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“Yo soy como las naciones felices, no tengo historia”

Por Celeste Cruz Rama - Abril 05, 2017
“Yo soy como las naciones felices, no tengo historia”
Celeste Cruz aborda la figura de Carlota Remfry de Kidd.

(Palabras de Carlota Remfry durante una entrevista con su amigo Alfredo Cazabán, publicada en la revista López de Sosa en 1919)

Mis venas son de plomo y por ellas corren letras y cuentos. Nací en plena ebullición minera, en Linares, donde los extranjeros ostentábamos la élite y el resto sobrevivía trabajando en la mina, con la muerte pisándole los talones. Era una ciudad bulliciosa, en plena expansión. Amé la tierra que me vio nacer, enamorarme, imaginar, ayudar, morir... Descanso en el cementerio inglés y en el nombre de la Escuela Oficial de Idiomas.

Si dices en Linares el nombre de Charlotte Elizabeth Frederica encontrarás a muy pocos ciudadanos que sepan por quien preguntas. Si dices Carlota, todos lo saben porque el mismo orgullo que sintió ella por esta ciudad, a fecha de hoy aún es mutuo, conscientes los linarenses de tener entre sus paisanos a una gran escritora y traductora, y también a una gran mujer.

Carlota nació el 9 de septiembre de 1869 (y no en 1874, como recogen algunas referencias) en el seno de una familia culta y acomodada que residía en una casa de la calle Ayala. Cuando ella llegó al mundo desconocía que su tío, James George, había fallecido en 1855 a la edad de treinta años y tuvieron que enterrarlo en“el corralillo”, un terreno anexo al camposanto, por no profesar la religión católica.

Hija de Charles Remfry, un ingeniero británico, y la alemana Fanny Koesler, fue la cuarta de seis hermanos: Fanny, Guillermina, Marie Rose, Carlota, Luisa y Carlos. Como toda su familia, profesó el protestantismo con gran fe. Junto a otros apellidos extranjeros que llegaron a la ciudad para dirigir las compañías mineras, los Remfry se movían en círculos privilegiados. Mientras muchos niños de su edad crecían entre el hambre, el plomo y la orfandad, Carlota, que además de hablar inglés, alemán y un perfecto castellano, aprendía francés, matemáticas y otras materias.

Las mortandad en Linares antes de los catorce años era, entonces, habitual en una ciudad donde los hombres marchaban a las galerías sin saber si volverían a ver a sus familias. Los llamados Cafés Cantantes proliferaban en la ciudad y no había mujer que se atreviera a “pasear” por ciertas calles sin una navaja en el refajo (de ahí el dicho “soy de Linares y pincho”). Los hijos varones también se dejaban la piel en las minas. Pero lo que era habitual en la sociedad linarense y española a mediados del siglo XIX no lo era ya fuera de nuestras fronteras. Y esta fue la principal aportación social de aquellos extranjeros llegados de otros países para explotar las minas: los menores de catorce años no podían trabajar. Un hecho que resultaría baladí si no hubiera dado pie a otros muchos cambios y reformas que afectaron económica, religiosa y socialmente al desarrollo de aquel Linares.

Mientras sus padres ordenaban la extracción del plomo, esposas e hijas de las familias Remfry, Tonkin, Sopwith, Kendall, Hassendel, Kidd o Chesterman, entre otros, enseñaban a leer y a escribir a los hijos de los mineros. Carlota, pues, participó activamente en estas tareas, entre las que se encontraba, por supuesto, la lectura de la Biblia, predicando entre los más pequeños la fe evangélica, visitando junto a sus amigas Mary Ethel Hasselden, Jane Chilcot y las hermanas Chesterman los hogares más humildes.

Y así siguió su vida, entre la que ya aparecía durante las tardes de ocio un joven ingeniero inglés llamado Thomas Kidd. Su padre falleció en 1892 y la familia se mudó a una vivienda de la calle Doctor, donde residían muchas de las familias británicas asentadas en Linares. Cuatro años después, contrajo matrimonio. Eligieron una casa de la calle Álamos, con un bello jardín lleno de jazmines, rosas y enredaderas. Allí, en su rincón floral, Carlota comenzó a traducir diversas obras, incluso “Nuestro Padre San Daniel” de Gabriel Miró. Colaboradora incansable en revistas literarias y emprendedora, contactaba con editores sin dudarlo para ofrecerles la traducción o publicación de obras literarias, tanto del castellano al inglés o viceversa, del inglés al francés... Y así pasaron los años entre traducciones y obras propias, que al contrario de lo que pudiera parecer, no veían la luz, pues en su humildad Carlota no quería hacer sombra a su esposo.

Thomas Kidd fallece el 15 de noviembre de 1946. La tristeza y la enfermedad no detienen a Carlota, que realiza una recopilación de su genero predilecto bajo el título Linarejos y otros Cuentos. La obra, en memoria de su esposo, ve la luz en 1950 publicado por la Editorial Ínsula.

El 21 de enero de 1957 se inscribía en una sepultura del cementerio inglés el nombre de Charlotte Elizabeth Frederica Kidd, como a ella le gustaba firmar sus escritos. Carlota falleció 103 años más tarde que su tío. El enterramiento de James George Remfry fue el origen de los primeros cementerios protestantes existentes en España. El de Carlota Remfry, el último nombre descendiente de aquellos extranjeros que trajeron grandes avances, a todos los niveles, para la Historia (con mayúsculas) de Linares y que descansa en un camposanto cuidado hoy por otros descendientes: los hijos de los hijos que, a su alrededor, aprendieron a tener fe por vivir.

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