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San Bartolomé: 65 años oliendo a azahar

Por Javier Cano - Enero 15, 2023
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San Bartolomé: 65 años oliendo a azahar
Los naranjos, en la actualidad. Foto: Mari Torres.

La plazoleta, una de las más representativas del casco antiguo de la capital jiennense, adquirió su actual fisonomía en el año 1958

Tiene Jaén su propia Plaza de los Naranjos, calle Colegio arriba desde Maestra, donde muchos de los que ya peinan canas recordarán que estuvo la Sección Femenina, por señalar un referente que todavía orienta a más de uno.  

Incluso a las puertas de la cripta de la Catedral (entren y admiren el Crucificado sin policromar de Jacinto Higueras, no lo duden), un jardincillo cada día menos reciente que fue bautizado por los más jóvenes como "plaza de los naranjos", a cuenta de los en principio incipientes arbolillos que escoltan la estatua de Vandelvira, ya creciditos ellos. 

Pero si se trata de oler a azahar de verdad verdad, a mansalva, el lugar por excelencia es la plazoleta de San Bartolomé, esa que los Jueves Santos emborracha líricamente al personal que se acerca a ver salir al prodigio imaginero de la Expiración. Sí, tres plazas en una a cual de ellas con más encanto, que en 2023 cumplen la edad de jubilación en plena actividad.

Antes cuajada de viejos álamos, contaba también con un hermoso árbol (¿quizás un algarrobo?) donde la chiquillería encontraba la munición perfecta para sus escopetillas, aquellas que los nenes se cuajaban con un listón de madera, una pinza de tender, una gomilla y el muelle de otra pinza (o alfiler, que por aquí siempre se le llamó también así al dispositivo en cuestión).

Hasta que un día de 1958 la municipalidad intervino y concedió a este entrañable espacio el aspecto que, con algunos cambios, ha llegado hasta este año recién estrenado. O lo que es lo mismo, que si alguien piensa que esas fuentes de piedra y su preceptivo llanto llevan ahí siglos, van muy pero que muy descaminados. 

En la foto que cierra este reportaje, precisamente, se observa la remozada plaza, donde unos naranjos adolescentes pugnan por cuajar en sus jardincillos. De aquel ayer hasta este hoy queda en pie, al fondo, en segundo plano, la casa esquinera número 3 de la calle Isabel Méndez (antigua Villalobos), cuya rejería conserva prácticamente intacta. 

Cayó bajo la piqueta el caserón que ocupaba el segundo nivel de la plazoleta, el que orilla la iglesia; un inmueble típicamente jaenero a base de sillarejo, al que no le faltaban los típicos vanos de su planta alta, hoy casi imposibles de encontrar en la ciudad a no ser que se pasee por la calle Llana (número 12, imponente mansión de los Villegas), por la cuestecilla de Cañizares, donde Luis Berges los evoca en su bellísimo predio urbano, o por la empinada calle Espiga, cuyo número 32 ofrece un buen ejemplo. 

Algo queda de la célebre casa del miedo, cuya inquietante historia (quien no la sepa, pulse este vínculo) pone los pelos como escarpias, muy cerquita del llamativo vano arqueado tras cuya blanca cortina tuvo su estudio Francisco Cerezo y, ahora, Jacinto Linares.

Del colegio San Agustín (en el tercer nivel de la zona y que fue anteriormente palacio del marqués del Cadimo), quedan un montón de exalumnos cuyos ojos (por lo general) se vidrían cuando lo mencionan. Cambió igualmente la escultura infantil de Unghetti, que el gamberrismo obligó a sustituir por una réplica.

Lo que no varía desde hace un poquillo más de sesenta y cinco años (ese 'poquillo' que les dio tiempo de crecer y exhalar) es el perfume de azahar, ese 'eau de primavera' según Jaén que destila, cuestas abajos, hacia toda la ciudad. 

 Los naranjos  de la Plaza de San Bartolomé en 1958, recién plantados. Foto: Archivo de Javier Cano.
Los naranjos  de la Plaza de San Bartolomé en 1958, recién plantados. Foto: Archivo de Javier Cano.

 

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