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El Ejército 'corona' a Carmen, su princesa cambileña

Por Javier Cano - Abril 29, 2020
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El Ejército 'corona' a Carmen, su princesa cambileña
Carmen, tocada con su boina, posa con los militares mientras muestra la bandera regalada por la brigada. Foto: Ayuntamiento de Cambil.

La niña, 'enamorada de lo militar', recibe la boina de la Brigada Guzmán el Bueno en cumplimiento de una 'promesa' y por su conducta ante el aislamiento

La pequeña Carmen Lechuga Colmenero, a sus nueve años de edad, es toda una princesa, la reina de su casa (junto con su hermana María José), coronada por el amor de los suyos, con los que pasa el confinamiento provocado por el coronavirus en su Cambil natal. Coronada, sí, pero no con una diadema de esas a la que aspiran las niñas de los cuentos, qué va, ni mucho menos.

La corona que Carmen anhelaba apenas pesa, ni una sola joya la adorna, es simplemente una boina, una boina negra con un modesto emblema dorado: humilde, sencilla, sí, pero ella la siente en su cabeza como la más preciada condecoración, el sueño cumplido que, en medio de esta extraña situación de aislamiento, la ha convertido en la más feliz de las criaturas. 

Todo comenzó días atrás, con la visita de un contingente de la Brigada Guzmán el Bueno al municipio, para desinfectar el centro de salud, dentro de las labores que el Ejército realiza estos días de cuarentena: "Siempre le ha llamado la atención el tema militar, como a todos los críos pequeños. La suerte que tuvo ella es que estábamos en la terraza, tenemos el centro de salud enfrente de casa, y veíamos todo como si fuera en la televisión, pero mejor", recuerda Lola Colmenero, la mamá de la protagonista, a la que define como "un terremoto con un corazón muy noble". 

"Estábamos arriba, hacía solecillo y de pronto empezó a moverse fresco. Los militares se pusieron a comer en unos bancos y mi marido dijo de bajarles un cafelillo", aclara Colmenero. Les preguntaron si podía ser y los miembros de la brigada aceptaron, encantados, la buena fe de esta familia cambileña, volcada en hacer más agradable la estancia de militares en su pueblo, en devolverles en esa taza de café un mínimo agradecimiento a su labor: "Aquí tenéis vuestra casa", les dijo.

Hasta ahí todo entra dentro de los parámetros de la cortesía, de la educación, de eso que llaman ser bien nacidos. Pero no, la historia no terminó así, es más, la verdadera historia de fraternidad, de unión entre este cuerpo militar y los Lechuga Colmenero acababa de comenzar: "Volvimos a casa, pero mi hija quería tener una foto con ellos; bajó con el padre y se la hizo; luego empezaron a llegar más soldados y, al verlos, Carmen se empeñó en fotografiarse con todos. La cogí, les pregunté desde lejos y ellos dijeron que sí". Ese fue el primer logro de esta valiente pequeña, solo el primero...

"Cuando volvíamos de echarse la foto, se volvió y les dijo que le regalaran una boina de las que llevaban", cuenta Lola Colmenero. Le dijeron que no podía ser, que era parte de su uniforme, y nos subimos a casa. Estábamos hablando de lo amables que eran cuando sonó el portero, preguntaron por Carmen y le dijeron que bajara", evoca. Momento de sorpresa, de no saber qué va a pasar pero intuir algo bueno, y tanto que era bueno: "La bajé y era el sargento Javier Román, que otra vez le explicó que la boina no podía ser, pero le prometió hacerle llegar una con el tiempo y le regaló una mascarilla". Carmen, "loca perdida". Normal.

Ese sargento, curtido en mil y una batallas cotidianas, se convirtió de sopetón en el 'príncipe' del cuento infantil de la niña, en la encarnación limpia y entrañable de las ilusiones de la cambileña: "Es muy bueno", sentencia Carmen Lechuga. ¿Por qué lo dice? Ah, claro, le regaló una mascarilla, la trató con el afecto que cualquier pequeño desearía encontrar en uno de sus héroes... Mucho más que eso.

"El viernes volvieron al pueblo con la boina, pero ni por asomo imaginábamos que iba a venir el sargento, no se nos pasaba por la cabeza. De pronto apareció el coche de los militares y la niña se quedó... Fue una cosa muy bonita, no se puede explicar lo bonito que fue. Estaba muy contenta, no le salían las palabras; cuando vio el coche y al sargento con la boina y una bandera de la brigada [que también le regalaron], lo miraba y miraba y no se lo creía".

Javier Román y los suyos cumplieron la promesa y, de paso, dejaron el pabellón militar en lo más alto gracias a una misión tan sencilla como hermosa: hacer feliz a una niña. "El sargento estaba lo mismo que ella", asegura la mamá. Sí, parece que han hecho buenas migas, y el mismísimo suboficial se encargó de dejarlo claro a Lola Colmenero: "Ha sido el momento más mágico y emocionante en mis dieciocho años de servicio, no tengo palabras...".

Así está Carmen, así sigue, encantada de la vida, por más duro que sea esto de no poder salir de casa más que una hora y a un kilómetro a la redonda: "No me quito la boina ni para dormir", afirma, con el desparpajo que su personalidad le procura, rodeada por la envidia sana, sanísima, de sus amiguitos: "¡Qué suerte tienes!", le dicen. Ah, y con una idea clara: "De mayor quiero ser militar".

Carmen y su madre despiden al sargento Román. Foto: Ayuntamiento de Cambil. Carmen y su madre despiden al sargento Román. Foto: Ayuntamiento de Cambil.[/caption]

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