Francisco Fernández Melero, 90 años de bondad y devoción

Hermano de Santa Marta 'de toda la vida', su trayectoria humana lo han convertido en uno de los tuccitanos más queridos en el mundo cofrade local

Eso de que primero la obligación y después la devoción no ha sido, ni mucho menos, el lema vital de Francisco Fernández Melero (Martos, 1932). Un hombre que encontró precisamente en su devoción a la patrona tuccitana su principal razón de ser y, de paso, el amor, el trabajo... Vamos, todo eso que le ha procurado, a lo largo de su extensa e intensa existencia, su amor a Santa Marta. Su devoción. 

"Su padre fue el albañil que trabajó en Santa Marta cuando la iglesia estaba fatal, y él (que era un chiquillo, a veces se iba con él). Entonces, don Martín, un cura de los antiguos, una institución y muy querido en Martos, se encariñó con mi padre y habló con unos señores del pueblo, los Feijóo, que tenían una fábrica de aceite, muy conocida. Ahí ha trabajado siempre desde adolescente; don Martín lo metió ahí poco a poco, primero de recadero, y subió hasta llegar a administrativo", recuerda su hija Lola. Lo dicho, que Santa Marta tuvo algo de 'culpa' de su estabilidad profesional.

Ella es una de las tres hermanas nacidas del matrimonio del protagonista de este reportaje con Lola López Centeno, una "bellísima mujer con el pelo muy largo, que llamaba la atención":

"Se conocieron muy jóvenes, en Santa Marta también. Y como llegó a ser sacristán, allí se conocieron, ella iba a visitar a la patrona y se echaron el ojo. Contaba mi suegro que le decía: ¡Esa rubia tiene que ser para mí, 'cuidao' qué guapa es! Desde mediados de los 50, cuando se casaron, hasta el 98, el año en que Lola López dejó este mundo, casi medio siglo de amor. Y otra vez la patrona de por medio.

Tanto la quiso, que como narra la hija de la pareja, su padre se jubiló antes de tiempo solamente para poder acompañar a su mujer el año que pasó en el hospital. El último de su vida.  

Normal que, con esa historia, ni los achaques que la edad hace en el entendimiento hayan podido con la querencia de Francisco hacia la hermana de Lázaro. "La tiene en la boca día sí, día también, cuando cogemos el coche, y se monta, pregunta a dónde vamos. Le decimos, ¡dónde va a ser, a casa! Y él siempre dice, ¡yo creía que íbamos a Santa Marta!".

COFRADE DE PRO

Un hombre bueno, machadianamente bueno, "muy listo, muy inteligente", afirma su hija Lola a cuenta de la habilidad de Francisco con los números, a pesar de no haber pasado por la Universidad.

Una suerte de Juan Esteban (aquel diestro contable al que dio vida Paco Martínez Soria en su inolvidable Estoy hecho un chaval), pero con una gran diferencia: ninguna computadora pudo apearlo de su escritorio hasta la jubilación. 

Todo son bondades si se pregunta por este sencillo y afable marteño, abuelo de cinco nietos, que ha dejado una estela imborrable en el mundo cofrade local:

"Es muy voluntarioso, muy trabajador, para mí es como un padre". Quien lo dice sabe de lo que habla, el presidente de la Cofradía de Santa Marta y, también, de la Unión Local de Cofradías, Martín García Padilla, que ha conocido de cerca la labor de Francisco en los diferentes cargos que ha ocupado en su trayectoria. 

Más de uno, en su municipio, lo recordará al volante de su Seat Ibiza, camino del santuario de la patrona, hasta que las facultades le permitieron conducir. "¡Es tan bueno, tan bueno...!", concluye Lola Fernández López.