Nuestra primera vez

Cuando regresé de Ciudad Real me fui directo para Córdoba sin que en ese momento yo supiese que la carretera secundaria, tras un par de horas entre pueblo y pueblo manchego, me llevaría a la sierra cordobesa en el que a mi paso se veían oscuridad, curvas y, de vez en cuando, algún que otro ciervo que en sus ojos vestía un par de chalecos reflectantes. Dando tumbos comprendía que de alguna manera me lo tenía merecido, pues no existía ninguna otra explicación que haber gastado toda mi buena suerte en que el Jaén Paraíso Interior levantara su primera y única Copa de España.

La coincidencia quiso que la primera participación del Olivo Mecánico fuera también mi primera incursión como acreditado en ese mismo torneo. Uno que escribe estas líneas quiere pensar que las casualidades no existen y que mi presencia tuvo algo que ver, aunque fuera mínima, para así traspasar tanta buena fortuna que el destino (o Dios) quiso que en el retorno a la provincia de los olivos se me gastara de forma repentina.

Aquella competición no puede explicarse de forma lógica porque los milagros no tienen mecanismos ni engranajes, sería como intentar diseccionar el talento de un genio. Simplemente ocurre por el capricho de la Naturaleza. Un chispazo, un levantamiento colectivo, la inyección de adrenalina, dos goles con portero-jugador, una parada a un penal envenenado, un miura envalentonado. Pararlo con un dedo. El éxito, la gloria, lo inexplicable.

Quizá elevo demasiado mis atributos para considerarme amuleto de tal hazaña. Ni siquiera me paro a pensar que tenga alguna responsabilidad, pero uno vuelve a Ciudad Real y sin tenerlo planeado va repitiendo las mismas liturgias por si, por alguna otra ley mística, se repite una vez más. Espero no perderme en la vuelta.