en el hogar que formó junto a Ángel Gutiérrez Estrella, jamilenudo de pura cepa, quien llegó al municipio levantino para labrarse un futuro y vaya sí se lo labró: como que acabó siendo su marido: "Me lo trajo la 'riá", exclama ella, entre risas. 

Tres criaturas, por cierto, a las que esta verdadera embajadora de su pueblo ha contagiado de amor al terruño: "Les he inculcado todo lo bueno de mi tierra, mi hijo Gregorio incluso quiere comprarse una casa allí". ¿No pensaba Horacio que aquellos que cruzan el mar cambian de cielo, pero no de alma? Pues eso. Será que les ocurre lo que a su madre, que "nada más pasar Despeñaperros" ya se pone en modo jiennense:

"Si tuviésemos dinero, mi marido y yo nos iríamos allí a pasar nuestros últimos días". Unos días a los que les quedan mucho, pero que mucho, para ser los últimos y que lleva en mente cada vez que acude a la administración de lotería para probar suerte: "Cada semana juego a la lotería". Noble aspiración la suya.

Abuela de tres nietos, seguro que en cuanto tiene ocasión los anima a mimar sus raíces, lo mismo que hace con sus paisanos de Jamilena, para los que tiene palabras de aliento: 

"A mis paisanos les diría que no se vayan a ningún sitio, que se queden en su tierra; y si pasan épocas malas, también las hemos pasado aquí, en Valencia, y no nos hemos ido a ningún sitio. Que no abandonen su tierra, es lo único que puedo decir", sentencia María Antonia. 

 María Antonia Liébana (primera por la derecha), rodeada de familiares durante una comida. Foto cedida por Gregorio Gutiérrez.
María Antonia Liébana (primera por la derecha), rodeada de familiares durante una comida. Foto cedida por Gregorio Gutiérrez.

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