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Yo paisajeo, tú paisajeas...

Por Miguel Ángel de la Rosa - Mayo 15, 2017
Yo paisajeo, tú paisajeas...
'Yo paisajeo, tú paisajeas...' analiza Expoliva y el mundo oleícola en Jaén.

Deambulo por los atestados pasillos de Expoliva y me topo con un enorme espacio dedicado a los Paisajes del Olivar de Andalucía y su candidatura como Patrimonio de la Humanidad. Me lanzo a poner mi nombre, mi rúbrica y mi DNI, en un bonito libro de firmas para apoyar la iniciativa en la que van de la mano las provincias de Jaén, Córdoba, Sevilla, Granada, Cádiz y Málaga. Supongo que a la Unesco le importa un bledo o un comino que yo firme o no el libro, y que desee fervientemente que los paisajes andaluces del olivar (que son como mi Magdalena de Proust y, seguramente, la de muchos de ustedes) sean reconocidos como Patrimonio Mundial. Es curioso, tanto el bledo como el comino son plantas humildes, de escaso porte, y de ahí la poca importancia que les concedemos. Pero un olivo ¡donde va a parar!, un Olea europea es otra cosa, puede ser un árbol de gran porte y belleza y, desde luego, invita a ser glosado, pintado, admirado, sublimado, y así muchos “ados”. No hablemos ya de millones de olivos u olivas (como prefieran), más de 600.000 hectáreas sólo en Jaén, más de dos millones y medio de hectáreas en España. Son cifras abrumadoras y el paisaje, desde luego, es apabullante para un forastero que transite por una carretera de La Loma o la Campiña, o suba a algún cerro testigo para tener una visión de conjunto de eso que llamamos, en la más cursi de las expresiones, mar de olivos.

Es seguro que los acebuches y después los olivos llevan en Andalucía miles de años. En la antigua Roma era muy apreciado el aceite de la Bética que se exportaba a muchos rincones del Imperio. Plinio, Columela, Estrabón…hablan de la olivicultura en nuestro solar. Por la misma razón, aceite de oliva y Jaén son palabras que siempre han estado asociadas. Pero el océano de olivos, el monocultivo, ese paisaje hegemónico que todo lo llena, es muy reciente.

Como ustedes saben, el paisaje está en continua transformación. Hasta hace pocas décadas las tierras calmas, con sus algodones, sus girasoles, sus trigales y barbechos llenaban tanto o más espacio que las ordenadas filas de olivos. El campo lo domestica y lo pinta el hombre, ora con doradas espigas, ora con plateados olivos. Y si encarta en el futuro se llenará de pistachos, de almendros, de huertos solares o polígonos industriales. Es pronto para saberlo.

Lo que me fascina, lo que me llama poderosamente la atención, es la manera tan rápida en que hemos aprehendido el tópico de los aceituneros altivos, y la forma en que lo hemos llevado hasta el extremo. Obligados primero por la Política Agraria Comunitaria, y espoleados después por la inexorable rentabilidad, en poco más de tres décadas, hemos plantado el mayor bosque humanizado del mundo. Es un escenario realmente impresionante. Y aquí nos hallamos, elevando el estereotipo a la categoría de Patrimonio de la Humanidad, creando una poderosa mitología, construyendo un discurso cultural propio y reforzando nuestra autoestima con los valores sociales, ecológicos y saludables asociados al aceite de oliva. Creo que a eso lo llaman ahora empoderamiento. No está nada mal para unos provincianos.

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