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¿Me arreglaste el móvil?

Por Fran Cano - Diciembre 31, 2017
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¿Me arreglaste el móvil?
'¿Me arreglaste el móvil'? es una historia de no ficción ocurrida en Jaén antes de Nochevieja.

Fue un descuido. Una torpeza. El dueño del bar dejó su S3 mini encima de la barra, después departió con algunos clientes, controló la zona del comedor y no volvió a ver el móvil. Ya no estaba en su sitio. Así que empezó a sospechar. ¿Quién de mis clientes me ha quitado mi S3 mini?

La situación es delicada. Porque el dueño del bar sabe que le han quitado el móvil, pero ignora quién ha sido y tiene que elegir la mejor vía para recuperarlo sin dañar el honor del cliente ladrón ni acusar sin argumentos al sospechoso. Hay riesgo. Lo cierto es que por más que miraba a unos y a otros, siempre con la nuca, no había modo de señalar con certeza a alguien.

Avisó a sus hijos para que intentarán localizarlo. El móvil, claro; el ladrón era un misterio. Lo intentaron vía Google, a través de la cuenta de gmail: la tecnología podía ubicar dónde estaba el teléfono. Pero el hijo mayor no recordaba ni el usuario ni la contraseña que un día creó para su padre no recuerda con qué motivo. Nada. Más difícil aún. La mujer del camarero llamó a la compañía para dar de baja la línea.

El dueño del bar repasó en la cabeza antes de dormir, mientras apuraba el último dialogo de la jornada con su mujer, todos y cada uno de los clientes que estaban en el bar. Tenía que dar con alguien.

—Ya sé quién ha sido —le dijo a su esposa.

Al día siguiente el camarero pensó que había posibilidades de hacer algo extraordinario: perder y recuperar el móvil antes de Nochevieja. El plan era elegir las palabras cuando el señor —sí, era un hombre— entrase por la puerta.

En efecto el ladrón regresó a la escena del hurto, solo que se desplazó unos metros más allá de la barra donde había requisado el teléfono. El dueño del bar aparentó normalidad absoluta; el momento exigía ser cartesiano en cada gesto.

El ladrón tomó algo y luego se fue. Justo antes de cerrar la puerta para salir del establecimiento, el dueño gritó:

—¡Espera! ¡Ven un momento!

El cliente —mayor pero no tan mayor, desaliñado y con la espalda algo vencida— tembló. Quizá de miedo. Quizá solo por la voz que dio el camarero.

—A ver si me traes el móvil. Tengo que llamar a un médico con urgencia. ¿Me lo has arreglado ya, no?

—Sí, sí, ya lo tengo. Lo he limpiado. Ya está perfecto. Te lo doy ahora mismo.

El móvil había vuelto al dueño primero, al que pagó por el cacharro. El camarero quiso cerrar la historia como amerita la Navidad.

—Bueno, muchísimas gracias. ¿Qué te debo por el arreglo?

—Nada, nada. Ponme una copa.

El camarero estaba satisfecho. Había hecho lo más difícil: darle la vuelta a la historia, recuperar el teléfono y conservar un cliente. Solo le costó una copa.

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