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EL MOLINO-MUSEO DEL FUTURO

Por Fran Cano - Agosto 03, 2019
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Serafín Parra encara la fase final para convertir el Molino-Museo de Santa Ana de Valdepeñas en un museo etnográfico sin perder la esencia del oficio: acabar las trabajos en sala del horno y habilitarla como espacio para actividades culturales

El Molino-Museo de Santa Ana, barrio de Valdepeñas, es propiedad de la familia de Serafín Parra Delgado (Valdepeñas, 1951) desde 1921. Según los cálculos del propietario, por el espacio pasan de media en torno a 4.000 personas al año. Son visitantes que proceden de otras provincias y hasta de otros países, como Canadá, Japón y Australia. Llegan al molino atraídos por la fidelidad de un lugar que evoca un tiempo pasado y un oficio antiguo. A Parra aún le queda un reto. Lo pactó con su hermano José Parra antes de que éste falleciera en 2009: acabar la sala destinada al horno y habilitarla para actividades culturales. Los trabajos concluirán previsiblemente a lo largo de 2021. Es la fecha para que el histórico molino se convierta en un museo etnográfico de facto. En el molino-museo del futuro.

Serafín Parra recibe a este periódico en lo que ahora es la confitería donde trabajan dos de sus sobrinos, José y Carmen Parra. Está justo al lado del Molino-Museo. Productos Molino-Santa Ana. Fábrica de Dulces. Así rezan los rótulos de color rojo en uno de los camiones que está aparcado junto al comercio.

—Ellos viven aquí —dice sobre sus sobrinos y apunta a las viviendas que han construido lindando con el molino.

En la fachada posterior del molino están la fechas de origen (1540) y la del año pasado (2018), alusiva a la segunda fase de la recuperación del espacio. Es una réplica de una imagen con la cabria y la piedra colgada. En la pendiente desde la fábrica de dulces hasta la puerta del molino-museo se suceden los detalles. Más ruedas como símbolos. El entorno natural impacta: hay dos cascadas, una de once metros y otra de nueve, en la parte trasera, muy cerda de donde antes había otro molino que desapareció. Lo llamaban el bajo. El vigente es el alto.

"SOY HIJO, NIETO Y BISNIETO DE MOLINEROS"

Serafín Parra abre la puerta y comienza una de tantas visitas. Controla la situación y habla con detalle de cualquier esquina y casi de cualquier objeto. Dice que nunca lo cuenta igual, que en función de quien tenga delante lo explica de una u otra manera. Las salas del molino están divididas en espacios que llevan el nombre de los familiares. En la entrada está el Portal de Carmen, y en una esquina se leen los nombres de las siete familias que han regentado el molino: Lecrerque (1556-1652), Arceo (1556-1652), Aguilera (1652-1763), Gamboa (1763-1877), Soto (1877-1890), García de Quesada (1890-1921) y Parra, desde el año 1921 hasta la actualidad.

El siguiente espacio en el orden de la vista es el Corral de Serafín, donde están el lavadero y la alberca. Y después, la joya de la corona, el Molino de Bernardino —padre de Serafín—. Es ahí donde Parra activa dos llaves enormes con un movimiento como si desenroscase algo, y genera la magia: los engranajes empiezan a moverse, el sonido toma la sala y el agua aparece.

—Soy molinero, porque vengo de familia de molineros. Lo eran mis padres, mis abuelos y mis tatarabuelos. Pude ser otras cosas, pero al final decidí ser molinero y panadero —cuenta Serafín Parra, y celebra que ha trabajado en algo que le gusta. Reconoce que tenía vocación de historiador, y con ese ímpetu ha podido documentar la historia de su casa. Es decir, la historia del molino.

—Y la historia se amplía hasta el pueblo. Por pequeño que sea, la tiene. Sólo hay que buscarla —apunta.

Serafín Parra reconoce que el molino es una suerte de "vicio" para él. Lo dice antes de mostrar el Cárcavo de José, donde están los rodeznos: dos ruedas que giran y propician que salga el agua. Arriba, al subirlas escaleras, hay dos habitaciones: la sala de la harina y la sala de la limpia, con las máquinas de limpieza del trigo.

LA FAMILIA PARRA: ORIGEN Y PRIMERA RESTAURACIÓN

Jacinto Parra Martínez, tío abuelo de Serafín, compró el molino a principios del siglo XX, concretamente en 1921. En 1930 Jacinto Parra construyó una vivienda y una panadería anexas. Como no tuvo descendencia, el negocio pasó a José Parra, abuelo del actual dueño.

Serafín Parra nació en el molino y se crió allí hasta los diez años, cuando marchó a estudiar hacia Jaén, en Maristas. Cursó Bachillerato y posteriormente se formó como ingeniero técnico. Cuando concluyó el servicio militar obligatorio, Serafín Parra regresó a Valdepeñas. Fue el reencuentro con el molino. Quizá entonces no lo sabía, pero ya no volvería a separarse de casa.

En 1984 él y su hermano José Parra asumieron las riendas del negocio. El molino como tal se cerró y la actividad comercial recayó en la panadería. Años después, la panadería, entre 1986 y 1987, dejó de funcionar y el negocio principal fue la pastelería, en activo a partir de 1988 gracias al nuevo obrador. Los planes estaban trazados: si bien el molino ya no iba a volver a ser lo que era, los hermanos Parra tenían claro que mantendrían vivo el recuerdo de la infancia. Que no dejarían caer el molino y que el museo daría cuenta con fidelidad máxima de cómo era aquella vida.

—Huimos de los cantos de sirena: nada de alojamiento rural ni de restaurante elitista —recuerda Serafín Parra acerca de ofrecimientos que hubo.

La primera restauración llegó entre 1999 y 2001, en el paso al nuevo milenio. Los dueños recibieron una subvención a través de la Asociación para el Desarrollo Sierra Sur. La fórmula acordada imponía a los dueños garantizar que hubiese a posteriori visitas al molino sin ánimo de lucro. Recibieron en torno a quince millones de las antiguas pesetas, el 83 por ciento de la ayuda.

Los trabajos se centraron en la edificio, el portal, los corrales, la parte del agua, la alberca y el propio molino. Quedó pendiente recuperar el horno.

—Así se completaría el sueño que yo tenía de crío: verlo todo de nuevo al completo. Cerrar el círculo —apunta.

LA ASIGNATURA PENDIENTE DE 'VENDER' EL MOLINO-MUSEO

Serafín Parra lo admite sin vacilaciones: aún no ha sabido vender la idea del Molino-Museo de Santa Ana. Y eso que por él han pasado desde escritores como Michael Jacobs y Almudena Grandes —hizo una presentación de El lector de Julio Verne— hasta políticos como el exconsejero Felipe López, el exministro Cristóbal Montoro y la anterior delegada del Gobierno andaluz, Ana Cobo. Parra tiene un perfil en Facebook donde hay fotografías espectaculares del molino. Pero, claro, en plena era de las marcas personales, del community manager y de la comunicación digital, el dueño sabe que hace falta un plus. Conectar con internet.

 —No es fácil vender el molino. Hay gente de Valdepeñas que no lo ha visto. Cuando vienen me dicen, ¿y cómo es que no he venido antes?

El Molino-Museo de Santa Ana recibió la bandera de Andalucía en 2017. Es sede de colectivos como la Academia del Gazpacho y la Federación de Cofradías de Andalucía. Parra destaca una paradoja: el molino es un bien de patrimonio cultural e industrial en el ámbito europeo, pero no así en Andalucía ni en España.

Parra reivindica que el museo es universal, pero por encima de todo valdepeñero. Debe estar al servicio del pueblo y por ello hay buena sintonía con los equipos de Gobierno que han pasado por Valdepeñas. Confía en que la administración local también sume en esa tarea de mejorar la proyección del molino, siempre disponible al público a través de las visitas concertadas. Estudiantes de la zona y turistas han dejado sus impresiones en el cuaderno que hay en la mesa del Portal de Carmen.

Desde la habitación en obras que debe recuperar el horno en los dos próximos años Serafín Parra alumbra el molino del futuro: un espacio donde convivan el recuerdo de aquel oficio con un mosaico de actividades culturales como el teatro, ya arraigado en la instalación durante las Fiestas de las Realengas.

—Mi ilusión es que en dos años empieza a funcionar —abunda.

Antonio Parra, el sobrino menor de Serafín, estudia ahora en la Universidad, y confiesa a este diario que le atrae la historia del molino. Sus hermanos ya han apostado por la confitería. Las próximas generaciones del molino de Valdepeñas están aseguradas. El sonido del agua continuará.

Fotografías y vídeo: Fran Cano.

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